LA HABANA, Cuba.- En Cuba, la cultura del envase (empaquetado fabril) de los alimentos vendidos en moneda nacional no existe. La venta de la mayoría de las provisiones se hace a granel y la cantidad negociada se define por unidades, pesaje o medidas “calibradas”, procedimientos que dan cabida a la manipulación y la “lucha” (estafa), para esquilmar al consumidor.
Los alimentos vendidos a granel están expuestos a la contaminación bacteriana y cruzada. También son afectados por humedad, polvo, suciedad, roedores e insectos; incidiendo además la incorrecta manipulación, transporte, embalaje, almacenamiento y conservación.
La contaminación alimentaria, ocasiona múltiples enfermedades gastrointestinales, alergias e intoxicación, entre otras.
La mermada calidad de los comestibles ofertados se intensifica por falta de refrigeración y neveras en los locales, demoras en el suministro y adulteración o “bautizo” por los dependientes. Las quejas ciudadanas sobre calidad surten nulos efectos.
La distribución de cárnicos se hace a granel, en bolsas de nailon o cajas plásticas. Las cajas vacías son amontonadas sin previo lavado hasta su recogida varios días después, dejando al plástico impregnado de contaminantes y olor nauseabundo que atrae las moscas, evidenciando falta de higiene. Los distribuidores tiran las cajas directamente en la acera o el suelo del establecimiento; sucio por gotas y productos vertidos, humedad, moscas y churre.
Los establecimientos destinados a la venta normada, en su mayoría carecen de condiciones para el almacenamiento y conservación adecuados de los alimentos. En algunos, son depositados directamente sobre el suelo por ausencia de soportes de madera.
Los productos habituales: Jamonada y embutidos decolorados, picadillo, de consistencia viscosa y saturado de soja, en ocasiones fétido y de color verdoso, masa de croquetas (siempre de subproductos) blancas por exceso de harina, pollo (solo cuartos traseros) y algún que otro producto para dietas, tan escasos como las dietas mismas.
“A veces tengo que echárselo al puerco, porque al comprarlo ya está echado a perder”, apunta un jubilado desde la cola, refiriéndose al picadillo.
Los productos marinos y la carne vacuna o equina no forman parte del menú popular. Estos alimentos, unos prohibidos o vedados, otros bajo estricta regulación y control estatal, solo aparecen en el mercado negro a tan altos precios que escapan al alcance de la mayoría. Su oferta se reduce a subproductos, picadillo y huesos roídos.
La oferta liberada de carne de cerdo es monopolizada por el sector privado y ocasionalmente asumida por el Estado. En los lugares de venta, las carnes se exhiben colgando o directamente sobre el mostrador, siempre al aire libre, bajo inadecuadas condiciones higiénicas y expuestas a contaminación.
Los huevos (ahora desaparecidos), son distribuidos directamente desde las granjas productoras a los puntos de almacenaje, venta o elaboración, sin mediar proceso alguno de higienización, envasados en cartones reutilizados, e impregnados de un mal olor que invade rápidamente los locales.
El “pan nuestro de cada día”, se ha trocado en una dura masa informe con sabor indeterminado. Los directivos alegan que la baja calidad se debe a que carecen de los ingredientes necesarios. “Se hace lo que se puede, con pequeños porcientos de lo que tengamos en existencia, a veces sin aceite, otras sin azúcar o sal y ahorrando la levadura al máximo… la harina la traen en carretas (tractores) y casi siempre hay faltante en las asignaciones”, explica un maestro panadero. “Bastante bueno sale”, agrega.
Los líquidos ofertados a granel, generalmente desabridos por exceso de agua (“bautizo”), son expedidos con cualquier vasija sin marcado de cantidad. Yogurt o puré, cerveza o sirope muestran igual consistencia.
En las placitas, caracterizadas por insuficiente surtido, viandas y frutas de escasa demanda, medio podridas o patisecas luego de varios días en oferta, mantienen su precio invariable ignorando la merma de calidad.
Los mercados Ideales tienen mayor oferta, pero también mayores precios, no acordes con la remuneración salarial promedio.
Una solución bastante socorrida para variar el menú, son los establecimientos gastronómicos. Pero los “módicos precios”, son desventajosamente masacrados por la baja calidad de servicios y productos, demora, mal trato, bajo gramaje, falta de higiene e inversión de temperatura (comida fría y líquidos calientes).
Los restaurantes no son considerados como opción grata por la extendida costumbre de recalentar comida sobrante, mayores precios y escasa oferta.
Las tiendas recaudadoras de divisas representan la última opción a considerar, por los elevados precios. Allí los anaqueles rebozan de productos variados, muchos llegan a la fecha de caducidad sin salir del embalaje original. Para la mayoría, la compra de alimentos se reduce a aceite y cárnicos.
Los alimentos a punto de vencimiento o vencidos son rebajados de precio. Rebaja que se convierte en fuente de lucro para dependientes y revendedores asociados, que acaparan tanto como pueden para surtir al mercado negro.
Bajo estas condiciones, los cubanos, acostumbrados a no cuestionar, compramos lo que llegue, cuando llegue y como llegue. La insuficiente oferta provoca colas enormes. No porque tanto guste, sino porque no hay de otra.