LA HABANA, Cuba. – Una imagen que circula en Facebook muestra a la Dama de Blanco Xiomara Cruz internada en una sala del hospital capitalino “La Covadonga”. La foto da cuenta del estado de gravedad en que se encuentra la activista. Su muerte, ahora, no es ninguna metáfora ni una mera especulación, se trata de una posibilidad real que puede ocurrir de un momento a otro, mientras permanece bajo custodia de los mismos que la encarcelaron en octubre de 2018 por el supuesto delito de “amenaza”.
En el mejor de los casos, Xiomara podría salir vivía del centro hospitalario donde encuentra bajo vigilancia policial. Sin embargo, toda la responsabilidad de lo que le suceda corre a cargo de quienes autorizaron su detención y condena por su activismo social contra la sistemática violación de los derechos humanos ejercida por los cuerpos represivos del régimen de la Isla y las exigencias de libertad para los presos políticos.
Ella llegó a la prisión sin padecimientos que atentaran contra su vida y ahora – los últimos partes médicos- aparece con una estremecedora delgadez y otros síntomas que podrían ser anuncios de un inminente deceso. No me explico cómo puede sostenerse en pie tal y como aparece en la instantánea, al parecer tomada subrepticiamente.
Si ocurre un desenlace fatal es probable que los criminales saquen a la palestra sus alardes humanitarios de haber hecho todo lo inimaginable por restaurar su salud: los mejores especialistas pendientes las 24 horas de su estado, el uso de medicamentos comprados en el mercado internacional a precios astronómicos, entre otras atenciones especiales. Pero nada de eso exime al régimen de culpas. Debería darles vergüenza haber puesto tras las rejas a una mujer de casi 60 años de edad por el mero hecho de expresar su rechazo a las políticas que coartan las libertades fundamentales de todos los cubanos.
Si lamentable resulta la actitud de la jefatura del Ministerio del Interior, que es donde se autorizan los asesinatos, golpizas, encarcelamientos, actos de repudio, interrogatorios, actas de advertencia, allanamientos y actos vandálicos contra los opositores e integrantes de la sociedad civil independiente en Cuba, peor es el silencio de la comunidad internacional ante la secuencia de episodios que atentan contra integridad física y psicológica de las personas que se atreven a cuestionar, públicamente, el estatus quo.
Las reservas para emitir condenas en bloque u otras medidas que ayuden a darle mayor visibilidad a los atropellos que ocurren a diario en las calles y en las decenas de prisiones que existen en la Isla -en número desproporcionado en comparación a la cantidad de habitantes- deja el camino abierto a los represores y aumenta la indefensión de las víctimas.
Es una pena que ni las democracias del mundo occidental hayan tomado cartas en el asunto en la manera que demandan las circunstancias.
Las preferencias, salvo algunas excepciones, terminan decantándose por los acomodos con los mandamases que pagan con gestos cuidadosamente calibrados, para que no afecten los fundamentos ideológicos que sostienen al partido único.
En Cuba falta el consenso y un compromiso real de proteger a los sectores de la población que se enfrentan a una implacable maquinaria opresiva, dispuesta al uso de cualquier procedimiento con tal de mantener a raya el disenso.
Hay muchas formas de matar y no propiamente el cuerpo, también se aniquila la voluntad con mecanismos de terror psicológico.
Aunque algunos disimulen por conveniencia y otros crean que las incidencias punitivas que se divulgan son exageradas, la realidad indica que la dictadura cubana es capaz de cometer las más sucias y crueles acciones contra personas pacíficas que se hartaron del interminable ciclo de atropellos, censuras, racionamientos y promesas incumplidas.
Lo han hecho, sin pausas, durante su larga existencia.
Xiomara Cruz está en peligro de muerte. Y otro cubano, en este caso el periodista Roberto de Jesús Quiñones, acaba de ser condenado a un año de cárcel por ir a cubrir un juicio contra un matrimonio de pastores evangélicos que insistieron, a pesar de las amenazas, de educar a sus hijos por su cuenta por el método conocido como homeschooling.
Los líderes cristianos están tras las rejas y el comunicador se apresta a entrar en lo que describo como el infierno en la tierra. Nada de hipérboles. Estuve allí y doy fe de que el calificativo guarda estricto apego a la verdad.
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