LA HABANA, Cuba. – Hace unos días, en medio de una cola en la que muchos querían conseguir algo para poner en el fogón, un joven escuchaba reggaetón a todo volumen, obligando a los necesitados a compartir aquel ritmo musical. La molestia crecía mientras el jovencito reproducía en alta voz el discurso de las “piezas” que escuchaba y hasta intentó sincronizar sus movimientos con ese ritmo al que daba oídos.
Luego ocurriría un milagro… La señora setentona que me antecedía en la fila respiró complacida. Desde el aparato del provocador se escuchó la pieza más exitosa de Cimafunk, esa en la que el cantante dice: “Me voy pa’ mi casa/ pero si tú quieres me voy pa´ la tuya”. Yo también respiré agradecido; me gusta ese ritmo, disfruto la ambigüedad de esa “cantaleta”. Me interesa su vaguedad, ese “no saber, ese no decir, ese no poder o no querer decidir”; y tal incertidumbre describe, de algún modo, el espíritu que hoy luce la nación cubana.
Esa retórica del “no me importa” y del “me da lo mismo, me resulta sintomática. Al cantante, al menos en su discurso musicalizado, le da lo mismo un “escándalo que un homenaje”; a ese muy especial “sujeto lírico” le parece bien irse a su casa o a cualquier otra, de manera contraria a lo que el discurso oficial asegura de sus nacionales, esos que supone “dispuestos a todo por la patria”.
No sé si Cimafunk se lo propuso, pero su polisemia, las posibilidades que tiene ese “sujeto”, su disposición de ir lo mismo para una casa que para otra, tiene una mezcla de significados en mi lectura, múltiples asimilaciones, sobre todo en un país donde el lenguaje que sobrevive, más allá del oficial, resulta ser el que mejor disimula, el que anda oculto, y eso se nota en estos días previos a esa aparente posibilidad de aprobar o revocar la “nueva constitución”.
Y con esos retruécanos vivimos desde enero de 1959. Pocos días se habían pasado desde la llegada de los rebeldes a la capital cuando Fidel Castro visitó el Club Rotario de La Habana. Una semana después de aquella despampanante entrada Castro aseguró a los miembros del Club que la revolución no crearía una nueva Constitución porque hacerlo entorpecería el desarrollo de esa Revolución. Ese fue el preámbulo del anuncio de que la Constitución de 1940 seguiría rigiendo al país.
Ese 15 de enero en el Club Rotario de La Habana, Fidel también aseguró que el problema no residía en el hecho de que hubiera una buena Constitución, sino que no se cumplía la Constitución buena que tenía el pueblo de Cuba. Eso dijo Fidel Castro unos días después de su llegada a la capital, para desmentirse luego, cuando hizo desaparecer a los Rotarios y cuando apareció aquella constitución que no fue en nada superior a la de 1940, como tampoco lo será de la ahora.
Sin dudas, su discurso de aquella vez, como los que dictara luego, fueron plenos en ambigüedades, tanto como ese que nos regala Cimafunk, y que asegura que le da lo mismo irse pa’ su casa o pa’ la otra, y también nos advierte que: “Ya se acabó la fiesta y en la calle no hay nada, pero tú estás pa’ cosas y yo no estoy pa drama”. Ese es nuestro grave problema, no estar “pa drama”, no buscarse problemas, responder de la manera más ambigua, irse por la tangente.
Y la realidad nos exige hoy que estemos pa’ algo, que abandonemos esa anfibología, ese “donde dije digo, digo Diego”. Las ambigüedades lingüísticas nos llevan muchas veces hacia los equívocos éticos, y es nuestra culpa no entender que con ellos estamos encubriendo verdades. Es hora de atender mejor a las evidencias y dejar a un lado esas imprecisiones que nos convierten en seres vacilantes, cobardes. Pensemos también que esa ambigüedad, esa indecisión, existe porque estamos frente a dos caminos.
Pensemos en esos dos caminos, reconozcamos en qué lugar estamos parados y cuál vereda debemos tomar. La ambigüedad no es definitiva. No existe solamente ese camino del “Sí” que muestra el oficialismo. Cimafunk no propone, más bien nos deja frente a la duda que nos lleva a escoger, a decidir entre dos posibilidades. Así estarán muchos el 24 de febrero; dentro de un cajón de madera resguardado por una leve cortina, quizá con la creencia de que alguien, o alguna cosa, intentan saber el sitio donde usted pondrá la cruz.
Piense, sin miedo, en las posibilidades que vienen con el No; tenga la certeza de que una negativa no es un camino hacia el fracaso, el No es una denuncia del fracaso.
El comunismo nunca tuvo un discurso llano para explicar la democracia. La democracia comunista es una ficción que apela a un discurso que solo intenta reconciliarnos con quienes gobiernan a un pueblo que no puede relatar, sinceramente, lo que espera de ese gobierno. En unos días estaremos frente a dos posibilidades, como Cimafunk, y quizá lo mejor sea que, en medio del “silencio”, de la “privacidad” de la urna, cada cual decida por sí mismo, alejado de recomendaciones autoritarias. La ambigüedad no solo concierne a la lingüística, también es un problema para la política. Y si usted traza su cruz sobre ese cuadradito que da la posibilidad de decir NO a la “constitución”, podría ser artífice de un camino nuevo.