Aparece vestida como se espera de ella: con turbante, tacones y traje color ciruela. Sólo tendría que mover un meñique para que el observador menos informado lo adivinase: es bailarina. Incluso ahora que va por la novena década. Durante este mes, el Ballet Nacional de Cuba, que fundó y dirige representará El lago de los cisnes en el Tívoli de Barcelona.
Si tiene que escoger… ¿’El lago de los cisnes’ o ‘Giselle’?
Giselle. Significa la expresión y a las muchachas de hoy en día les cuesta trabajo, porque ella está loca pero su locura no es violenta. Pero El lago de los cisnes es pura fantasía y requiere una técnica feroz. Sobre todo el papel del Cisne Negro.
Creo que Natalie Portman estuvo visitándoles en el Ballet de Cuba cuando preparaba ‘Cisne negro’. Allí su coreógrafo le dice a su personaje que no está preparada para bailarlo porque no ha vivido lo suficiente. ¿Está de acuerdo?
Ah, no, eso es ponerle un poquito de show.
Pero sí dice que le preocupa el estilo tanto como la técnica.
El estilo es muy importante. Cuando hacemos giras, por ejemplo, por Norteamérica, las compañías se quedan maravilladas del estilo de los bailarines cubanos. Hay que vivir el personaje. Hoy en día parece que se baila todo igual, que sólo se cambian de traje, y eso no puede ser.
¿Y qué tienen los bailarines cubanos que no tienen los demás?
Las mujeres son muy femeninas y los hombres muy masculinos y eso queda muy bello en el escenario.
En Cuba, ¿la revolución fue buena para el ballet?
Le dio todo el apoyo al ballet y lo sigue haciendo. Tenemos una escuela en La Habana a la que entran los chicos, si valen, con ocho o diez años y van pasando cursos. No se descuida su educación.
Usted dejó el American Ballet Theater para irse a Cuba…
¡Yo era primera bailarina! Pero cómo no, me fui para allí y ayudé a llevarlo para adelante.
Sigue tutelando el ballet en Cuba. ¿Cómo cree que evolucionará cuando usted lo deje?
Es que yo tengo previsto vivir 200 años, o sea que aún falta mucho tiempo. Y mientras esté en esta vida, estaré trabajando y dando todo lo que tengo.
Lo suyo no son los montajes modernos.
Yo monto de todo, pero los clásicos los hacemos como son: Coppelia, Giselle, El lago…, La bella durmiente…
¿Qué recuerda de su debuten Nueva York? Su historia fue como las que hemos visto tantas veces en las películas. La estrella enferma, le llaman para una sustitución….
Oh, sí, estaba todo vendido para ver a la gran Alicia Markova. Ella enfermó y el director me dijo: vas tú. Yo le dije: Yes, baby. Ensayé tanto que perdí la piel de los talones, pero ni lo noté. Recogí todos los ramos de flores que me llegaron y se los llevé a Markova al hospital.
Cuando le detectaron los problemas de visión, temió no volver a bailar…
Pasé todo un año sin poderme mover. Pero bailaba en mi cabeza. Imaginaba todos los ballets, con los escenarios, el telón, todo…
¿Y cómo fue después la vuelta a los escenarios? Se acostumbró a bailar sin apenas ver.
Me fui acomodando y mis compañeros me ayudaron muchísimo. Me conocen perfectamente. He tenido la suerte de tener muy buenos partenaires, como Igor Youskevitch. ¡Un compañero no es un mecánico! Hay que hacer creer que son dos enamorados. El público realmente debe creer en ello.
No se baja de los tacones. La coquetería no tiene edad…
Es que yo soy mujer. ¡No he dejado de ser mujer!
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