MIAMI, Estados Unidos.- Olvidemos el título, hoy no hablaremos de Díaz-Canel, ni de la UNEAC, y mucho menos de Luis Morlote. Hoy le toca a la mala memoria, o lo que es lo mismo: la memoria histórica selectiva.
Dicen los expertos que, en países totalitarios, “entre ideología y realidad, muchos optan por la primera”. Señala el jurista español Federico Romero, en su escrito del 17 octubre de 2018 para Diario Sur, que “contraponer la memoria y el olvido, coartando la libertad de pensamiento y expresión… traiciona […] la democracia misma”. Y la española Amparo Tos, en su texto “Ley de Amnesia Colectiva”, publicado en ForumLibertas.com el 1o de julio de 2019, señala que en muchas sociedades de reciente o actual dictadura “se sigue manipulando una memoria histórica de la que se han arrancado muchas páginas…”
En Cuba, el régimen lleva sesenta años manipulando la memoria, creando así una amnesia colectiva. Luego de seis décadas de tiranía, resurgen las citadas y vueltas-a-citar innobles Palabras a los intelectuales del comandante, cuyas ideas la dirigencia insiste en inmortalizar. Restaurémosle pues, a la memoria cultural, unas cuantas de esas páginas que los censores han pretendido arrancar.
Si bien desde 1960 comenzaron los atropellos del régimen contra el libre pensamiento, evidente en el escandaloso cierre del Diario de La Marina en mayo y la ofensiva contra toda la prensa, y más tarde, en octubre, la expropiación de las principales empresas privadas, la amnesia sobre lo sucedido en el campo cultural comenzó en junio de 1961 con la inaudita censura del cortometraje PM, de dos jóvenes cineastas: Sabá Cabrera-Infante y Orlando Jiménez-Leal.
Fue en el congreso de escritores y artistas ese junio, donde muchos expresaron su descontento con la actitud oficial del ICAIC (de Alfredo Guevara y su adorado comandante) ante PM, protestas de las que apenas se ha hablado en cincuenta y ocho años, y donde quedó echada la suerte no solo de todo el que abrió la boca para condenar al régimen –Heberto Padilla, Virgilio Piñera, Guillermo Cabrera-Infante, Carlos Franqui, entre otros– sino el cierre del periódico Revolución, y de su suplemento cultural Lunes.
Fue en la clausura de ese congreso donde el comandante selló la política cultural de la revolución con sus infames Palabras a los Intelectuales; doce mil cien palabras de las que retumban las veintitrés más importantes: “¿Cuáles son los derechos de los escritores y artistas revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución ningún derecho”.
La primera baja de aquella guerra avisada sería Ediciones El Puente, que dirigieron los poetas José Mario y Ana María Simo, donde, entre 1961 y 1966, se publicó a una generación joven, racialmente diversa y altamente homo-sexuada, dispuesta a renovar los cánones literarios y sociales. La homofobia institucional arremetió contra todos los “puentistas”; Simo y Mario serían detenidos en repetidas ocasiones; Mario, finalmente, enviado a los campos de concentración de las UMAP, por homosexual.
Los “puentistas” terminaron o bien exiliados, o bien integrados, revolucionarios, discretos y obedientes, como es el caso de la poeta Nancy Morejón, el teatrista Gerardo Fulleda, y el etnógrafo Miguel Barnet… el mismo que hasta hace poco vistió y calzó la presidencia de la UNEAC.
Acechando desde las más altas instancias revolucionarias estaba la persecución homófoba hacia los jóvenes creadores. Raúl Castro y Ramiro Valdés, en viajes exploratorios a Bulgaria y a China, respectivamente, se ingeniaron el programa de trabajo forzado con que harían “de maricones, hombres”: las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, las UMAP. Cerca de treinta y cinco mil hombres cubanos, la mayoría homosexual, fueron recluidos en los diversos campamentos en Camagüey. De ellos, “quinientos homosexuales terminaron bajo tratamiento psiquiátrico, ciento ochenta se suicidaron y setenta murieron a consecuencia de las torturas” entre noviembre 1965 y julio 1968, según informe de Tania Díaz Castro en este mismo diario. A las UMAP fueron a parar quienes años más tarde llegarían a ser cubanos universales, como el cantautor Pablo Milanés, y el cardenal católico Jaime Ortega Alamino.
Con la homofobia oficial campeando a sus anchas, muchos otros creadores fueron víctima de la vileza. Víctimas, si obligados a huir del país; víctimas, si atropellados por el poder. Está la misteriosa muerte en 1968 del fotógrafo de los artistas, Julio López Berestain, encarcelado sin razones y quien falleció en la cárcel. Está la expulsión de la Universidad de La Habana y de su cátedra en la ENA del prestigioso artista Raúl Martínez, que introdujo el arte Pop en la plástica cubana.
En sus memorias Martínez cuenta: “Ya se hablaba de medidas de depuración en la enseñanza para educar a las nuevas generaciones puras y sanas…La ENA me entregó una carta en la que anunciaba que no podía renovar mi contrato. En la Universidad eran ya cuatro años dedicados a los alumnos del primer año de Diseño Básico. Tenía que renunciar inmediatamente. Si no lo hacía, los jóvenes comunistas en una asamblea general a la que debía asistir me acusarían de homosexual”.
A partir de los sesenta, la cultura cubana sufrió un descalabro del cual no ha habido recuperación posible. A causa del atrincheramiento ideológico y represivo del castrismo docenas y docenas de artistas, creadores e intelectuales, al igual que periodistas y académicos se han refugiado en Europa, América Latina y Estados Unidos. Abandonaron su patria, de forma definitiva, los plásticos Gina Pellón, Agustín Fernández, Jorge Camacho, Zilia Sánchez, Alfredo Lozano, Cundo Bermúdez, José Mijares, Rolando Dirube, Carmen Herrera, Daniel Serra-Badué, Enrique Gay García, Emilio Sánchez, Jorge Pérez-Castaño, Waldo Balart, entre otros. Cuando en 1961 el régimen nacionalizó la Escuela Provincial de Artes Plásticas de Matanzas, expulsó a su co-fundador y director, el artista Rafael Soriano, quien en 1962 abandonó el país con su familia.
En 1966 diez bailarines del Ballet Nacional de Cuba pidieron asilo político en París, durante la gira europea de la compañía. Esta fue la deserción de bailarines más importante de la historia moderna, junto a las deserciones rusas, y es un fenómeno que no cesa: entre 2015 y 2016, por ejemplo, desertaron ochenta y tres bailarines de Cuba.
Músicos y compositores también se vieron obligados a abandonar la isla en los años sesenta: la reina de la salsa, Celia Cruz, Fernando Albuerne, la Orquesta José Fajardo y sus Estrellas, el gran maestro Ernesto Lecuona, el compositor Osvaldo Farrés, Xiomara Alfaro, la gran Olga Guillot, la soprano Marta Pérez, Rolando Laserie, Ñico Membiela, Orlando Contreras, La Lupe, Bebo Valdés.
Entre los creadores que permanecieron en la isla, y sufrieron los rigores de los comisarios culturales, está la gran Antonia Eiriz. Ya para 1968 su obra, de fuertes y a veces lúgubres imágenes, se consideraba desprovista del optimismo requerido para “la construcción del socialismo”. Ese año el régimen calificó su obra Una tribuna para la paz democrática de “derrotista”, y llamó a Eiriz disidente. En 1969 Eiriz dejó de pintar, y quedó desvinculada del mundo artístico, hasta su exilio en 1993, cuando retomó la pintura durante los dos años antes de su muerte.
A partir del Congreso de Educación y Cultura en 1971 se implementó la llamada “parametrización”, un atrincheramiento en la ortodoxia homófoba de la moral socialista. Censores cuyos nombres los cubanos no deben olvidar jamás son los de Armando Quesada –alias Torquesada–, Luis Pavón y Jorge “Papito” Serguera, responsables de purgar de la cultura nacional todo elemento considerado antisocial –léase los homosexuales–, durante el llamado “quinquenio gris”, entre 1971 y 1976. Se adoptó la “ley contra la vagancia”, en cuyo contexto se parametrizarían a todos los expulsados de sus puestos en cultura, radio y televisión, teatro, y cine. Víctima de aquella homofobia furibunda fue Pepe Camejo, co-fundador del Teatro Nacional de Guiñol, enviado a la cárcel en 1971 luego de que su teatro fuse arrasado.
¿Y qué decir del cierre, en junio de 1971, del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, y su revista Pensamiento Crítico, fundada en febrero de 1967, impedidos ambos de seguir adelante dado el urgente alineamiento obligatorio del debate cubano a la ortodoxia acrítica del marxismo soviético?
Y para ponerle la tapa al pomo, en ese nefasto año 1971, sucedió el arresto del poeta Heberto Padilla. Llegaron al clímax los agravios del régimen contra el poeta, iniciados en 1968 a raíz del premio a su poemario Fuera del juego, texto crítico del proceso revolucionario. El “caso Padilla” causó el rompimiento con el castrismo de casi toda la izquierda intelectual de Occidente, y constituye una de las páginas arrancadas de la historia oficial que hay que devolverle a la verdadera y exacta historia cultural de Cuba.
(Continuará…)
Recibe la información de Cubanet en tu teléfono a través de Telegram o WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +1 (786) 498 0236 y suscríbete a nuestro Boletín dando click aquí.