LA HABANA, Cuba.- Todo comenzó cuando mi vecino, un mulato cuarentón que se las da de ¨bárbaro¨, pidió hablar conmigo. Se acomodó en uno de los butacones de la sala como si la visita fuera larga y me dijo de sopetón:
-Dígame, vecina, ¿cuál es el lío de la Constitución, que en definitiva ni yo ni otros socios míos la hemos visto nunca?
Me levanté como pude, pese a mis casi ochenta años, me fui al cuartico de mis libros y le mostré un viejo folleto color naranja de la Constitución de 1976.
-Sí, está bien, ¿y qué me dice? Sigo sin entender.
La conversación duró hasta que el cielo se oscureció. No había leído jamás el dichoso folletín y desconocía que habíamos estado alguna vez más de diecisiete años sin Constitución.
-¡Al garete! -exclamó-.
-Al margen de las leyes, le respondí.
No sólo mi vecino vive en plena ignorancia. No lee periódicos, no pone asunto al Noticiero de la televisión. Como si viviera en el limbo, haciendo piruetas para comprarse una cervecita Bucanero, que sigue desaparecida del mercado o un traguito de ron barato. Pero buena gente es. Al menos eso dice la gente del barrio.
Con toda mi calma le expliqué que el 5 de enero de 1959 -ni remotamente él había nacido-, desaparece la Constitución de 1940, una de las más progresistas de nuestro continente y quedan todos los poderes en manos de Fidel Castro y su hermano Raúl.
Sin consultar al pueblo, a puertas cerradas, establecen la Pena de Muerte el día 10 de enero, el 30 del mismo mes se suspende el derecho de Habeas Corpus y las garantías constitucionales a quienes estén sometidos a juicio. A continuación se expropian las grandes empresas extranjeras y cubanas, un comercio de siglos de primera calidad, puestos de fritas y timbiriches, y terminan por controlar todos los medios de prensa independientes.
De esta forma, a partir de 1960, hasta finales de los años setenta, la economía cae estrepitosamente. Luego, con un mejor apoyo financiero soviético, el desastre económico del castrismo comenzó a recuperarse, para llegar a desplomarse una vez más en 1990, con la desaparición del campo socialista.
Me interrumpe el vecino y me dice en voz baja: Entonces ni Fidel ni su hermano Raúl han resultado buenos gobernantes.
En 2014, continúo diciéndole, cuando las limosinas soviéticas del Consejo de Estado pasaron a formar parte de una piquera de taxis para alquilarse, a un precio entre cien y 140 dólares, un porciento importante de los cubanos continuaban mal alimentados, eso tú lo sabes…
-Por supuesto, sin buena proteína, sin leche y el marabú creciendo por los campos de Cuba.
Entonces, cuando se hace evidente el fracaso de la administración raulista, este descubre que necesitamos algo para darle legitimidad a su administración. Ya habíamos perdido para siempre la ayuda soviética y estaban en peligro los 40 mil millones de dólares que nos había regalado Venezuela en 17 años, una cifra mayor que la histórica deuda contraída por los Castro con Moscú.
-¿Cuarenta millones? ¡Pobres venezolanos!
En medio de ese escenario calamitoso, la Constitución de 1976 se ve anticuada, le dije, aunque aceptada por los cubanos, puesto que no había otra alternativa. El que no estuviera de acuerdo podría parecer loco al querer que Cuba siguiera en el limbo. Y el limbo no sólo era la ausencia de una Constitución, también los textos que explicaran los derechos ciudadanos, las reglas para elegir a un presidente o la forma de gobierno, y además, cómo impartir la justicia social.
La Constitución de 1976, donde ni siquiera apareció la palabra “martiano”, referente al Héroe Nacional de la Independencia, definió el sistema “marxista-leninista” como sagrado. Aparece tan llena de contradicciones, que de ahí vienen sus reformas en 1978, 1992 y 2002.
El artículo 88, por ejemplo, ofrece al pueblo el derecho a tomar iniciativas para una nueva legislación por medio de firmas. Las 25 mil que entregó el Proyecto Varela Fidel las echó en el inodoro de su casa, puesto que es el unipartido comunista el único que puede gobernar, y si ha podido seguir gobernando ha sido gracias a la emigración a Estados Unidos y las millonarias remesas familiares. El artículo 53 garantiza al pueblo la libertad de expresión, pero todos los medios de prensa son propiedad del unipartido, cuyos miembros apenas representan el seis por ciento de la población.
Es cierto que Cuba posee una rica tradición jurídica. A partir de 1868 se redactaron siete constituciones. Iniciada la lucha armada se aprobó la Constitución de Guáimaro el 10 de abril de 1869. En el siglo XX, con el surgimiento de la República, tuvimos la Constitución de 1901 y por último la de 1940, considerada la más progresista de la época, donde participaron once partidos políticos, incluso el comunista.
Mi vecino abrió los ojos, sorprendido y al poco rato comenzó a bostezar. Pero yo seguí hablando. Estaba segura de que me escuchaba.
El doctor Emilio Ochoa, el último sobreviviente de los 81 líderes políticos que instauraron la constitución de 1940, falleció a los cien años en 2007 en Estados Unidos.
El colega Wilfredo Cancio, de El Nuevo Herald, nos dejó las últimas palabras de Emilio Ochoa sobre las leyes actuales de Cuba: ¨La Constitución del 40 ha sido más democrática y beneficiosa para el pueblo cubano que todas las leyes promulgadas por Fidel Castro¨.
Ochoa se recuerda como “uno de los más admirables cubanos de la historia”, tal como lo calificó el doctor Rafael Lincoln Díaz-Balart Gutiérrez, otra destacada personalidad de la democracia republicana. Es bueno tener presente que se declaró partidario de que “el pos castrismo transcurriera por vías pacíficas, restituyendo la Constitución de 1940, con las enmiendas necesarias”. Por último, dijo al Herald: “La revolución castrista no tuvo una raíz comunista, sino gansteril”.
En ese momento mi vecino, como si despertara de pronto, exclamó: ¡Por eso estuvimos sin Constitución 17 años!