HARVARD, Estados Unidos.- Una vez más queda claro que el mejoramiento del socialismo cubano es inversamente proporcional a los anhelos de quienes aspiran comer tres veces al día, cobrar salarios dignos y vivir sin el temor que la casa le caiga encima.
Los avances siguen teniendo como denominador común los parches y los apuntalamientos.
Basta con echarle una ojeada al capital que llega enfundado en los camisones del oportunismo y la complicidad de la alta burocracia nacional para la inauguración de exuberantes negocios frente a una hilera de edificios despintados y al borde del colapso, cerca de un agromercado estatal donde un tumulto pelea por la cuota de papa que entregan por la libreta de racionamiento y en las inmediaciones de uno de los tantos cines o solares convertidos en ruinas donde se va a vaciar las vejigas y los intestinos a falta de baños públicos.
El próximo desembarco de 16 boutiques que comercializarán las marcas Mango, Gucci y Lacoste, entre otras, dentro de los predios del Hotel Manzana Kempinski, ubicado en el corazón de Habana Vieja, define la apuesta de los madamases en restregar su pasión por el lujo en las narices de los cubanos que sobreviven a duras penas. La empresa Gaviota, controlada por los militares, es la que compartirá el botín con sus partners suizos de la empresa Kempinski.
Los vecinos tendrán que conformarse con mirar los precios de vértigo y su indigencia reflejada en los relucientes cristales.
Paso a paso se va articulando el modelo cuyos gestores publicitan como el remedio más eficaz para aliviar los efectos del desastre existencial que nos acompaña desde la década del 60 del siglo XX.
A estas alturas de la historia es posible avizorar hacia dónde nos lleva este experimento con algunas similitudes al que llevaron a cabo los chinos a partir de 1979 bajo la presidencia de Deng Xiao Ping.
Hasta ahora, Raúl Castro no se atreve a llegar tan lejos como sus socios de Pekín. Sigue aferrado a las teorías bolcheviques y parece que se llevará a la tumba su reticencia a legitimar la economía de mercado.
Los hombres de negocios que aguardan por el visto bueno para iniciar operaciones en Cuba, deben esperar a que el presidente haga los cálculos que le garantizan la pureza de los valores revolucionarios, dígase partido único, economía controlada por sus amigotes del ejército y miseria para la mayoría como estrategia de dominación. Por el momento no hay variaciones en la ruta que conduce, según los que la trazaron, a la prosperidad de todos.
Lo cierto es que el pueblo sigue tragándose el purgante marxista-leninista mientras los jerarcas liban descaradamente las mieles que chorrean en las proximidades de Wall Street. Los proletarios cuentan con una nueva oportunidad de recrearse con los relumbrones de la opulencia que salpican a La Habana. Una ciudad que transpira angustias y lágrimas en su extensa geografía.