LA HABANA, Cuba.- Las imágenes del energúmeno santiaguero descuartizando y desollando un gato han puesto candentes las redes sociales. Están los espantados por la barbarie, y los que justifican al tipo con el argumento de que tenía hambre. Porque “los cubanos estamos pasando hambre”, dicen, cual si fuera un axioma que lo explicase todo.
Es cierto que en Cuba hay hambre. La hay desde comienzos de los años 60, cuando implantaron el racionamiento. No será como en Sudán u otros lugares del África Sub-Sahariana, pero la hay. Nadie se muere de inanición, pero casi… Porque hambre también es acostarse pensando qué cocinarás mañana, tener que hacer una sola comida al día, estirar las provisiones para que duren todo el mes. Es no poder escoger lo que se come, sino lo que hay, lo que aparece, te permite el bolsillo comprar y alcanza para ti cuando te toca tu turno en la cola, o más bien tumulto. Es no poder tener una dieta balanceada, no poder tomar leche en el desayuno, tener que comerse una bazofia de origen desconocido, mal condimentada, casi salcochada, porque de tan caros, el ají y la cebolla (que está a 35 pesos la libra), se han vuelto un lujo de sibaritas.
En Cuba hay hambre, pero no es para tanto. No como para tener que comerse los gatos, y desafiando el castigo de San Lázaro, también a los perros. Hay otras opciones más civilizadas.
Lo que hay en Cuba, más que hambre, es mucha falta de sensibilidad, marginalidad y salvajismo. Están a punto de ser la norma. Lo “normal, natural”, como decía aquella canción de Formell y los Van Van. Seguimos convirtiéndonos en una horda cada vez más primitiva. Y siempre hay justificaciones a mano para tanto desmadre.
Los que justifican que se coman a los gatos porque hay hambre seguramente también hallarán justificaciones, con tanta miseria como hay, para que las adolescentes se prostituyan, para los que mean en mitad de la avenida, cagan en los portales, se emborrachan en la esquina con los peores alcoholes, gritan insultos y palabrotas de una acera a la otra, lanzan piropos que parecen anunciar una violación y golpean a sus mujeres (“las tranquean”) cuando se ponen majaderas.
Dijo la activista Valia Rodríguez en el perfil de Facebook de Cuba contra el Maltrato Animal: “Esto que está en la foto no pasa por hambre, pasa por marginalidad y ausencia de un cuerpo legal que permite la impunidad”.
Tiene razón. El matarife que posa orondo con el gato desollado, como aquel criminal que filmaron cuando quemaba vivo a un perrito que había metido en una caja de cartón, ocurren por lo mismo que las peleas de perro, que aquellos gatos que aparecieron crucificados en un parque de Santos Suárez y que los caballos que tiran de los carretones, que se desploman exhaustos en medio de la vía, por muchos fustazos que les den sus dueños, mucho más bestias que ellos.
En Cuba, la cotidiana crueldad con los animales hiere a cualquier persona medianamente sensible. Pero el gobierno, por muchos reclamos que haya, sigue sin aprobar una ley contra el maltrato animal. Dice que está trabajando en ella, pero no acaba de concretarse. Por el contrario, los mandamases vieron con malos ojos y vigilaron la marcha contra el maltrato animal que hubo en el Vedado en abril, destituyeron al funcionario del gobierno provincial que la autorizó, y prohibieron terminantemente que se hiciera en Santa Clara una marcha similar. Seguramente están convencidos de que estos reclamos por los animales, al igual que los de la comunidad LGTBI contra la homofobia, son alentados por la CIA y “la mafia anexionista de Miami”.
Ojala el lombrosiano con short amarillo metido a carnicero de Santiago de Cuba sea un caso aislado y no volvamos a los días del Período Especial, cuando algunos aseres no solo devoraban a los gatos ̶ a los que encontraban por la calle y las azoteas y los que les robaban a los vecinos ̶ sino que hacían hamburguesa con picadillo de perros atropellados en la calle, y vendían el aura tiñosa como pavo, las colchas de trapear, convenientemente aderezadas, como carne en salsa, y dicen, no sé si era cierto el macabro rumor, que hígados a la italiana, con bastante ají, sacados de Medicina Legal.
Ahora, cuando los alimentos escasean, los vuelven a racionar y suben de precio, sabrá Dios, además de las clarias contaminadas de las charcas y mojoneras, qué más irá a parar al mercado negro, y puede que hasta a la cocina de alguna que otra paladar de baja estofa, donde no sean demasiado exigentes.
En estos casi 30 años transcurridos desde la proclamación por el Máximo Líder del inicio del Período Especial hemos ido perdiendo los escrúpulos. Los pocos que nos quedaban. ¡Y mira que dicen los mandamases que se han esforzado por adecentarnos!