LA HABANA, Cuba. – En la tarde de ayer, la parada inicial del ómnibus P7 que cubre la ruta Habana-Cotorro, fue testigo de la gresca que se armó entre una muchedumbre cansada del diario ajetreo, desesperada por llegar a su casa y preocupada por la negrura del cielo, que presagiaba una fuerte tormenta. Dos carros articulados fueron invadidos con tal violencia que debieron acudir seis patrulleros para intentar restaurar el orden.
Sin embargo, como la función de la policía no es organizar colas y no había oficial que se atreviera a hacerle frente a aquella masa enardecida, los activos de la PNR se quedaron medio despistados, sin saber cómo proceder ante el molote que maltrataba indiscriminadamente a embarazadas, mujeres con niños pequeños, ancianos y discapacitados, con tal de subir a uno de los dos P7 que estaban cargando pasajeros.
En medio de la reyerta el chofer encaró al gentío, y a horcajadas sobre el estribo de la puerta gritó para que lo oyeran todos —incluso la policía—: “¡Oigan pa´acá! ¡El que no pague la guagua no va a subir ni pinga porque me llevo el carro pa’ la pinga!”. Las personas rieron, lo abuchearon y continuaron apretándose delante de la puerta del ómnibus, tratando de subir.
Se produjo entonces una escena que solía ser muy común en los años del Período Especial, cuando cada ruta contaba apenas con un solo carro activo. Tomando impulso desde la goma trasera, un joven saltó adentro del bus por una de las ventanas. Nadie lo imitó; pero la gente fue desparramándose hacia las restantes puertas de la guagua, exigiéndole al chofer que abriera.
Como si llevaran botas de plomo, los policías se movían aturdidos entre ambos carros, tratando de que no se armara una bronca multitudinaria. En un delirante arranque, el oficial que parecía tener mayor rango gritó a los pasajeros del primer P7 que tendrían que bajarse por razones de indisciplina, y les advirtió que el ómnibus no iba a arrancar hasta que no descendiera el último tripulante. La respuesta a su autoridad abarcó todas las expresiones posibles desde carcajadas, burlas y ofensas, hasta soeces alusiones a su madre.
En el intervalo fue capturado in fraganti un carterista; mientras policías e inspectoras de transporte discutían echándose culpas unos a otros. Ninguna medida se tomó contra el chofer que tan groseramente se dirigió a la población y habló del transporte público como si fuese de su propiedad.
Mientras los ánimos se caldeaban al máximo, la piquera de taxis privados para el Cotorro cobraba 50 pesos por persona y todos los carros partían repletos. Mujeres desesperadas proponían a los choferes del P14, que viaja de La Habana a San Agustín, pagarles 1 CUC (25 pesos) si les permitían subir. Los boteros que usualmente trabajan la ruta Habana-Santiago de las Vegas, se iban vacíos sin hacer caso de tanta clientela urgida y dispuesta a negociar. Solo les pasaban por delante en un acto de soberbia, crueldad o simple regodeo en la ventaja de tener un carro; mientras los otros tenían que aguantar el chaparrón esperando por la inservible infraestructura del transporte estatal.
Las paradas del P13 y la 222 también se salieron de control; en un instante el Parque de la Fraternidad se convirtió en un hervidero. La bestialidad masiva fue registrada por decenas de celulares que a esta hora deben estar colmando las redes sociales con los testimonios gráficos de una tarde que empeoró dramáticamente al caer un aguacero torrencial, obligando a los transeúntes a refugiarse en el portal de un edificio declarado en peligro de derrumbe desde hace años.
Allí, en medio de la apretazón y los charcos de agua sucia, la gente, con los zapatos inundados, comenzó a destilar la frustración del día y de toda una vida. Algunos viejos alentaban a los jóvenes: “¡Filma todo esto y ponlo en Internet!”. Los demás, empapados por las ráfagas, sin esperanza ya de llegar a casa temprano, continuaron la seguidilla de críticas, tan ácidas que cualquiera se preguntaría cómo este sistema sigue en pie. Si la gente piensa y se siente de esa manera, ¿qué es lo que falta?