LA HABANA, Cuba.- ¿Cambiar la Constitución? ¿Para qué? Son de las preguntas que más se escuchan en la calle ahora que los medios de prensa oficialistas nos bombardean con esa nueva cortina de humo diseñada por el gobierno para que las cosas parezcan menos mal de lo que en realidad están.
Un simulacro de reforma constitucional que busca proyectar, sobre todo hacia el exterior, una idea de renovación, actualización y hasta modernización, a pesar del centenar de contradicciones y trampas de todo tipo que encierra el proyecto y también a pesar de lo que está sucediendo por estos días con las leyes y decretos que, aprovechando la distracción general, en breve habrán de entrar en vigor para coartar las libertades individuales de artistas, activistas, comunicadores y emprendedores que el gobierno considere molestos debido a una excesiva independencia.
En menos de un año, en lo que toma cuerpo el engendro, decenas de galerías de arte, estudios de grabación, centros recreativos, talleres, todos desvinculados de la institucionalidad, deberán cerrar así como cientos de artistas, productores, gestores, promotores, también autónomos, se verán obligados a marcharse del país para poder continuar siendo independientes.
Las protestas crecen en las redes sociales ‒el único territorio que no les ha sido arrebatado‒ pero el gobierno solo ha dado la callada por respuesta. Al parecer, no hay argumentos más allá de la molestia y el miedo que les provoca la palabra “independencia”.
Entre los demás emprendedores, el juego se complicará hasta hacer casi imposible salir a flote frente a la falta de incentivos y los traspiés burocráticos, de modo que parezca que el retorno de las fuerzas de trabajo al empleo estatal es una decisión soberana de los individuos y no fruto del acorralamiento.
La oposición política y el periodismo alternativo permanecerán siendo confirmados como delitos de suma gravedad, en tanto la opinión discrepante continuará siendo aplazada como un derecho pero, como ya es costumbre, eso a pocos importará dentro o fuera de Cuba siempre que algunos puntos, como el del matrimonio igualitario, sirvan más que para hacer justicia para demostrar que estamos a la cabeza de la democracia mundial, aunque luego, en la práctica, sean de esos artículos que, como en las otras constituciones, jamás tomaron cuerpo real en las leyes y cada cual hará lo que más convenga para perpetuarse en el poder.
Mientras unos cuantos, cegados por los moralismos, pierden el sueño ante la idea de dos personas del mismo género que se unen en matrimonio, un montón de otras cosas que sí habrá de perjudicarles en sus círculos más íntimos las están dejando pasar. Obsesionados por condenar lo que no les incumbe, apenas se han detenido a pensar que se avecinan muy malos tiempos y que, bajo la ambigüedad de las palabras, alguien busca el amparo cuando alguien reclame un culpable. Porque todos lo seremos.
Lo que vendrá para el 2019 es fácil adivinar que no se traducirá en mejoras ni avances para una mayoría sedienta de cambios efectivos y favorables en tanto se trata de una Constitución que solo busca blindar un Partido Comunista que, sin un líder genuino a la cabeza, se reconoce cuestionado como nunca antes y que amenazaría con usar el concepto de “traición a la patria socialista” como amuleto ante cualquier acto de disensión, así como amparar cualquier acción que tenga como fin combatir o eliminar a quien se le oponga abierta o solapadamente.
Una Constitución que solo servirá para legalizar miles de “estrategias económicas” actualmente inconstitucionales y que, sobradas de injusticias, desigualdades y discriminaciones hacia muchas más cosas que el emprendimiento individual, desdicen aquel viejo discurso populista que demandó el sacrificio y el empobrecimiento de muchos en virtud de alcanzar un futuro de igualdad y prosperidad que jamás llegaría y que solo unos pocos ilusos imaginan que llegará alguna vez, aunque sea por las vías más siniestras. Ilusos más parecidos a tontos peligrosos que, una vez que han caído al suelo estrepitosamente desde los brazos de Marx, han ido a consolarse en los de Maquiavelo.