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LA HABANA, Cuba.- Después de recorrer varios países como poeta callejero, el educador alemán Maurice Meyers pensó que lo había experimentado todo, hasta que llegó a Cuba. Aterrizó por mar en la isla después de dos años de recorrido por Portugal, Guyana Francesa, la selva amazónica de Brasil, Perú, Ecuador, Colombia y Guatemala (desde donde salió hacia La Habana en el catamarán de unos turistas australianos).
El equipaje de Meyers es ligero, una máquina de escribir Royal, donde teclea su inspiración poética, y un bolso con tres mazas (clavas) albatros para hacer malabares en tiempo difíciles. Durante dos años su principal labor se enmarca en crear poemas para los transeúntes, ya sea por encargo o por antojo de su musa.
“La poesía la escribo cuando llego a ciudades que tienen mucha vida cultural y donde hay mucho turismo”, dice el poeta a CubaNet.
La poesía de Meyers no se ha perdido completamente en las calles. Mayormente de contenido social, sus poemas han quedado recogidos en dos libros que el mismo autor califica de alcance regional. Quizás por eso no aspira a que la poesía cubra las necesidades económicas de sus recorridos internacionales. En Colombia trabajó por tres meses en una plantación de café, en Centroamérica hizo malabares con las clavas en la calles. Esa es la idea con la que viaja y con la que llegó a Cuba, donde después de un recorrido por la zona oriental del país, regreso a La Habana para hacer arte callejero.
Un problema con la policía
Aludiendo a la forma de hablar de la mayoría de los policías, en Cuba hay un concepto popular que satiriza a la poesía. “Un poema es: un po’ema (problema) grande con la po’esia (policía)”.
Eso fue justo lo que le sucedió al poeta cuando intentó continuar con su plan de viaje en las calles de La Habana Vieja. La policía de recorrido le pidió el “carné de identidad” y “el permiso de cuentapropista para trabajar (escribir poemas) en la calle”. Nada le valió al alemán el argumento de inocencia, el walkie tolkie y el auto patrullero cumplieron el esquema policial. Meyers fue a parar a la estación de policía de Cuba y Chacón, en La Habana Vieja.
“Yo no hice nada malo”, dice Meyers riéndose de su desgracia como un cubano más. El arresto es para los cubanos un tema ordinario, que por su frecuencia, lesiona la libertad de circulación en las calles de la isla.
Una jornada completa necesitó la policía para identificar a Maurice Meyers como ciudadano australiano. Para el alemán no es el único desacierto, tampoco le parece lógico que lo hayan absuelto y liberado por un delito que nunca cometió. En esta ocasión la policía no tuvo la necesidad de levantar un “Acta Advertencia Oficial”, el mismo policía del arresto se encargó de prohibir cualquier intento poético del alemán.
“Me dijeron que no podía escribir poesías en esta zona (turística) en otro lugar, quizás, aquí no”, dice y agrega que no quiere problemas, mientras examina la calle con la vista. Sin proponérselo Mayers se unió al ejercito de vendedores que vigilan en la calles la llegada de la policía.
Maurice Meyers no viaja en avión, durante dos años consiguió hacerlo por mar y tierra, ganando experiencias que deja reflejada en su poesía. Abordar un avión “transforma el recorrido en turístico o comercial”, nos dijo. ¿Cómo saldrá de la isla?, no se sabe. Seguramente sus deseos son los de volar lo más lejos posible de una tierra donde escribir poesía en la calle es un problema.