LA HABANA, Cuba.- Creo que muy pocos en el mundo han comprendido lo que sucede realmente en la mesa de diálogo entre los Estados Unidos y Cuba. Cuando se dice o se escribe que se trata de un “proceso de normalización” se incurre en el error de pensar que ambos países caminan hacia un futuro de entendimiento y que la isla se alista para un proceso de cambio democrático.
Para quienes se han percatado del desequilibrio en las conversaciones, donde el gobierno cubano sin dudas lleva las de ganar teniendo en cuenta que la estrategia de Obama peca de algo más que de ingenua, les será fácil comprender que a Raúl Castro le interesa poco los resultados de esas negociaciones porque ya tiene en sus manos lo que buscaba con ese golpe de efecto anunciado en diciembre de 2014.
Durante estos dos años de juego diplomático, el gobierno comunista se ha hecho con las mejores cartas para asegurarse al menos una década más en el poder. Aunque los pronósticos pudieran ser un cubo de agua fría para algunos, los hechos demuestran que la estabilidad política de Cuba y su crecimiento económico no solo son de interés para los dirigentes cubanos sino para los gobiernos, empresarios y paisanos “retornados” que actualmente invierten en la isla o que piensan hacerlo, sin que sus decisiones sean condicionadas por el análisis del cumplimiento o no de los derechos humanos o cualquier otra cosa parecida.
Lo han hecho con Rusia, China y Arabia Saudita, lo harían con Corea del Norte si el joven Kim no fuese tan impredecible, entonces, ¿por qué no con Cuba?, de hecho, la Unión Europea recién acaba de “reconocer” que sí hay un proceso de cambio, a pesar de que algunos medios de prensa continúan insistiendo en un significativo aumento de la represión contra los grupos disidentes, hecho que termina siempre en entredicho, bajo sospecha, cuando solo en raras ocasiones se le niega la salida al exterior a un opositor, o una huelga de hambre concluye en un esperado happy end o cuando las detenciones no suelen durar más de 72 horas.
Ni siquiera al próximo gobierno de Donald Trump, del que algunos esperan una vuelta a una política de presión que vigorice a la poco efectiva disidencia interna, le convendrá tener como vecina a una nación demasiado desestabilizada como para agregar una complicación más ‒poco esencial para los intereses norteamericanos‒ a una gestión que deberá concentrarse en lo doméstico y en la solución de otros conflictos internacionales mucho más espinosos que el caso cubano.
Aprovechando la limpieza de imagen que sin dudas le ha proporcionado la estrategia de Obama pero aún más el temor de los empresarios europeos y asiáticos a llegar tarde al repartimiento del pastel cubano y los planes de Rusia por rearmarse como imperio, el manto de protección externa que el gobierno de la isla ha sabido tejer y desplegar a su alrededor en estos últimos años será muy difícil de echar al fuego.
Mucho menos cuando no son significativos los grupos de presión política interna, compuesta por pequeños núcleos desorganizados, sin liderazgo visible, algunos sin propuestas firmes, y todos sin ningún tipo de poder económico y, por ende, sin ninguna capacidad real de negociación, lo cual quedó demostrado desde el inicio del proceso de acercamiento con los Estados Unidos, y más recientemente con la Unión Europea.
Al mismo tiempo que el gobierno cubano ha trabajado con extrema cautela y con éxito innegable la proyección de su imagen hacia el exterior, ya sea mediando en viejos conflictos regionales o haciendo guiños a Hollywood y Chanel, ha reforzado su estrategia continua de debilitamiento de los grupos opositores pero sin mucho esfuerzo ni corriendo demasiados riesgos puesto que mantenerlos al margen, incluso reducirlos a su mínima expresión, no solo conviene a un partido comunista que desea perpetuarse en el poder por los siglos de los siglos sino a quienes saben que la mejor fórmula para un crecimiento económico sostenido es la estabilidad política sin importar el signo ideológico que la identifique. Dinero es dinero, y no valen los remilgos.
Los que esperan que sean las elecciones del 2018 el momento en que el partido comunista se abra a un diálogo con la oposición interna, habrán perdido el tiempo y deberán reconocer que su percepción de los acontecimientos actuales es errada y que no han comprendido de qué se trata este juego.
Para los que continúen dudando, les pediría que buscaran en qué momento de la estrategia de Obama hacia Cuba se perdió aquella su promesa inicial de no negociar con empresarios militares cubanos ni con empresas dirigidas por estos. Lo ha hecho y, les aseguro, Trump también lo hará porque si no otros lo harán y ese error, que significa dinero, enfadará a todos sus detractores.
El gobierno cubano no se encuentra en una posición tan peligrosa ni tan desesperada como para compartir el poder con nadie que no salga bien esa foto de familia, trucada o no, donde todos muestran caritas felices.