Martes 23 de abril de 2019
Inspección de rutina. El capitán que la preside pregunta mi nombre, mira un papel y me informa que hoy me llevarán al Departamento de Medicina Legal. Pregunta cómo me siento. Le respondo: “Adolorido en el cuerpo pero excelente de ánimo”.
Desayuno pan con una pasta indescifrable y chorote, un agua con harina azucarada.
A las 9:30 a.m. un joven subteniente me toma declaración. Me acusan de un delito de Resistencia y Desobediencia. Escribo mi declaración.
Poco tiempo después vuelven a sacarme de la celda. Me espera “Víctor Víctor”, quien me dice que quiere hablar conmigo. Le respondo que no tengo nada que hablar con él. Sonrió despectivamente e hizo un gesto con su mano derecha como diciendo: “Te vas a podrir ahí”.
A las 4:20 p.m. un suboficial me notifica que estoy de libertad, pero dice que debo volver a la celda porque dos funcionarios van a venir a verme. Nunca lo hicieron.
A las 7 p.m. permiten que mi esposa me vea. Me entero que lleva casi cuatro horas esperando. Nos abrazamos, llora. Uno de los aspectos más difíciles de quienes sufrimos la represión de la dictadura es afrontar estos momentos, donde aflora el sufrimiento de los familiares. Le pido que se controle y que bajo ningún concepto pague ni un centavo de fianza. Nos despedimos y se desata la noche infinita de los presos.
Miércoles 24 de abril
Por la mañana me llevan a Medicina Legal. Voy por la acera, con las botas sin cordones y la guayabera manchada de sangre. Debo parecer un loco pues las personas me miran asustadas.
El oficial que me traslada camina a tres metros de mí, por el medio de la calle. No me ha puesto las esposas. Me percato de que lo han hecho para que yo intente huir-¿a dónde?-e imputarme un delito de Evasión de Presos o Detenidos. ¿Sería paranoico pensar que me dispararían?
Poco después regreso a la suciedad, la jerga de los presos, el mal olor y la insoportable lentitud del tiempo.
Jueves 25 de abril
A los oficiales les molesta que siga usando la guayabera ensangrentada e insisten en que me cambie de ropa. Advierto vergüenza en sus rostros. El mío continúa hinchado y, los moretones bajo los ojos, bien negros. Por eso prolongan mi permanencia allí.
Por la tarde permiten que me visite Ana Rosa. Me comenta a hurtadillas la solidaridad que ha despertado mi caso. Regreso a la celda, rezo.
Viernes 26 de abril
En la inspección vuelven a insistir en que me cambie la guayabera pero les digo que saldré de allí, para la prisión o mi casa, con ella. Día monótono hasta que por la noche una hermosa joven, también detenida, comenzó a posar desnuda frente a su celda, para desasosiego de los presos.
Casi estaba dormido cuando me llaman. Me conducen a un cuarto de interrogatorio. Allí está el Mayor Bryan, Jefe de la Contrainteligencia en Guantánamo. Afrodescendiente, sereno, respetuoso, preciso en sus expresiones, me preguntó sobre lo ocurrido y le conté. También le expresé mi total inconformidad con las violaciones de mis derechos ciudadanos.
Me expuso sus puntos de vista apelando a la socorrida tesis de que el país está asediado por los EE.UU., y en peligro, que por eso yo estoy bajo control por parte de la Seguridad del Estado, porque tengo una posición servil hacia ese país, algo en lo que nunca vamos a estar de acuerdo. Se despidió diciéndome que iba a reunirse con un dirigente muy importante para decidir sobre mi situación. Tuve la certeza de que algo estaba pasando afuera.
Sábado 27 de abril
Sobre las 9:00 a.m. me sacaron por petición del capitán Kevin, Jefe de la Sección de Enfrentamiento de la Contrainteligencia. Sostuvimos una breve conversación en la que me informó que pronto vendría a verme un fiscal militar.
Una hora después vino un joven primer teniente, de apellido Bertrán, de la Fiscalía Militar. Nuevamente declaré sobre lo ocurrido y le expuse que consideraba una vergüenza que me acusaran como autor de un delito de Atentado cuando los hechos ocurrieron hallándome esposado. Me notificó un documento que disponía mi libertad-pero no me dio copia- y me citó para que me presentara en la Fiscalía Militar el próximo martes 30 de abril a las 8:00 a.m. Sobre las 11:00 a.m. salí de libertad.
Agradezco infinitamente a mis colegas del equipo de dirección de CubaNet por el seguimiento que dieron al caso y por su apoyo a mi esposa. Por las mismas razones agradezco a Tomás Cardoso, de Radio Martí.
También agradezco a todos los amigos que llamaron a mi esposa y la acompañaron en estos difíciles momentos.
Doy gracias a mis hermanos Fornaris y a su esposa Amarilis, al escritor, periodista y hermano de ideas Ernesto Santana; a mi colega y amigo el Dr. René Gómez Manzano, al abogado y colega de CubaNet Alberto Méndez Castelló, a Manuel Cuesta Morúa, a Leonardo Moisés Rodríguez, a Rebeca Ulloa y a todos los hermanos de mi Iglesia que de una forma u otra estuvieron ofreciendo su solidaridad, entre ellos el Arzobispo de Camagüey, Monseñor Wilfredo Pino Estévez, mi Obispo, Monseñor Silvano Pedroso Montalvo y el Padre Jean González Romero.
Constituye un honor para mí que el senador Marco Rubio haya reclamado mi liberación. Lo mismo digo con respecto a la declaración solidaria hecha a mi favor por Kimberly Breier, Subsecretaria de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental. Ojalá que esa solidaridad se extienda siempre a todos los cubanos que hemos decidido luchar por un país verdaderamente libre y democrático. Estas importantes personas son de otro país y se preocuparon por mí, en cambio, las autoridades cubanas jamás han respondido una sola de mis quejas a pesar de estar obligadas a hacerlo según la Constitución. Eso también define a un país.
Agradezco al Programa de las Américas del Comité de Protección a los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés) y a Artículo 19.
Pido perdón a mis padres y hermanos, a mi esposa y a mis dos hijos por este nuevo sufrimiento, aunque estoy seguro de que a pesar de él siempre querrán verme digno antes que esclavo.