CAIBARIÉN, Cuba.- La gente ordinaria de mi pueblo siquiera sabe si en verdad no hubo más muertos que los referidos por el gobierno, porque entre rumores no confirmados se habla de cuerpos barridos por ingentes olas en los cayos adyacentes cuyos propietarios no eran oriundos de la localidad, por ende no han sabido si volvieron por fin a sus casas.
A esos islotes aislados de tierra firme por la rotura parcial o total de los puentes, se ha prohibido el acceso (marítimo, único posible) portando artefactos tecnológicos que dejen constancia del desastre. Trajeron ayer una patana con remolcador para llevarles auxilio, pero quedó varada en el fango por malos cálculos patronales del calado desatendiendo a la pleamar.
Dicen que se trataba de gerentes o empleados de alto rango comprometidos a muerte con el emporio militar que les emplea, quienes quedaron en sus hoteles “a custodiar bienes” (a veces no tan buenos).
Digo de mi pueblo y pienso en todos los demás. No solo en los cubanos, sino en los del Caribe entero. Los arrasados en vida.
Ayer miércoles 13 salió un carro parlante a la calle por vez primera anunciando arribazones de brigadas solidarias y un futuro extraordinario. No salieron antes a derribar árboles acechantes para evitarnos todo este daño.
Esta IRMA presuntamente “antiturística” y vengativa con el mando que perdió también sus rediles, tan venida a menos, dejó a muchos miles sin nada, la mayoría sin cubiertas, y se convirtió en la calamidad más impresionante que ojos humanos vieron luego del desembarco de Colón. Porque ni el famoso huracán del 26, con su sonado ras de mar en Santa Cruz del Sur, abarcó franja comparable. Pero sí asoló esta tormenta al orgullo local que se empina ufano con las venidas de extranjeros.
Revisando las fotos tomadas antes y durante el gran desguace (ocurrido a la marchita), descubro que me faltan palabras (o me sobran más bien) para tildarles con tacto.
La ola de indignación levantada antes de que el evento aconteciera advirtiendo acerca de la desidia gubernativa frente a la cercanía y potencialidades destructivas de la pasada monstrua, parangonó en otra de aguas marinas de alturas insospechadas con el arrase posterior de nuestras orillas.
Y cerca de ella vive la gente rodeada de unas marañas cableras en zopilotes muy antiguos.
Mis hermanos y hermanas de la costa norte sabrán que nunca antes hubo huracán más peligroso que el instaurado con el malsano afán de posar in extremis de humanitarismo viso, sino barajando cifras, alarmando muy poco y azuzando gratitudes con la polémica entrega.
Mi natal y pobre ex puerto ya no es. 72 horas después del suceso aún no había ni una sola brigada de parte otra del país. El pronóstico que ofreció a este redactor una ingeniera de cargas y otra funcionaria de la empresa eléctrica fue que la brigada primera de 100 linieros de Pinar del Rio que arribaría el recién pasado domingo 10, fue desviada hasta “la capital de casi todos los cubanos” por orden de la defensa civil que es lo mismo que decir el cuerpo de ejércitos comandados por el viceministro de las FAR, bajo conducto general. Quien, de paso, pasó por aquí, montado en coche. No se sabe quiénes iban en los helicópteros que supervisaron, porque nada dejaron caer.
Luego, desde la 2da capital de la isla fracturada, nos dijeron, el secretario Lázaro Expósito mandaría más refuerzos para reciprocarnos por su pertenencia a esta tierra de tradiciones con las que él mismo ha contagiado los carnavales santiagueros. Esa nueva brigada quedó atrapada por otra urgencia capital: Camagüey.
Así los albergues preparados para la anunciada ayuda nunca se llenaron de electricistas, y la mitad de los postes del precario tendido aéreo continúan en el suelo. Hay barrios que demorarán al menos un mes en alumbrarse.
Los árboles y las casas caídas (que son incontables) fueron levantados como pudieron sus vecinos e inquilinos. Tres días después aparecieron grúas. Se trasluce que no tenemos ninguna prioridad en cronograma nacional antidesastre.
Hay que reconocer que Comunales ha hecho lo que jamás hizo desde 1986: ha podido (ya que no podó), en su trascendental abandono de los basureros, pasear sus carros hasta dos veces al día, para que la mierda no nos devorase, pues hasta las moscas desaparecieron. Y los mosquitos –en cambio– ya empezaron a incubar. El agua comienza a venir por gravedad en algunas cisternas, pero en un estado deplorable que se empeora con los cubos de los usufructuarios y las sogas para extraerla.
Preguntando en el Poder Popular (ese que sí es poder), la vicepresidenta Mariela Villareal aclaró al alud de damnificados en cola que “el municipio no cuenta con asignación de materiales para la reconstrucción inmediata, pues como se indicó, cada territorio debe arreglárselas con lo que tengan” pero no dijo que Raúl garantizó en dos meses lo máximo el restablecimiento cabal de todo el cayerío, que sería alistado para la temporada alta –ya a las puertas–, pues para ese noble fin “el país cuenta con todo lo necesario”.
Les dejo entonces este testimonio gráfico en diferentes momentos pre y post ciclónicos. Añadirles comentarios a estas imágenes (dantescas) serían trabajos de horror perdidos.