LA HABANA, Cuba. – En la tarde del martes pasado, en la céntrica avenida Carlos III, un barredor de calles agredió a una mujer con la cual, aparentemente, mantiene una relación sentimental. El sujeto le hablaba en voz alta, amenazándola con darle “dos galletazos” hasta que, fuera de sí, le propinó una bofetada tal que varios hombres tuvieron que intervenir.
Entre todos lograron apartar al agresor, quien, acorralado contra un automóvil, soportó mansamente varios empujones y un sonoro bofetón. Cuando lo soltaron, buscó con los ojos a la mujer que, para sorpresa de todos, seguía allí con su hijo, un pequeño que no supera los 4 años de edad. La vapuleada madre, en lugar de avisar a la policía, o al menos alejarse del lugar con el niño, continuó increpando al hombre, advirtiéndole que “no se lo iba a permitir más”. Es de suponer que se refería al golpe; pero su actitud pasiva, así como la tranquilidad con que el niño presenció el ataque, indican que ambos están acostumbrados a ser maltratados.
Acomplejado por la hombría mancillada, el agresor siguió ofendiendo a la mujer, quien le ripostaba con voz débil desde una distancia prudencial, sin ponderar los efectos de la situación para sí misma, su hijo y los presentes que la defendían de ese individuo violento y mentalmente perturbado. En medio del escándalo, uno de los mirones exclamó: “a ella le gusta eso, mírala, no se va (…) Es mala madre, no le importa su hijo”.
Varias personas asintieron y el cerco protector comenzó a dispersarse. Fue entonces cuando el maltratador se aproximó de nuevo a la mujer, la jaló violentamente por el brazo, y empujó al niño tan fuerte que lo hizo trastabillar y caer de bruces. Una multitud se abalanzó sobre él, lo zarandeó y le advirtió que llamarían a la policía. El sujeto amenazó con sacar un machete y argumentó que tenía derecho a golpearla porque solo él garantiza el plato de comida para ella y su hijo.
En repetidas ocasiones el atacante fue al carrito de limpieza, presuntamente para buscar el arma que algún ciudadano prudente habría sustraído desde el comienzo mismo del altercado. La joven madre y el niño seguían allí, sin lágrimas; mientras los hombres procuraban mantenerlo apartado. Algunos le sugirieron que lo denunciara; pero ella permanecía inmóvil, sujetando al hijo, encarando a quien probablemente la golpea todos los días de su vida.
Su docilidad parecía derivarse de alguna tara mental, perceptible en su forma de hablar; y ese impedimento suele ser, en la sociedad cubana, suficiente para dar el asunto por terminado y que la disfuncional pareja se las arregle como pueda. Es una de las tantas lagunas jurídicas que gravitan alrededor de la violencia de género y el maltrato doméstico.
Son muchas las féminas abusadas que no denuncian por temor a acciones vengativas de sus agresores; pero también porque la indolencia de las autoridades ante estos episodios es proverbial, lo cual ha propiciado el aumento de los feminicidios, un delito no reconocido en el Código Penal cubano. Dicho vacío legal deja sin protección a las víctimas de la violencia machista, pero principalmente a aquellas que carecen del raciocinio necesario para comprender el peligro que las acecha, y sus consecuencias.
La mujer y el niño que motivaron esta crónica se exponen a un trágico desenlace, pues la ley no responde a menos que ella, personalmente, haga la denuncia. ¿Qué sucede cuando, además del miedo, alguna limitación mental le impide enfrentar el asunto de la forma que lo haría una víctima en total posesión de sus facultades cognitivas? ¿Qué habrá ocurrido ayer entre ella y su abusador, una vez en casa, sin nadie que la defendiera?
Un individuo que no tuvo reparos en golpear a su mujer de esa forma, a plena luz del día y delante de todos, debe ser un desalmado en la privacidad del hogar. La protección legal para todas las mujeres maltratadas debería comenzar por establecer que cualquiera que presencie el acto violento pueda denunciarlo, incluso contra la voluntad de la agredida. Los testimonios de quienes intervinieron este martes en la disputa serían más que suficientes para poner a ese energúmeno tras las rejas, salvando a la mujer de una espiral de violencia que pudiera acabar en muerte, y a su hijo del trauma irreversible de presenciarla, de morir también a manos de un enajenado mental, o de reproducir en su adultez el mismo patrón de violencia bajo el cual creció.
Desafortunadamente, en la sociedad cubana ha prevalecido, por encima del sentido común, la decencia y la humanidad, esa absurda sentencia de que “entre marido y mujer nadie se debe meter”. Pero si este martes no hubieran intervenido las personas, ni se hubieran alzado sus voces de repudio, la golpiza a ambos, madre e hijo, habría sido brutal. El popular refrán más bien sirve de apoyatura al régimen para no confrontar una realidad dolorosa que contradice el discurso oficialista y ubica a Cuba, en este apartado como en tantos otros, a la saga de las democracias occidentales.
Si tienes familiares en Cuba comparte con ellos el siguiente link (descargar Psiphon), el VPN a través del cual tendrán acceso a toda la información de CubaNet. También puedes suscribirte a nuestro Boletín dando click aquí.