LA HABANA, Cuba. – Hace algunos días, justo después del levantamiento ocurrido el 30 de abril en Caracas, CubaNet publicó un artículo de mi autoría titulado “Es un error no marchar hacia Miraflores”, cuya tesis fundamental era criticar el amilanamiento de Juan Guaidó, quien luego de convocar al pueblo a las calles y asegurar ante la prensa internacional que el ochenta por ciento del ejército venezolano estaba descontento con Nicolás Maduro, decidió no ir hacia el Palacio de Gobierno para poner fin a lo que había iniciado.
Los ataques no se hicieron esperar y uno en particular llamó mi atención; pues algunos foristas opinan que los cubanos no tienen derecho a emitir criterios sobre lo ocurrido en Venezuela, porque jamás han tenido el valor de rebelarse contra el régimen comunista que ahora encabeza Miguel Díaz-Canel. Esa verdad es incontestable, y a pesar de lo convulsa que se ha tornado la realidad cubana con la amenaza de un nuevo Período Especial, las probabilidades de que los insulares tomen las calles para ejercer sus derechos ciudadanos continúan siendo mínimas.
Sin embargo, sesenta años de aguante son un aval más que suficiente para analizar lo acontecido en Venezuela, aunque al parecer ni siquiera el propio Guaidó tiene las riendas del “gran plan” en su mano. Una vez sofocado el alzamiento, al que los chavistas no tardaron de tildar de Golpe de Estado, se desató una avalancha de informaciones contradictorias que han dejado en un trance muy delicado a la oposición venezolana; mientras Nicolás Maduro, luego de haber desaparecido durante los sucesos del día 30 de abril, no ha parado de bravuconear, acusar y llamar a la “lucha de todo el pueblo”.
El 1ro de mayo el mandatario convocó a una Jornada Nacional de Cambio, Rectificación y Renovación Revolucionaria. Los cubanos, doctorados en retórica, enseguida nos remitimos a aquel eufemístico “Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas” impulsado por Fidel Castro a mediados de los años ochenta, con el cual pretendía hacer tabula rasa sobre el ominoso Quinquenio Gris -Decenio Negro para algunos- y la explosión social que culminó con el éxodo del Mariel a inicios de la década.
Aquella intervención reconocía, al estilo del soberbio líder, que la revolución había tenido un efecto contrario al esperado. Exclusión, censura y represión habían generado un descontento social de proporciones inimaginables por aquel entonces; de modo que al pueblo se le hizo creer que algunas cosas cambiarían. Hoy sabemos que de aquellas transformaciones surgieron nuevos y peores errores.
Poco después llegó el Período Especial, se produjo otro éxodo masivo y se intensificó el proceso de hundimiento que dura hasta nuestros días, con un altísimo costo social, psicológico y económico para el pueblo cubano.
Eso es lo que le espera a Venezuela, que en veinte años ha pasado de ser uno de los países más ricos del mundo a un caos de miseria y desesperación. Si creen que ya han tocado fondo, están equivocados; todavía puede ser peor. El fiasco de las acciones del 30 de abril ha permitido al chavismo evaluar la situación y reorganizar su abominable maquinaria de inconstitucionalidad; mientras la oposición repite que el alzamiento era apenas el primer episodio de la “Operación Libertad” y que fracasó, según ellos, por el miedo de los militares.
Es cierto que Venezuela no es Cuba; pero un pueblo en abierta rebelión necesita brújula e inspiración. Habría que preguntarse cómo esos venezolanos que salieron con palos y piedras a enfrentar tanques, gases lacrimógenos, perdigones de goma y colectivos armados, ven el hecho de que su venerado líder opositor, Leopoldo López, haya salido de su arresto para ir a “hospedarse” en la Embajada de España en Caracas.
A Juan Guaidó le ha tocado lidiar con los ecos de la revuelta fallida. Hoy se sabe que la base aérea “La Carlota” nunca estuvo tomada, y que unos cuantos militares de poco rango rodeando al presidente interino nada pueden contra los comandantes que, sea por interés o miedo, apoyan a Nicolás Maduro. El balance de fuerzas no luce halagüeño, y mientras Maduro engatusa a los venezolanos de pocas luces con promesas de rectificación, ya ha hecho arrestar a Edgar Zambrano -Vicepresidente de la Asamblea Nacional- y privado de inmunidad diplomática a varios diputados de dicho organismo, único que defiende la legítima Constitución y la exigua democracia que queda en la nación sudamericana.
No va a parar la cúpula chavista hasta detentar el poder absoluto, propósito favorecido de modo inconsciente por un pueblo que detesta a Maduro, pero tras jornadas de infructuosa violencia ha caído en la desesperanza y solo quiere que todo vuelva a la normalidad; entiéndase “no más enfrentamientos en las calles”.
Entretanto, Guaidó se muerde la lengua para no pedir a gritos la intervención militar, y prefiere pedir “más apoyo internacional”. Si el presidente interino solo es, como muchos han insinuado, parte de un plan maestro, vale señalar que esa parte del plan cometió otro error al asegurar que altos militares, incluido el Ministro de Defensa Vladimir Padrino López, estaban a favor de eliminar a Maduro. Si el 30 de abril esa posibilidad era real, ahora todos, puestos en evidencia, van a quedarse quietecitos, porque saben que arriesgan sus cabezas.
En esta coyuntura que parece un callejón sin salida para quienes procuran restaurar un gobierno democrático, la “rectificación” que propone Nicolás Maduro es una estrategia con el fin de ganar tiempo, destituir algunos funcionarios prescindibles y nombrar a otros que serán igual o más corruptos. La cuestión es darle al pueblo la impresión de que algo sucede, cuando en realidad se trata de ocultar la podredumbre raigal del sistema y asegurarle más años de supervivencia. ¿De cuántos años dispone Venezuela antes que la devore una ruina total e irreversible?