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LA HABANA, Cuba. – Centenares de casas, apartamentos y “cuartuchos” de La Habana están en venta. En todos los municipios de la ciudad proliferan carteles rústicos donde aparecen anuncios, la mayoría hechos con pedazos de cartones polvorientos y escritos con pésima caligrafía, que muestran el número del teléfono móvil para localizar al vendedor.
El objetivo que marca las pautas de quienes participan como vendedores en el floreciente comercio inmobiliario es la obtención de los dividendos necesarios para sufragar el viaje, a campo traviesa, desde algún país centroamericano hasta la frontera de México con Estados Unidos.
Pero cruzar al otro lado del Río Bravo, es un viejo sueño a menudo convertido en pesadilla. Morir en el intento se ha convertido en una realidad para cientos de personas. La sed, el ataque de animales salvajes, las enfermedades, el asesinato a manos de los traficantes de personas y, como ocurrió recientemente en la selva del Darién, la crecida de un río, pueden poner el punto final a la vida de decenas de hombres, mujeres y niños que buscan mejores condiciones de vida. Este último evento dejó nada menos que 12 cadáveres.
Con la eliminación en enero de 2017 de la política “Pies secos, pies mojados”, que admitía a los emigrantes cubanos que pisaran tierra estadounidense y excluía a los interceptados en alta mar, han surgido alternativas para escapar del estalinismo en su versión caribeña. El recorrido por Centroamericana es, sin dudas, la más popular.
Desafortunadamente, la prensa oficial sigue sin abordar, con la objetividad que debería, lo que por su magnitud y prolongación es una crisis humanitaria, en parte provocada por las políticas gubernamentales que impiden el libre desarrollo económico y social.
La apuesta por conservar a toda costa el centralismo, con todo su andamiaje de decretos y prohibiciones absurdas, la tibia apertura a la inversión extranjera y el predominio de la burocracia partidista en los principales ejes de poder son algunas piezas del muro que se erige en torno al deseo y la necesidad de alcanzar una existencia digna.
En ese sentido, la desvalorización del trabajo y el conocimiento parece un hecho condenado a la perpetuidad bajo los auspicios del gobernante partido único.
La mejoría del nivel de vida depende de factores ajenos al esfuerzo personal. Si no se tiene un familiar en el extranjero que aporte periódicamente una determinada cantidad de dinero o un empleo donde se pueda obtener, mediante el robo, productos para ser vendidos en el mercado negro, la miseria puede llegar a ser insoportable.
El agobio es una condición generalizada entre los cubanos “de a pie”. No hay manera de desembarazarse de las tensiones cotidianas. La escasez, el racionamiento y la galopante inflación son pivotes hacia el alcoholismo, el suicidio o esas travesías que comienzan con sobredosis de entusiasmo y no siempre terminan en sonrisas y vítores tras ganarse el derecho de permanecer en cualquier ciudad del país vecino.
Vender el inmueble a precios por debajo del valor real para emprender cuanto antes el viaje es un hecho que se repite bajo los dictados de la desesperación. Lo peor del caso es que las garantías de éxito pueden esfumarse en un santiamén y no solo con la muerte a plazos o fulminante.
La deportación por no reunir los requisitos exigidos para obtener el asilo político, es tan duro como perder la vida, sediento y andrajoso, en algún sitio de la jungla.
Regresar a Cuba sin un centavo y sin casa es una terrible noticia. No es fácil terminar en lo más profundo de la miseria o en los predios de un manicomio con la vaga idea de otra huida, difícilmente posible.