NAPLES, Estados Unidos.- Los últimos soldados de la Guerra Fría es el título de un libro del escritor brasileño Fernando Morais, texto que narra los sucesos de los cinco espías cubanos infiltrados por el régimen de La Habana hacia el final de la década del noventa en territorio de Estados Unidos, y que se presentara en Cuba en 2013 durante la III Conferencia Internacional “Por el Equilibrio del Mundo”.
Estaría de más referirme al enfoque de su contenido. El hecho de que se vendiera en Cuba, y que tuviera el visto bueno del teólogo izquierdista Frei Betto, constituye la carta de presentación que nos da la medida de su parcialidad en franca defensa de las fechorías de los agentes cubanos.
El director de cine francés Olivier Assayas ha tomado como guía este libro y se encuentra preparando una película, cuyos protagonistas serán los integrantes de la Red Avispa al servicio del régimen comunista de la isla, por lo que los llamados “cinco” vuelven a ser noticia.
Dejando a un lado el futuro filme —del que seguramente se comentará mucho en su momento—, detengámonos en un punto que llama poderosamente la atención. Me refiero a los puestos o cargos de dirección que se les ha asignado a los espías, devenidos héroes, de acuerdo al criterio del sistema comunista cubano.
Luego de su excarcelación, ya fuera porque cumplieron sus sentencias unos, o por el negocio entre el régimen castrista y el entonces presidente Barack Obama, y una vez que viajaron por el mundo contando sus “proezas” llegó la hora de trabajar —si es que este término resulta aplicable a ocupar puestos y cargos de dirección, algunos hasta de carácter simbólico— y hacer algo por conservar la imagen que todo “héroe” debe tener, se hizo necesario crear puestos o realizar cambios en algunos directivos para poner a los espías al frente de ciertas instancias y organismos.
Se pensó que Antonio Guerrero —dada su fuerte vocación artística incentivada en el ocio de las prisiones estadounidenses, en las que tuvo tiempo y condiciones para escribir y pintar— ocuparía cargos de dirección en algún sector de la cultura nacional, o al menos en alguna de las numerosas instituciones destinadas a estos fines; sin embargo nos sorprendió a todos que a mediados de 2016 le dieran el cargo de vicepresidente de una organización de diseño e ingeniería empresarial en el sector de la construcción.
Además de espía y comunista acérrimo se sabe que se graduó en 1983 de ingeniería en la construcción de aeródromos en la desaparecida URSS; especialidad carente de sentido en una isla que se desmorona día a día, y al menos, no se conoce públicamente de proyectos constructivos para el aterrizaje y aseguramiento de aviones civiles o militares, lo que tal vez en el pasado fue previsto por la cúpula militar cubana que lo enviara a cursar tan excéntrica carrera.
La letra de los llamados poemas de Antonio Guerrero en el contexto de la poesía de nuestros tiempos resulta ridícula en su aspecto formal, en eso que Martí sabiamente llamó la esencia, y de su contenido mejor no hablar. Basta con conocer su trayectoria para percibir esas forzadas ansias de denuncia —de lo que está en todo su derecho si es que creemos en la libertad artística—; pero en su caso el mensaje jamás logra encontrarse con aquella forma que recuerda a los enamorados poetas menores que, arrastrando remanentes de un romanticismo tardío, hicieron de las suyas en las primeras décadas del siglo XX.
Tal vez si se utilizaran como textos para canciones populares trovadorescas —como ya hizo el comprometido trovador cubano Vicente Feliú— resultarían un poco más digeribles, y sin duda, serían mejores que las tonterías de un español llamado Melendi o las espantosas cancioncillas de un Ricardo Arjona que se resiste a desaparecer en el tiempo.
Con su tendencia pictórica sucede algo similar que con la literaria. Todo parece indicar que don Tony es un caballero de tiempos pasados y por lo tanto refleja su condición de antaño en su quehacer “artístico”. Unas mariposillas llenas de colorines apropiadas para el entretenimiento de nostálgicas señoronas retenidas a resistirse ante la inmediatez de estos tiempos, y un grupo de rostros de héroes y mártires cubanos, han centralizado su obra; pero se las expusieron con bombos y platillos —se trata de un “héroe antiterrorista” y no importa si lo que se expone es digno o no de figurar en galerías—.
Gerardo Hernández, exjefe de la Red Avispa, graduado de relaciones internacionales, es vicerrector del Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa”, puesto que guarda relación con su perfil y también con sus ideales. Recordemos que dicho centro cuenta con un claustro de profesores “comprometidos con Cuba, la Revolución y el Socialismo”, los que se encargan de incentivar la retórica comunista en los estudiantes, en su mayoría funcionarios del MINREX en condición de cursantes de postgrado o futuros “cuadros” de dicho organismo en la enseñanza regular de pregrado.
Fernando González, graduado de relaciones internacionales, fue designado vicepresidente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP) y el 28 de marzo de 2017 quedó definitivamente como su presidente. Como se podrá inferir, esta institución que tal vez en el pasado jugara su papel, dado el auge del intercambio con los países del campo socialista, hoy no es más que una sombra espectral que de manera simbólica permanece como recuerdo de museo.
Los cargos que le han asignado a Ramón Labañino resultan ser los más coherentes si se considera su condición de economista —graduado con título de oro como suele ponerse en todas sus síntesis biográficas—. Este espía se desempeña como asesor del Gobierno en temas de “cooperativismo e integración”, un amplio saco donde todo cabe pero nada se echa. Se le ha nombrado vicepresidente de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba (ANEC) para actividades profesionales, cargo que ocupa desde el 16 de mayo de 2016.
El caso de mayor incongruencia resulta ser el de René González, quien es piloto e instructor de vuelo, lo que estudió entre 1979 y 1982 en Pinar del Río —según las diferentes fuentes que he consultado—, por lo que se trata de una carrera técnica de solo tres años y no una universitaria, con independencia de que la enciclopedia oficialista Ecured lo clasifique como universitario; pero esto no es lo más importante, sino el cargo que le han designado completamente ajeno a su perfil.
La Sociedad Cultural José Martí, tras la consulta a los miembros de su Comité Nacional y en cumplimiento de lo establecido en los Estatutos de esta organización, a propuesta de su presidente, el Dr. Armando Hart Dávalos, René González fue elegido y designado vicepresidente.
He tratado de ser imparcial al escribir. Por el hecho de que alguien tenga ideales diferentes a los míos no significa que lo juzgue injustamente, como tampoco soy capaz de elogiar a quien no lo merece aunque coincida con su proyección política, pero tengo derecho a cuestionarme si alguien que se pasó su vida en “misiones internacionalistas” en Angola, que se graduó con premura de piloto, que malgastó su tiempo en las filas de la juventud comunista cubana, y para colmo se involucró en acciones de espionaje como enviado del régimen castrista en Estados Unidos, tendrá el conocimiento suficiente acerca de la vida y obra del maestro y Apóstol cubano —que en mi criterio deber ir más allá de saber de la existencia de sus poemarios principales y de sus discursos revolucionarios para adentrarse en la singularidad de su pensamiento ético, filosófico y religioso, así como poder interpretar lo que detrás de la letra escrita quiso decir en textos ejemplares como los que dedicó a Emerson, Darwin, Marx, Besant, Sheridan, Mc Glynn, o Whitman— como para poder ocupar el cargo dado y desempeñar con dignidad sus funciones.
Quizás los múltiples directivos con que cuenta esa organización oficialista —totalmente politizada y penetrada por el régimen cubano—, al saber las posibles lagunas del piloto en relación con el pensamiento martiano, le han designado que se ocupe de aspectos tan insignificantes como los encuentros con diferentes instituciones martianas, y con los Ministerios de Cultura, Educación Superior y Educación, para atender la labor con los niños y jóvenes, así como el trabajo de los clubes martianos, los consejos municipales y las Juntas Provinciales de dicha Sociedad, lo que resulta ser un invento que queda plasmado en actas y documentos; aunque jamás de lleguen a concretar como acto.
En fin, los espías están ocupando cargos intrascendentes, como si no hubiera donde ponerlos o qué hacer con ellos para preservar aquella imagen difundida por años durante la irresistible campaña que hiciera el régimen para lograr el retorno de sus “héroes”.
Habrá que ver dónde los pondremos cuando en la patria de Martí su población sea la encargada de decidir quién los pueda representar y dirigir democráticamente, pero no nos quepa la menor duda de que jamás un piloto va a establecer directrices en cuestiones martianas, ni un ingeniero en construcciones de pistas de aterrizaje estará exponiendo pinturas mediocres y difundiendo ridículas poesías.