LA HABANA, Cuba, noviembre (173.203.82.38) – Yolanda es una camagüeyana que estudió Ingeniería Civil en el Instituto Superior Politécnico José Antonio Echevarría, en La Habana. Allí conoció a Julio, con quien se casó, y vivieron varios años con los padres del marido.
Cuando la madre de Yolanda enfermó de la rodilla, Yolanda la trajo al hospital ortopédico Frank País, en La Habana. Allí la operaron, pero regresó a Camagüey sin poder volver a caminar, por lo que Yolanda y Julio se mudaron con los padres de ella, para cuidarlos.
En el hospital Manuel Ascunce, de Camagüey, el ortopedista que examinó a la madre de Yolanda le dijo que necesitaba revisar la historia clínica antes de ponerle tratamiento. Para buscarla, Yolanda regresó a La Habana.
Cuando llamó a su cuñada para anunciarle su visita, la mujer se alegró, pero le dijo: “Trae comida, que esto está que arde”.
Yolanda empezó a acopiar para el viaje. Su hermano, que es pescador, le consiguió dos buenos pescados. Con esto y algunos víveres más que consiguió se apuntó en la lista de espera de la terminal de ómnibus a las seis de la mañana. Pero a las ocho de la noche, seguía allí.
Ya se disponía a ir hasta la casa a bañarse y comer algo, cuando se le acercó un furtivo vendedor de pasajes, que “discretamente” le propuso un pasaje para La Habana por ciento cincuenta pesos, y le señaló una guagüita que esperaba frente a la terminal. Yolanda aceptó y echó a correr para no quedarse sin asiento.
Mientras la guagua avanzaba, Yolanda pensó que estaría temprano en La Habana, y con un poco de suerte, ese mismo día podría conseguir la historia clínica.
En Sibanicú, el chofer se detuvo en un establecimiento de la cadena de mercados estatales Doña Yuya. Allí estaban vendiendo queso blanco y Yolanda compró tres porciones de cinco libras cada una para regalarle a la familia.
Ya estaba aclarando cuando pararon en el restaurante El Conejito, de Matanzas, donde no había ni café mezclado. Desayunaron gracias a los cuentapropistas: algunos vendían pan con lechón o jamón, otros, con guayaba, otros, refrescos de botella, o café con leche, o café solo.
Entrando en La Habana, por Guanabacoa, varios policías detuvieron la guagua para registrar los equipajes. Al llegar al de Yolanda, el olor a pescado les llamó la atención, así como la cantidad de queso que llevaba. Ella les explicó dónde había comprado el queso, pero como no le habían dado comprobante, no la creyeron; la llevaron a la estación de policía junto con otras dos mujeres que llevaban langostas. Por más que Yolanda defendió sus pescados y su queso, así como las otras mujeres su paquete de langostas, la policía les confiscó todo y, además, les impuso multas.
Llegó ya por la tarde y con las manos vacías a casa de su cuñada. Al contarle lo sucedido, la cuñada sólo pudo decir: “¡Hasta cuando seguirán los abusos!”