VILLA CLARA, Cuba. – Para llegar a la fábrica particular de Yolexis Puentes hay que alejarse bastante del centro de Santa Clara, tomar un taxi y caminar cerca de dos kilómetros entre calles angostas y agujereadas. Dentro de su casa, modesta y decorada con variedad de flores plásticas, salta a la vista la pantalla gigante de un televisor que ocupa casi la totalidad de la pared de la sala. El taller de este muchacho está ubicado en una de las habitaciones más pequeñas del perímetro. Desde los clavos y puntillas se entretejen varios cables de los que cuelgan piñatas recién elaboradas para cumpleaños y otras a punto de encolar. Allí no hay nada más que una impresora, una laptop, y una mesa repleta de cartones, hilos y pegamento.
A diario, Yolexis vende a otros distribuidores más de 50 piñatas, gorros y máscaras para cumpleaños. Puede asegurarse que, mientras mantenga la patente, su trabajo siempre va a ser rentable en tanto “sigan naciendo niños en Cuba”, bromea. “Los cumpleaños son tremendo negocio. Aquí elaboro todo lo que se usa en materia de cartelería y otras confecciones como pitos, tarjetas, antifaces, y las mismas piñatas, con lo que pida la gente, o con lo que esté de moda. Por lo general, imprimo personajes de dibujos animados, los extranjeros, porque son los que más piden los padres. Las piñatas las tengo desde 60 pesos en adelante, según el tamaño”.
En uno de los establecimientos dedicados a la comercialización de artículos para fiestas y cumpleaños en el centro de la ciudad están expuestas varias piñatas parecidas a las de Yolexis. La vendedora explica sin compasión alguna que las más pequeñas son para “la gente más pobre” porque “se deshacen más fácil y le caben menos cosas”. Por todo el local hay cajones con pequeños juguetes de plástico, de factura burda, chapucera. En otros resaltan los globos, de mejor o peor calidad y las pelotas de tela, “que las compran también la gente pobre”, recalca ella. “Aquí hay precios para todos los salarios”, argumenta, mientras enseña un listado con tarifas que la contradicen. A esta y otras tiendas, los padres cubanos acuden, generalmente, para adquirir toda la decoración temática que se ha puesto de moda en el país para las fiestas infantiles, a usanza de las tendencias foráneas.
La celebración de cumpleaños ha devenido una manera de demostrar el estatus económico de cada familia. Con la apertura al trabajo por cuenta propia se acrecentaron las empresas en torno a dichos festejos conjunto a la aparición de tiendas y fábricas particulares que ofrecen “paquetes” con diferentes precios en dependencia de la magnitud de la fiesta que se quiera organizar. En páginas como Revolico.com y en los grupos de Facebook también se publicitan agencias que incluyen los servicios de decoración, buffet, audio y recreación a un costo solo asequible para quienes reciban remesas del exterior, o bien que mantengan un negocio bastante rentable dentro de la isla.
“Más que un ojo de la cara”
En 1987, cuando Heidi Barreras cumplió su primer año, a sus padres le asignaron un cake, dos cajas de refresco embotellado y un saco de panes a los que se accedía con la libreta de abastecimiento y el carné de identidad mediante. Eso se lo contaron ellos, porque solo conserva una o dos fotos de aquella temprana fecha, cuando el gobierno cubano proveía a las familias de algunos suministros para celebración del primer año, los quince y las bodas, incluso, durante el transcurso del período especial.
Actualmente, el estado no ofrece dichas facilidades. Tampoco dispone locales de alquiler a precios asequibles ni la venta en tiendas recaudadoras de divisa de artículos para estos fines. Los lugares destinados mayoritariamente al turismo cobran más de 50 CUC por la renta del espacio durante una hora. El Piano Bar de Santa Clara, uno de los cabarés más solicitados en moneda nacional para el festejo de cumpleaños establece el precio de 10 pesos por persona invitada, incluyendo los niños, y debe entregarse el 50% del dinero por adelantado. La cuenta apunta a que una fiesta con solo 40 convidados significa el salario básico de cualquier trabajador en Cuba.
Heidi no trabaja para el estado, se dedica a depilar cejas en una peluquería cooperativa, aunque estudió licenciatura en contabilidad. Hace dos meses le celebró los cinco años a su hijo en un local arrendado de la ciudad de Santa Clara con el dinero que le envió su hermana desde Estados Unidos. “Antes todos éramos iguales”, asegura. “Se veían las mismas cosas en las fiestas y en los quince. Todos comíamos lo mismo. Ahora, existe una desigualdad tremenda: unos tienen para mucho y, otros, ni cumpleaños pueden hacerles a sus hijos”.
“Una fiesta a lo grande, es decir, con local y eso, te cuesta más que un ojo de la cara”, cuenta. “Tienes que comprar las cosas para la piñata, rifa y premios para los juegos del payaso, que son muy feos, pero es lo que te venden. El local me costaba a 100 pesos la hora, porque era estatal, pero no te incluían el audio. El muchacho que pone la música no pertenece a la empresa y quería cobrarme 500 pesos por hora. Yo me llevé a un vecino que tiene un bafle y resolví con eso”.
Para el cumpleaños, Heidi contrató un payaso que pertenece a una de las empresas estatales artísticas de la provincia. Se reserva el nombre, pues estos no están autorizados a ejercer el trabajo por cuenta propia a expensas de la agencia que los subvenciona. “Ese me cobró 20 CUC por entretener a los muchachos una hora, eso porque estaba ilegal. Si venía un inspector tenía que decir que era amigo de la familia. Los que no pueden pagarlos disfrazan a un tío o a la misma madre”.
Aunque existe la posibilidad de obtener la licencia para “animador, payaso y mago”, muchos de estos artistas que pertenecen al Consejo de las Artes Escénicas o al Centro Provincial de la Música se contratan “por la izquierda” para ganar un dinero libre de impuestos. La patente de organizador y conductor de fiestas cuesta 160 pesos mensuales a quien la solicite y el monto de 240 pesos para los que ejercen en la capital.
El cumpleaños del hijo de Heidi fue celebrado por todo lo alto: “Me gasté más 3000 pesos”, asegura. Mientras, otra madre, Mailén Batista, está buscando en una de las tiendas unos gorros manufacturados que cuestan solo un peso en moneda nacional, paquetes de caramelos duros y unos libritos de cuentos cortos para hacer ella misma, una rifa improvisada. “Yo no tengo para más. Cuando empiezas a sumar cada cosa para llenar una jaba se te van cientos de pesos. Ni con tres salarios se paga un cumpleaños que valga la pena. No te da la cuenta, porque cada niño se aparece con algún invitado fuera de la lista. Yo digo que la gente tiene tanta hambre vieja que oyen fiesta y van en masa a llenarse la barriga, llevan hasta la abuelita en la silla de ruedas, aunque lo hagas en tu casa”.
Tanto el buffet como la decoración de un cumpleaños infantil en Cuba determinan la bonanza económica del homenajeado. Muchos de los padres que perciben un salario estatal deben conformarse con los pasteles de masa dura que se hornean, con previo aviso, en las dulcerías del estado y, solamente, si se dispone de una base entregada un día antes del festejo. Otros, contratan los servicios de manos particulares que le adosan al cake todo tipo de grajea o los adornan con la propia temática de la fiesta que pueden oscilar en precios desde 40 hasta 150 CUC.
La mayoría de las familias cubanas con bajo estatus económico suele comprar el dulce en los establecimientos estatales y se protege debajo de un mosquitero desde la noche anterior. Generalmente, se usa la tapa de las lavadoras rusas como pilar, por la dimensión estándar de las mismas, que coincide con el cake de mayor longitud que puede encargarse. Mailén, que asegura que va a repartir refresco marca Piñata y croquetas en el cumpleaños de su hija, sentencia: “Irónicamente, yo creo que en Cuba es el único país donde se compra un cake lindo y más caro para las fotos y otro para repartirle a la gente”.
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