LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -Juan Herrera se hizo alfarero por los años veinte, del siglo pasado, en la provincia de Camagüey. Aunque casi todos los miembros de su familia siguieron esa tradición, dos de sus hijos varones fueron los que más se destacaron. En la década del cincuenta, Los Herrera eran famosos por las innovaciones que aportaron, y sus piezas eran solicitadas en hoteles, como adornos y paelleras, y en importantes tiendas para turistas.
El único descendiente que queda vivo de la familia es Pedro, con casi ochenta años. No trabaja el barro, pero le hubiera gustado seguir haciéndolo, porque su padre le enseñó a moldearlo, más con el corazón que con las manos.
Él cuenta lo que sufrieron bajo el gobierno de Fidel Castro. La primera vez, el 5 de diciembre de 1962, cuando el taller del padre fue confiscado junto a miles de comercios de ropa, ferreterías, zapaterías, propiedades de cubanos no ricos. Recuerda como si fuera hoy aquella madrugada, cuando tocaron a la puerta del hogar de su padre, de 81 años, y le pidieron las llaves, porque a partir de ese momento el taller pertenecía al Estado. Poco después, el anciano murió del corazón y de tristeza.
Como era el único oficio que conocían, sus hijos trataron de no abandonarlo. Con un torno muy elemental, hacían pequeñas piezas en casa, para no perder la costumbre, y porque los vecinos les pedían todo tipo de vasijas: jarras para el agua, adornos de sala…
Un mal día ni eso pudieron hacer. Llegaban los inspectores y les imponían multas por realizar trabajos particulares. Aunque siempre tenían en mente montar de nuevo un taller de alfarería, en 1968 sus ilusiones murieron, por el momento, con la Gran Ofensiva Revolucionaria, aquella política económica del gobierno que consistió en expropiar de una vez 50 mil pequeños comercios y todos los servicios privados del país.
No obstante, en 1978, la idea de tener su propio negocio se hizo realidad. Aquellos que asistían a la Feria de loa Artesanos de la Plaza de la Catedral, en La Habana Vieja, podrán recordar los objetos de barro que vendían. Apenas instalaban la tarima, se vaciaba.
Pero la felicidad duró poco. El primero de abril de 1982, el régimen puso en práctica la Operación Adoquín, dirigida por la Policía Nacional Revolucionaria, y todos los artesanos desaparecieron. Muchos fueron a prisión por intentar acumular dinero, y otros pudieron escapar al exilio, a Miami y a Venezuela.
A partir de aquel día, nunca más Pedro ha pensado en montar un taller para trabajar el barro. Como tiene duro el corazón, no murió de tristeza, dice. Pero eso sí, a veces toma un ómnibus y va hasta Cangrejera, pueblo cercano a Santa Fe, donde vive, en el oeste habanero. Y allí se queda lelo como un niño ante la puerta de un nuevo taller donde aprenden varios jóvenes, contemplando cómo gira y gira el barro sobre el torno. En ocasiones los muchachos le preguntan si quiere entrar. Entonces Pedro sale disparado, por miedo a ceder.