LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -El recuerdo que tengo sobre la visita a Cuba en 1998 de Juan Pablo II es la cárcel. Después de varios traslados me llevaron hasta la prisión de Ariza, provincia de Cienfuegos.
Según explicaron las autoridades penitenciarias, buscaban un penal acorde a mi reclamo. En las cárceles de La Habana, exigía el fin de la confiscación de Biblias y materiales religiosos.
Durante dos años apelé a instituciones del Estado y organismos internacionales, sin resultado. De forma inesperada las autoridades del penal entregaron parte de la literatura religiosa requisada. El olor azufre de aquel gesto reveló la farsa mal montada. Juan Pablo II había anunciado su visita a la isla, el gobierno acomodaba la aldea.
Entonces fui trasladado a la prisión de Ariza, 232 km de distancia de mi familia. Era el infierno donde debía esperar al representante de Dios en la tierra.
Cuando llegue a la cárcel Cienfueguera solicité asistencia religiosa. Una semana antes de la llegada del Papa, tuve la primera entrevista con un sacerdote.
El Tiburón Blanco, como se bautiza a la prisión de Ariza, por la capacidad de devorar seres humanos, mataba un reo mensual. Los servicios médicos estaban dirigidos por la esposa del oficial de la policía política. Los alimentos, basados en caldos, se servían putrefactos bajo la justificación de tener las neveras rotas. El pan era sustituido por una papa caliente a las 6:00 am. Faltaba el agua, abundaba la sangre en las golpizas, las epidemias y el hacinamiento.
Durante la estancia de Juan Pablo II en la isla, el infierno se convirtió en limbo. Una especie de tregua que aún con las neveras rotas cambio la dieta del penal. Durante cinco días los reos recibieron pan en las mañanas, comieron arroz con pato, macarrón con pato y sopa de pato. Las golpizas dejaron de ser diarias y los servicios médicos depusieron la práctica de inyectar agua a los enfermos.
Cuando el avión de Su Santidad no había aún despegado de territorio cubano, regresó el infierno. Vladimiro Roca, Bernardo Arévalo Padrón y yo fuimos llevados a la celda de aislamiento. Esperábamos el fin de la efímera farsa, pero no con tanta rapidez y desvergüenza..
El Papa Juan Pablo II dejó mensajes para el gobierno de Cuba. Habló sobre la separación forzosa de la familia cubana dentro del país, la emigración, y de espacios para expresar y proponer con tolerancia. Finalmente nos dejó la difundida frase de que Cuba se abriera al mundo con sus posibilidades y el mundo a Cuba.
Los ilusos miraron las señales del gobierno con esperanza. La Iglesia se afanó en hacer llevar a la práctica los mensajes de Pontífice y Fidel Castro respondió con la Primavera Negra.
La visita de Benedicto XVI es una oportunidad nada despreciable para el gobierno. El acontecimiento ofrecerá las herramientas necesarias para la imagen de cambio que intenta brindar el menor de los Castro. Una bendición para manipular la realidad de los cubanos.
Cuando Benedito XVI arribe a la isla el próximo 26 de marzo encontrará la misma farsa que recibió a Juan Pablo II. Aunque tengo que reconocer que esta vez está mejor montada.