LA HABANA, Cuba. – Desde muy temprano en la mañana del sábado, el público hacía filas para acceder a la recién inaugurada Plaza de Cuatro Caminos, tras un largo proceso de restauración. La etapa final de la obra, su elegante acabado y el indiscutible atractivo de lo novedoso había generado grandes expectativas entre los ciudadanos, que especulaban sobre lo bien abastecido que estaría el mercado para su reapertura en homenaje al 500 aniversario de La Habana.
La víspera, día 15 de noviembre, tuvo lugar la inauguración oficial, con la presencia de altos funcionarios del gobierno y la Corporación CIMEX, así como un corro de curiosos que contemplaba el acto desde los alrededores. Mucho prometía la rehabilitación del que en otros tiempos fuera el mercado más amplio y frecuentado de La Habana, especialmente porque su nuevo comienzo se produciría en un contexto de desabastecimiento de artículos de primera necesidad, al cual se sumó la implementación de un excluyente marco económico en dólares que hundió al pueblo en la incertidumbre.
La reapertura fue, no obstante, menos glamorosa de lo esperado, con numerosa fuerza policial desplegada alrededor de toda la manzana, procurando hacer frente a una multitud enardecida sin desatar la violencia. Salvo la incorporación de algunos negocios del sector privado a un circuito que se presumía exclusivamente estatal y mayorista, no hubo sorpresas en cuanto a la mercancía que allí se vendió; pues se trata en realidad de los mismos productos que aparecen, si bien con intermitencias, en la red de tiendas recaudadoras de divisas.
Por tratarse del aniversario de la capital -único motivo que explica la súbita presencia de tantos bienes hasta ayer desaparecidos-, sacaron cajas de cerveza nacional e importada, aceite comestible, variedad de salsas de tomate, jugos y conservas, juegos de baño y electrodomésticos que la gente compraba y sacaba del establecimiento entre un mar de clientes potenciales que en más de una ocasión se llevó por delante a los agentes del orden.
Para fiasco de los que tienen una imaginación calenturienta, el agromercado climatizado no trajo fresas, uvas, kiwis ni manzanas. Hay lo mismo que en las tarimas corrientes, pero limpio y envuelto en bolsitas de plástico. Plátano y piña a la orden del día, mazos de lechuga enclenques y mustios, naranjas diminutas y precios nada tentadores. Como es habitual, el confort y la primicia pronto sucumbirán ante la rutina. El prolongado y colosal proceso de rehabilitación se ha estrellado con la chusmería de siempre, el “por aquí no se puede” y la compulsiva necesidad de acaparar casi cualquier cosa.
En medio de la histeria colectiva muy pocos se cuestionaron de dónde salieron tantas vituallas, excepto carne, que ese departamento tuvo que inaugurar con sus neveras lustrosas y desiertas. Aun así, había suficientes chucherías para alimentar la ilusión de abundancia, la esperanza que acompaña a todos los comienzos, y la previsión de que siendo Cuba un país de escasez crónica, semejante raudal no ha de durar mucho; por consiguiente, se recomienda aprovechar.
Quizás la mercancía que hoy colma los estantes de Cuatro Caminos se haya reservado para tal fin; pero no deja de lucir sospechoso el cierre de varios mercados habaneros en los últimos meses, y la reducción tanto del espacio comercial como de la oferta en otros establecimientos que causaron, en sus inicios, el mismo furor que ahora provoca la flamante Plaza ubicada en el corazón de Atarés.
Ha transcurrido un solo día de la reapertura y ya asoman la suciedad, la indisciplina social y la delincuencia circundante que nada ni nadie podrá mantener a raya. Al contrario de lo ocurrido en los carnavales habaneros, donde la policía reprimió con violencia a la turba alcoholizada, la reapertura del Mercado Cuatro Caminos dejó a los agentes a merced de los empujones, vituperios y provocaciones de un pueblo enfurecido que solo necesita poner similar ímpetu y una dosis de civismo en cuestiones más apremiantes, para que Cuba sea otra.
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