MIAMI, Estados Unidos.- Hoy se cumplen 59 años de la muerte de mi abuela paterna, una asturiana que emigró a Cuba a principios del siglo XX y que amó a su patria adoptada con fervor. Al fallecer –de cáncer del hígado– tenía 79 años. Carlota Pérez-Riesgo –Carlotica para sus íntimos– murió sedada, mediante un goteo de morfina, en la Quinta Covadonga, rodeada de todos los adelantos científicos, medicamentos y tratamientos disponibles, de un personal médico de primera, en una habitación en la que no faltaba ni la luz eléctrica, ni el jabón, ni la higiene en los baños, ni butaca para el familiar acompañante, envueltica en sábanas impecables, lavadas y planchadas, con el alimento adecuado hasta donde pudo comer, sin que le faltara nada en atenciones y suministros, desde los sueros hasta la visita diaria de un sacerdote.
Era 1960, y a pesar de que ya comenzaba el desmoronamiento de la sociedad cubana, aún quedaban vestigios de la República próspera y pujante que pronto sería destruida y arruinada.
Mi abuela Carlota vivió casi toda su vida en la calle San Miguel, en lo que hoy es Centro Habana. En la ciudad había de todo, se vendía de todo, se compraba y se comía de todo, se disfrutaba de todo, se oía y se hablaba de todo. La palabra “penuria” no estaba en el vocabulario del cubano de a pie. Pero un día llegó el comandante y mandó a parar, y en los sesenta años que han transcurrido desde ese fatídico 1 de enero de 1959, la palabra “penuria” pasó a ser referente diario de 11 millones de cubanos.
Urge señalar que los que más padecen de penurias diarias sin poder resolverlas son los ciudadanos de la tercera edad, sobre todo las mujeres. Porque, si bien hasta los 55 años la población cubana está dividida a partes más o menos iguales, a partir de los 55 son más las mujeres que los hombres. Las mujeres viven más, y femenino es el 53% de la población cubana mayor de 55 años de Cuba. Ese es un dato grave.
La atención entonces, correcta y adecuada a la tercera edad, debe regirse por una agenda feminista, en toda su extensión: en la alimentación, en los cuidados de salud, en la vivienda, en el transporte, en materia psicológica, en recreo. Las mujeres, en general, desde su primera menstruación, desde su primer embarazo, aborto, o parto, hasta la menopausia, sufren de privaciones que ya en 1959 estaban superadas. A partir del desastre revolucionario, las cubanas no han tenido una alimentación provista del hierro y calcio necesarios, imprescindibles para su salud y el resto de sus vidas, ya que perderán hierro mensualmente con cada regla, perderán calcio con cada embarazo, perderán hemoglobina con cada fibroma, y fortaleza uterina con cada embarazo logrado o interrumpido.
Además de estas deficiencias respecto a su salud, las cubanas han pasado mil vicisitudes: insuficientes íntimas cada mes; ajustadores de tallas incorrectas; blúmeres inexistentes; calzado inapropiado, cuando no hecho de llantas; higiene personal y doméstica deficientes por el escaso jabón, desinfectantes y detergentes.
A eso se suma que las cubanas han pasado el “Niágara en bicicleta” con la crianza de sus hijos, pues en la isla escasea la comida, los pañales desechables, y está prohibida la leche a los niños a partir de los siete años, más la comida que no rinde con el racionamiento de la canasta básica.
Y qué decir de los apagones, la falta de combustible, la restricción del agua potable, el pésimo transporte, las casas derrumbándose a pedazos, el trabajo doméstico y el voluntario, o sea: lo que hace tiempo nombré mantenimiento doméstico doméstico, y mantenimiento doméstico nacional. A principios de los ochenta, un estudio de la demanda interna reveló que, si bien los hombres gozaban de siete horas diarias para su disfrute y ocio personal, a las cubanas le tocaba apenas una hora y media diaria. Obligaciones, obligaciones y más obligaciones. Esta historia hay que re-escribirla en femenino. La vida de las cubanas, a partir de 1959, se describe con una sola palabra: penurias. Han trabajado, han estudiado, han militado, han participado en el ejército, y han contribuido a la gestión nacional y a la internacionalista.
¿Y de qué les ha servido? Pues de absolutamente nada. Las ancianas cubanas pueden sentirse orgullosas de que sus nietas puedan convertirse en las heroínas del barrio generando dólares y euros si se dedican a lo que Mariela Castro Espín considera un empleo fidedigno, una profesión: el jineterismo. El mismísimo comandante lo dijo años antes de su decrepitud: “nuestras prostitutas son las más educadas del mundo”.
Las ancianas cubanas –los ancianos también– tienen que ser magas para sobrevivir con la pensión de una jubilación promedio: 10 CUC al mes. Según Naciones Unidas, una persona vive en la pobreza si gana $1.90 o menos al día, o sea 57 dólares o menos al mes. Los 10 pesos convertibles cubanos equivalen a treinta y tres centavos de dólar diarios. Los pensionados cubanos viven en la más deplorable y abyecta pobreza, y Cuba, en otros 20 años, será un país de ancianos.
No contemos la canasta básica, porque ni los productos básicos aparecen, ni alcanza para dos semanas. Pero sí contemos las precarias circunstancias de vida: los apagones, los pobres suministros de agua, los techos y balcones cayéndose a pedazos, las medicinas que no llegan a la farmacia, los insalubres y destartalados hospitales, las calles repletas de baches y basura, las posibilidades de contraer dengue, leptospirosis y chikungunya.
Contemos, además, la deficiente atención médica general, y la larga lista de enfermedades y condiciones que afectan sobre todo a las mujeres de la tercera edad que requieren fármacos y tratamientos: la hipertensión, la diabetes, la osteoporosis, la avitaminosis, la anemia y la bronquitis crónicas, la depresión, la demencia, la artritis, las condiciones cardiovasculares, el cáncer de mamas, de colon y cérvico-uterino, la tuberculosis –erradicada durante la República pero de vuelta en años recientes– la fibromialgia, los problemas oftalmológicos y pulmonares, las infecciones urinarias.
Un millón cuatrocientas mil cubanas mayores de 55 años reclaman una agenda feminista urgente para Cuba. ¿Dónde están las diputadas que las representan en las asambleas locales, las estatales, la nacional? ¿Dónde están las ministras? ¿Dónde están las y los feministas de Cuba?