LA HABANA, Cuba.- Para muchos cubanos de cualquier lugar del mundo, Miami se ha convertido con el tiempo en la capital, precisamente, de todos los cubanos, con mayor razón que La Habana, entre otros motivos porque, en los últimos años, hay más obstáculos con las autoridades del país para irse a vivir a La Habana que para irse a vivir a Miami.
Claro que, después de tanta migración interna hacia la capital, en los pueblos de provincia y las ciudades más apartadas es fácil hallar a alguno que tiene un familiar en La Habana, pero ya se ha hecho muy normal que cualquiera tenga un familiar, no ya en cualquier lugar del mundo, sino exactamente en Miami.
Si Miami se volvió algo así como nuestra suprema capital es, entre otras cosas, porque La Habana ya no tiene huesos, sangre ni músculos para soportar la misión de centro de gravedad del cuerpo de un país y, además, en la ciudad norteña hay suficiente energía, incentivos y espacio para que los cubanos crezcan sin alejarse de su terruño.
Durante no pocos años, Miami fue para muchos de nosotros el País de Jauja, donde la gente podía degustar platos y platillos que en Cuba solo recordaban los mayores. Aunque el régimen intentaba oscurecer la imagen de la vida en el exilio, cuando comenzaron a venir con frecuencia aquellos “gusanos” devenidos “mariposas” pudimos ver la realidad.
En los lugares empobrecidos ya el sueño no era irse a vivir a La Habana, sino a Miami, y en La Habana la gente quería lo mismo. El camino de la prosperidad ya no iba al oeste, sino al norte. De cualquier manera, la obsesión furtiva —con masivas explosiones, como El Mariel en 1980 o los balseros de 1994— era llegar a Miami.
Por lo menos cualquiera siempre querría ir de visita, si puede. De allí nos llegan dinero, ropa, comida, medicinas y equipos electrodomésticos. Una llamada telefónica de Miami es un acontecimiento, porque allí están el hijo, la madre, el hermano, la nieta, el esposo, la novia, el familiar que se fue para ayudar a los suyos de aquí.
En un reciente programa de televisión se habló de la intención gubernamental de acortar el “desplazamiento migratorio”, el trayecto que recorre la gente que quiere mejorar sus condiciones de vida. El destino no siempre debía ser La Habana. La gente debía poder encontrar mejoría más cerca de su lugar de origen.
Uno se pregunta cómo lograría eso un gobierno que ocasionó y aún ocasiona un desplazamiento migratorio tan desproporcionado y atomizado que parece una explosión demográfica en el sentido más literal del término: una parte enorme y creciente de la población salta hacia todos los puntos cardinales y hay cubanos en Australia, Siberia y el África profunda.
Imaginar eso en cámara rápida es visualizar la voladura de una nación. Cubanos huyendo de algo que parece tan destructivo como una guerra, como una gran hambruna, como una espantosa catástrofe social, como un descomunal desastre político. Como todo eso a la vez.
Durante el régimen castrista, para que esa fuga no sea un vaciamiento rápido, ha sido siempre tan difícil tener incluso una modesta embarcación que para muchos eso se convierte en obstinación y acaso por ello Hialeah, que no está en la costa, pero está llena de cubanos, se halla entre las ciudades de Estados Unidos con mayor cantidad de embarcaciones por habitante.
Los cubanos que huían, en su mayoría, no se fueron muy lejos, y para recuperar lo perdido, en un colosal esfuerzo, convirtieron una vasta zona de veraneo poco poblada en una de las mayores áreas metropolitanas del país. “En Estados Unidos tenemos un claro monumento a lo que los cubanos pueden construir y se llama Miami”, dijo Barack Obama cuando estuvo en La Habana.
El mismo presidente ya había dicho que “Miami es la capital de América Latina”, aunque esa era una frase que circulaba desde antes entre los habitantes hispanos y los millones de turistas. A nadie le sorprendía la afirmación. Desde 1929, la Pan American World Airways (Pan Am) publicitaba a Miami como “la puerta de las Américas”. La Habana, en 1959, iba a ser “el puente entre las Américas”.
Como Miami se conoce en el mundo al condado de Miami-Dade, pese a que Miami es solo uno de sus 34 municipios. La gran mayoría de sus habitantes son de origen hispano. De estos, casi la mitad son cubanos. Esta llamada Ciudad del Sol es considerada por los latinos mejor para vivir que grandes capitales como Buenos Aires, Santiago de Chile, Bogotá o Lima. Y su comunicación aérea con esas y otras urbes importantes de América es excelente.
No extraña que allí naciera la Cumbre de las Américas, auspiciada por la Organización de Estados Américanos (OEA). Tampoco a nadie le pareció raro que Fidel Castro expresara: “Esas cumbres tienen su historia y por cierto bastante tenebrosa. La primera (1994) se realizó en Miami, capital de la contrarrevolución, el bloqueo y la guerra sucia contra Cuba”.
El fallecido dictador fue precisamente el autor de la “leyenda negra” de Miami. Eso tampoco es de extrañar porque, pese a todo el beneficio económico que le haya aportado el exilio de allí a su régimen, también es una prueba viviente de que la esperanza para los cubanos no es un sistema como el que él impuso y de que Cuba no es un ejemplo para ningún otro país.
Se puede esperar que algún día, dentro de muchos años, La Habana y Miami sean casi una sola ciudad. La Habana y Miami están más próximas que Santiago de Cuba o Camagüey y La Habana. Miami-Habana, una súper urbe que una mente enfebrecida puede ver como una Nueva Atlántida o la verdadera Ciudad del Sol utópica. Ni siquiera tendrá sentido hablar entonces de anexión.
Pero estas son solo palabras y el presente es difícil y el futuro resulta incierto para los cubanos. Hay mucho que salvar, que recuperar y reconstruir y no debemos aguardar a que terminen el castrismo y el poscastrismo. Eso lo sabemos ya en Miami y en Cuba.
En Miami, el poeta Ramón Fernández-Larrea tiene un programa radial, Memoria de La Habana, que intenta rescatar todo el pasado sonoro de Cuba en el siglo XX y está dirigido a los que siempre escucharon hablar a sus padres y abuelos de Cuba y la vida nocturna de la gran ciudad. Su divisa es: “Nosotros sí sabemos el pasado que nos espera”.
Tenemos que asegurarnos de que las sombras del pasado no nos aguarden en el futuro. La utopía de la convivencia de todos los cubanos, sin que importen sus ideas, es ya un proyecto mayoritario y posible. No es una utopía ideológica. Es lo que ya comenzó a ocurrir desde hace tiempo en Miami. La utopía de que “cubanos de Miami” y “cubanos de Cuba” no son diferentes.
¿Capital de América Latina? ¿Capital de todos los cubanos? ¿Qué será Miami? Hay que saber primero qué será Cuba más allá de una Cumbre de las Américas en Lima o en cualquier otra ciudad del hemisferio. Hay que saber primero qué queremos ser los cubanos.