LA HABANA, Cuba.- En curiosa coincidencia con la quinta reunión de la Comisión Bilateral encargada del proceso de diálogos entre EE.UU. y Cuba, celebrada la pasada semana en La Habana, alrededor de un centenar de “emprendedores” cubanos acaba de dirigir una carta a Donald Trump, el recién electo Presidente de ese país norteño cuyo mandato se iniciará a partir del 20 de enero de 2017, pidiendo al controversial magnate una continuidad de la política de acercamiento y diálogo con la Isla, iniciada dos años atrás por el presidente saliente, Barack Obama, así como el levantamiento del Embargo.
La misiva, promovida por la empresa Cuba Educational Travel y el grupo Engage Cuba, no resulta relevante en sí misma: un grupo de cubanos propietarios de pequeños negocios privados –unidos bajo el oficialmente vilipendiado término de “emprendedores”– apela a la solidaridad y comprensión de un gran “empresario exitoso” para que, en su nueva condición de máximo líder político de su país, favorezca el “compromiso económico entre las naciones” en beneficio de ambas partes. Una súplica política ni más ni menos disimulada tras una especie de guiño cómplice entre “colegas”.
Por supuesto, no deja de resultar loable que un sector tan incipiente y frágil haya tomado la iniciativa (¿espontánea y autónoma?) de manifestarse a favor del desarrollo de los mínimos espacios conquistados. De hecho, los emprendedores cubanos en su carta defienden con igual entusiasmo los derechos de los empresarios estadounidenses a comerciar con Cuba e invertir en la Isla, como si fueran éstos y no los isleños los que carecieran de instituciones y leyes democráticas. A todas luces, se trata de una carta de pocos párrafos, pero que provoca muchas lecturas.
La preocupación del embrionario sector privado de la Isla es comprensible, teniendo en cuenta las conocidas declaraciones de Trump acerca de sus intenciones de revertir el proceso de “deshielo” si la parte cubana no muestra avances en materia de libertades políticas y religiosas; algo que afectaría directamente la afluencia de turistas estadounidenses que se ha estado produciendo desde el restablecimiento de relaciones entre ambos gobiernos y que ha favorecido en especial a los negocios particulares dedicados al hospedaje, la gastronomía y el transporte.
Sin embargo, la carta de marras adolece de vaguedad en cuestiones esenciales, y destaca por inexplicables omisiones, detalles que merecen particular atención. La primera falla es de origen y radica en la desacertada elección del destinatario por parte del proto-empresariado isleño: ni más ni menos que el presidente de un país extranjero que incluso hoy, pese a la actual política de distensión, sigue siendo satanizado por el monopolio de prensa castrista como la causa de todos los males nacionales habidos y por venir.
Este simple dato no solo pone en tela de juicio la muy cacareada soberanía nacional –al poner en manos de un gobierno foráneo e intrínsecamente hostil la solución de asuntos que son competencia de la política económica interna–, sino que suprime la responsabilidad del régimen cubano por las limitaciones (cuando no la asfixia) que impone al sector privado, sea por la elevada carga impositiva, la inexistencia de un mercado mayorista para abastecerlos, la punibilidad de la “acumulación de riquezas” o las numerosas prohibiciones absurdas e injustificadas que impiden una mayor prosperidad y desarrollo de los negocios privados.
Más aún, es precisamente este gobierno quien impidió que se hicieran efectivas las medidas dictadas por el presidente Barack Obama y que favorecían de manera significativa al sector privado.
Ninguna de las restricciones oficiales al interior de Cuba se relacionan con el Embargo que los “emprendedores” piden suprimir, ni dependen en lo absoluto de la voluntad política del gobierno estadounidense.
Súmese a esto que los firmantes pertenecen a un sector social que suele manifestar abierto rechazo a las cuestiones políticas, y que por otra parte, se adhirió voluntariamente al único sindicato del mundo que encarna los intereses del más poderoso Patrón, representado en el Gobierno-Estado-Partido, y descrito por ellos en esta misiva como el promotor de la reforma que permitió la existencia de negocios privados. ¿A quién, pues, podrían reclamar con mayor legitimidad que a ese engendro, que es a la vez benefactor y patrón explotador?
Por tanto, el destinatario de la carta de los emprendedores debió ser el General-Presidente, Raúl Castro, y no el Presidente electo por los estadounidenses en noviembre último.
Otro detalle digno de mención es el selecto club de firmantes, mayoritariamente emprendedores que clasifican como “exitosos” dentro de los estándares cubanos. No es un problema de fobia al éxito económico, todo lo contrario. Si algo necesitamos en esta hacienda arrasada es un aluvión de emprendedores exitosos y de sectores autónomos dispuestos a defender sus propios intereses.
Pero no parece muy honesto reclamar cotas particulares en nombre de todo el pueblo cubano y –lo que es más indecoroso aún– en nombre del pueblo estadounidense. Sobre todo cuando salta a la vista la escandalosa ausencia de las firmas más modestas y que, paradójicamente, son las más numerosas de un sector económico que los propios remitentes cifran en medio millón de individuos. ¿Es que no hubo un humilde carretillero, un bicitaxista, un vendedor de DVDs, un amolador de tijeras o siquiera un maestro jubilado devenido “repasador”, dispuestos a suscribir tan notable epístola? ¿Siquiera fueron ellos convocados?
Obviamente, las agudas diferencias sociales de la Cuba actual siguen marcando la pauta, desmintiendo el viejo discurso igualitario que se sigue repitiendo desde el poder. He aquí que entre los negocios privados de la idílica sociedad socialista hay algunos más iguales que otros. Y, como suele suceder, los menos iguales se pronuncian en nombre de todos.
Al final, en una pincelada cuasi pueril, los firmantes hacen un evidente esfuerzo por resultar políticamente correctos ante los ojos del castrismo, quedando así a medio camino entre la defensa legítima de intereses propios y el compromiso ideológico que les exige el Poder verde olivo a cambio de la encorsetada holgura de la que gozan.
Demasiadas dudas en este capítulo epistolar sugieren la existencia de ciertas poderosas manos ocultas que, por supuesto, tampoco firmaron al pie del texto, incluyendo a los promoventes fuera de la Isla. Es sabido que cuando se trata de cuestiones cubanas nunca faltan las conjuras. Pero no seamos suspicaces, a fin de cuentas si nuestros más exitosos emprendedores eligen a Trump como interlocutor, debe ser porque piensan que entre empresarios debe ir la cosa.