FORT PIERCE, Estados Unidos.- El parlamento cubano aprobó este martes un proyecto de ley mediante el cual el nombre del recién fallecido dictador Fidel Castro no podrá ser utilizado para designar instituciones, plazas, parques, avenidas, calles y otros espacios públicos, cualquier tipo de condecoración, reconocimiento o título honorífico, así como comercializar su imagen, lo que se hace “como expresión de la voluntad y la ética política que siempre acompañó a Fidel”.
El documento hace extensiva su prohibición para los casos de monumentos y tarjas conmemorativas. De igual modo se hace referencia a la imposibilidad de hacer uso de la figura del Dr. F. Castro en relación con “el tráfico mercantil, o con fines de publicidad comercial”.
A estas alturas y después de tantos años rindiéndole culto al llamado “eterno comandante” —que ya per se es una manera de adorarle—, qué más da tributarle culto a su personalidad ahora que ya no pertenece al mundo terrenal.
Los de mi generación no necesitamos revisar documentos o imágenes de archivo para precisar o verificar detalles respecto a las desenfrenadas formas de adoración que desde los inicios de la revolución se practicaron.
Acudimos a nuestra memoria para saber desde cuándo se le empezó a rendir un inexplicable culto a aquel que se apoderaba de los sentimientos de las multitudes, manipulándoles con cautela y alevosía hasta lograr sus objetivos, entre los que se encontraba esa necesidad de adoración enfermiza comparable a la de Hitler o Stalin.
Recordemos que durante los primeros años del llamado proceso revolucionario las imágenes del tradicional sagrado Corazón de Jesús, que con devoción la mayoría de las familias cubanas tenían en sus hogares, fueron sustituidas gradualmente por las enormes fotos, afiches o pancartas que de manera seriada reproducían la imagen del hombre barbudo en la plenitud de su lozanía, o las placas metálicas que decían: “Esta es tu casa Fidel” que se ponían en las puertas de las viviendas.
Pero el culto a la personalidad no se limita a las adoraciones de imágenes de un líder o mandatario, sino que va más allá y se expresa a través del fanatismo que directamente puede desencadenar su propia imagen corporal, o la que se llega a hacer a través de la reiteración emotiva de frases y consignas que se llegan a idealizar hasta el cansancio, de modo que cualquiera las puede repetir mecánicamente después de haberlas escuchado o leído durante décadas.
“Jamás renunciaremos a nuestros principios”, “los cienfuegueros son firmes, no hay dudas”, constituyen ejemplos de frases a través de las cuales se ejerce un culto a su autor, las que durante décadas visualicé y permanecen grabadas en mi mente, cual vulgares fetiches, sin poder desprenderme de ellas, como le sucede a multitudes que han estado repitiendo su “patria o muerte”, y más tarde su “socialismo o muerte”, lo que hace que indirectamente se le venere.
Ese excesivo culto fue sutilizándose con los años, y ya hacia la década de los ochenta se empezaron a retirar de las salas de las casas cubanas los colosales cuadros del dictador. Desde entonces se fueron limitando a las oficinas de todos los centros de trabajo, independientemente de la rama a la que se dedicasen y sin ser necesariamente sitios militares o educacionales. De hecho, la nueva ley tiene un aparte para estos casos al precisar que no se impondrán “limitaciones al uso, en actos públicos, de la iconografía e imágenes acumuladas en la trayectoria revolucionaria del comandante en jefe, y se mantendrán sus fotos en centros de trabajo o de estudio, unidades militares e instituciones”.
Pero la nueva disposición tiene un aspecto que permite libremente que se continúe realizando esa idolatría que engrandeció sobremanera su incontrolable ego. El secretario del Consejo de Estado, Homero Acosta, señaló durante la lectura de la propuesta legislativa que también será “válido” que un artista se inspire o utilice la figura de Fidel para crear en cualquier expresión, lo que será explotado en toda su plenitud a través de la literatura, la danza, la pintura, la escultura, la música, el cine y toda aquella manifestación que pueda incluirse en la amplia bolsa de “manifestación artística”.
Tal vez se realicen ciertos encargos —aunque nunca se explicará el proceder y parecerán que han sido inspiraciones voluntarias de los creadores— a prestigiosos compositores dentro de la línea de la música culta y pudiera surgir alguna cantata que, utilizando los recursos expresivos del género, permita narrar la epopeya desde el Moncada hasta la Sierra, o una sinfonía, siguiendo los códigos de la “Canción de gesta” de Brouwer, para ofrecernos una emocionada síntesis de la vida de aquel que cambió para siempre el curso de la nación cubana.
Sobre las biografías en serie ya tendremos ocasión de comentar en los próximos meses, y —por qué no— de los desatinados versos de los “poetas revolucionarios” al estilo del versátil cabecilla de los espías liberados, o las canciones trovadorescas que a modo de piezas de museo se empeñarán en perpetuar su inexistente presencia.
De ahí que esta “prohibición” de la imagen del polémico dictador para evitar el llamado culto a la personalidad carece de sentido. No hay diferencias entre la idea de su nombre en una avenida, una escultura en algún parque, o un centro jurídico bautizado como “Notaría Dr. Fidel Castro” y los enormes murales y carteles que nos persiguen por todo lo largo y ancho de la mayor de las Antillas, los que ofrecen una amplia panorámica a través de su imagen, o de sus frases entresacadas de sus kilométricos discursos, o de sus absurdas reflexiones.
La otra excepción que hace el proyecto de ley está en relación con poder poner su nombre a ciertas instituciones, las que, de acuerdo a las leyes se constituyan para el estudio y difusión de su pensamiento. Así que esperemos por las orientaciones para la creación de los grupos de estudios fidelistas o de las asociaciones en todos los municipios y provincias del país para profundizar en su “extraordinaria” obra, más que escrita, pronunciada.
Así las cosas, la ley es flexible y sobre todo da riendas sueltas a los creadores, entre los que hay muchos que son simpatizantes del régimen— o al menos aparentan serlo—, los que se encargarán de continuar un culto al “invicto comandante”, prolongando lamentablemente una agonía que se inició desde los tiempos en que se colocaba la frase: “Esta es tu casa, Fidel”.