LA HABANA, Cuba.- Cuando Juan siente que la crisis del país le ahoga la voluntad abandona su silencio, sale a la calle y le canta las cuarenta al gobierno. Los vecinos del albañil, de 54 años y residente en la barriada de Santo Suárez, consideran acertadas sus críticas. Sin embargo, cuando Juan comienza el alegato, todos los moradores de la zona entran en sus casas y lo dejan solo en la calle.
El vecino que nos comunicó la actitud desafiante del albañil advirtió que tenía el valor para secundarlo, pero…
“Él (Juan) no tiene nada que perder, mañana se pone su traje de albañilería hace un trabajo, cobra y no tiene que mantener a nadie. Yo no, yo tengo familia que mantener y debo cuidar mi trabajo, donde estoy escapando hasta ver qué pasa”, dice el vecino que aceptó ser identificado como trabajador del Ministerio de Transporte.
En la ciudad de Miami, el punto geográfico que suma la mayor cantidad de exiliados de la Isla, me propuse documentar las opiniones de los cubanos sobre las reformas constitucionales realizadas por el gobierno.
Siguiendo la tradición de las tertulias que se originan en las barberías habaneras, entré a una, en Flagler y la 57 avenida. Suerte, dentro del negocio había cuatro cubanos esperando para cortarse el cabello, y un barbero chileno.
Teniendo en cuenta que como método represivo el gobierno cubano prohíbe el derecho de entrada y salida del país de sus ciudadanos, pregunté cuántos de los presentes visitaban la Isla. Todos. Resumiré las entrevistas a mis paisanos con el señalamiento del chileno.
“Ustedes los cubanos se pasan la vida hablando mal del gobierno de Cuba, pero si tienen que hacerlo en público se callan”.
Los dos contextos se unen a una realidad que abarca a los cubanos donde quiera que se encuentren: la autocensura.
Legislación del temor
A raíz de las convocatorias para llevar a cabo manifestaciones públicas dentro de Cuba, se ha visualizado en las redes sociales la teoría del escaso apoyo de los cubanos a las protestas cívicas contra las políticas gubernamentales.
En algunas democracias de vista gorda, este criterio es acompañado con la presunción de que si los cubanos no salen en masa a protestar es porque apoyan al régimen.
Todo indica que Cuba es el único país del mundo donde no existen demandas populares, lo que supone que los cubanos viven felices en la miseria, disfrutando a plenitud la falta de libertades. Pero en realidad gusrdan silencio.
El falso ambiente de conformidad contrasta con la realidad que se vive. El silencio social, que no deja escuchar el descontento, es el mayor grito de protesta, teniendo en cuenta que el gobierno ejerce el control ideológico de la sociedad para fomentar la autorepresión de los cubanos, repito, donde quiera que se encuentren.
Cualquier acto de discordancia política ubica al individuo en la categoría de contrarrevolucionario. Este estigma priva al ciudadano de todos los derechos y sustento, dejando expuesta su libertad, la de sus familiares y amigos.
Tan alto es el precio, que nos encontramos con personas dispuestas a romper con la censura, su silencio, pero el temor supremo de ser ejecutados socialmente los hace autodefinirse como disidentes y no opositores, o alternativos y no independientes. Exteriorizan la moderación como atenuante contra el fatal impacto de ser catalogados como enemigo del socialismo en la Isla.
El único logro de la revolución es mantener la inconformidad autorreprimida en el cerebro de cada cubano. La autocensura implantada por el régimen consigue una conformidad que limpia la imagen de represión general, ahorrándose la necesidad de exhibir a las fuerzas públicas reprimiendo a miles de ciudadanos.
La efectividad de este método radica en legislar el miedo y ramificarlo en la psiquis de la sociedad. Establecer prohibiciones y otorgar licencia colectiva para infringirlas, siempre y cuando el ciudadano no sea estigmatizado como contrarrevolucionario. Algo extremadamente peligroso en un momento en que cobra auge el discurso de confrontación con EE.UU.; que acusa de cómplices del enemigo a quienes culpen al gobierno socialista de la crisis permanente del país.
Quienes depositaron las esperanzas de independencia en el sector privado se equivocaron. Las décadas de imposición de silencio en el sector estatal sirvieron de escuela al sistema de control político.
Unido a la llamada apertura económica, y la llegada del Internet a la Isla, se inició el desenfreno en acomodar decretos, prohibiciones y controles que garanticen la autocensura en el sector privado e impongan freno total a la libertad de expresión y artística.
Basta un ligero recorrido por la realidad para enterarnos que las más conocidas regulaciones de los últimos tiempos no se cumplen, están decretadas para usarlas convenientemente de modo individual o colectivo.
El Decreto Ley 349, para el control del arte independiente; el 370, sobre la prohibición de las webs en servidores extranjeros; el 373, que aspira a dirigir el cine independiente; las resoluciones 98 y 99 para acabar con las redes inalámbricas y cableadas; la prohibición de venta de ropa importada; los precios topados en agromercados, transporte y gastronomía privada.
La autorrepresión de las víctimas
El apoyo que sostiene el régimen cubano no es popular, está basado en el control político establecido mediante todos los recursos del poder legislador, en un país donde no existe la división de poderes del Estado.
Así es como el Decreto 349 se aplica solo contra el Movimiento de San Isidro o la Peña de Júcaro Martiano en Camagüey, y no contra la indecencia musical en las actividades públicas oficiales.
Cuando en el pasado mes de abril la policía política allanó mi casa, alegaron que buscaban equipos de “infocomunicaciones”. Actuaron bajo la justificación de una decena de antenas para redes inalámbricas ubicadas públicamente en el edificio donde resido.
Dentro de la casa se percataron que solo una de estas antenas estaba ubicada en los dominios de mi propiedad, entonces desbocaron la verdadera intensión.
“Es esta, los demás no escriben para CubaNet”, dijo el oficial a cargo del operativo.
En franca violación de las resoluciones 98 y 99 del Ministerio de las Comunicaciones, cinco meses después el resto de las antenas siguen ahí, escapando.
Indagaba en las calles sobre cuántas prohibiciones se quebrantan a cambio de mantener rumiante el descontento. Al llegar a una feria de cuentapropistas donde se vende mercadería, ubicada a cien metros del gobierno municipal de Centro Habana, intenté grabar una imagen y los vendedores saltaron indignados cual funcionarios estatales.
̶ “Oiga, usted no sabe que no se pueden tirar fotos”, dijeron a coro dos vendedoras.
̶ “Pero esto es un aérea pública, no hay prohibiciones”, intenté defenderme.
̶ “Las fotos en la feria están prohibidas”, gritó otra vendedora.
Me atrevo a asegurar que las cuentapropistas ̶ si lo son ̶ no forman parte del apoyo popular presumido por el gobierno. Ellas están escapando de la regulación que desde el 2014 prohíbe vender mercadería importada, o la reventa de artículos de la red comercial.
La prohibición que pesa sobre ellas nunca tuvo el propósito de “combatir la impunidad” y “mover en el sector el rechazo a las ilegalidades”, como expresó el gobierno a través de la prensa oficial. El objetivo ya lo sabemos, lo describe el silencio de las víctimas a quienes el gobierno deja una sola salida: seguir escapando, pero en un silencio que hace un daño irreparable.
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