LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – Ya se ha vuelto costumbre para el régimen levantar de sus tumbas y glorificar a los mismos que crucificó. Uno, entre tantos, es el escritor, poeta, periodista, editor y ensayista de talla universal, José Lezama Lima (La Habana, 1910-1976).
Las primeras informaciones sobre Lezama las recibí cuando estudiaba Filología. El nombre del poeta se pronunciaba en voz baja, como si fuera una mala palabra. Lo acusaban de apartarse de la revolución, relacionarse con intelectuales homosexuales, y de ser, él mismo, homosexual.
Paradiso (1966), novela cumbre de las letras hispanas, publicada en varias lenguas con gran éxito y ganadora de premios en Italia y España, estuvo censurada durante décadas en Cuba, a pesar de que fue publicada.
Me encontraba en una librería habanera cuando la pusieron a la venta. Al día siguiente fueron retirados los volúmenes de todas las librerías y no se vendió más en Cuba esa obra fundamental de nuestra literatura.
A pesar de esas limitaciones, en la Universidad conocimos al Lezama promotor de la cultura a través de cuatro revistas, entre otras producciones de influencia formadora: Verbum (1937), Espuela de Plata (1939-1941), Nadie Parecía (19421944) y la más notable, Orígenes (1944-1956). Lezama, por su reconocida erudición, ocupó cargos culturales, y en editoriales después de l959.
¿Qué diría Lezama, en vida repudiado, acorralado, prácticamente preso en su refugio de Trocadero 162, si conociera los homenajes post mortem que ha recibido tanto en Cuba como en el exterior?
Camino a la casa de mis padres, a pocas cuadras de la vivienda de Lezama, me detenía a veces a conversar con el poeta, tan grueso como afable, que acostumbraba sentarse en su sillón frente a la ventana de la sala, y obligaba a los transeúntes a desviar la marcha. Pero a nadie le molestaba desviarse para hablar con él. Lo sé por los saludos y despedidas que le vi intercambiar con sus vecinos:
-¿Y qué, gordo, cómo amaneciste del asma?
-¡Aquí, mi prieta, un poco mejor!
No recuerdo quejas, ni odios de Lezama contra nadie. Protestaba sí, porque la cuota de café no le alcanzaba para brindarnos una taza más fuerte. Sin embargo conservo en la mente estas palabras no exentas de amargura que un día me dijo el poeta:
-Tu padre, que era argentino, se quedó en Cuba porque quiso. Virgilio Piñera vivió allá, y cometió la estupidez de regresar. Ahora se queja de que lo persiguen porque es pájaro. Yo quiero reunirme con mi hermana en España, pero el gobierno no me deja salir, me tienen preso entre estas paredes.
Su muerte me conmocionó. Años después, al pasar frente a su vivienda de la calle Trocadero, vi un cartel que anunciaba: Casa-Museo José Lezama Lima. ¿Sería el mismo Lezama que descubrí en la universidad, a través de Paradiso, de referencias bibliografías, y en fugaces conversaciones en voz baja?
Como los muertos no pueden hablar, y mucho menos protestar; protesto yo entonces por Lezama Lima. Protesto por las desdichas y el ostracismo que le impusieron los mismos que hoy, con descaro, lo homenajean. Protesto, sobre todo, porque no ha recibido al menos una disculpa pública que dé alguna credibilidad y legitimidad a tantos reconocimientos oficiales que llegan demasiado tarde.