LA HABANA, Cuba.- José Ángel Toirac es un artista cubano cuya carrera despegó en la década de 1990 gracias a una poética singular, enmarcada en la apertura a lo foráneo que se produjo en Cuba durante el Período Especial. El hundimiento de aquellos años ha sido abordado por casi todos los creadores que desde inicios de los ochenta venían acuñando una obra cuestionadora, capaz de desmontar discursos, atravesar imaginarios sociales y revisar críticamente los profundos traumas que desgarraban al país.
Toirac, como muchos otros de su generación, se radicó fuera de Cuba, quedando su obra proscrita de los circuitos expositivos del país. La censura, en su caso, no obedeció a una vocación de crítica o denuncia explícita en lo que parecía un juego semántico entre política y lenguaje publicitario; sino al controversial leit motiv presente en casi toda la plástica del creador guantanamero: la imagen de Fidel Castro.
La exposición Ars Longa que por estos días se adueña de una de las salas transitorias del edificio de Arte Cubano, y con la cual termina el ciclo de agasajos por haber sido reconocido con el Premio Nacional de Artes Plásticas (2018), propone un recuento a través de la producción artística de Toirac y la fortuna crítica que la ha acompañado. La serie “Tiempos Nuevos”, realizada entre 1995 y 1997, se exhibe por primera vez para el público nacional, junto a otras seis obras de reciente factura, agrupadas en la serie Waiting for the Right Time (2019), que retoma el espíritu de aquellas piezas noventianas para resaltar la vigencia de un mensaje en el cual se solazan dos polos aparentemente irreconciliables: el pensamiento sociopolítico de izquierda encarnado por Fidel Castro, y el poderoso arsenal simbólico de la industria de consumo.
Con la apertura al turismo que tuvo lugar durante el Período Especial, se produjo la entrada a la Isla de marcas líderes a nivel global y se firmaron convenios para colocar productos cubanos en el mercado internacional. La “penetración” que el régimen se vio obligado a permitir fracturó el discurso oficial hasta entonces monolítico, dando lugar a fuertes contrastes entre la pretendida pureza del ideal revolucionario y la demonizada sociedad de consumo, tan inaccesible como deseada por los cubanos.
De esta contradicción emerge el discurso de Toirac, un artista versado en desmantelar nociones que parecen inamovibles dentro de la historia y la política. Para ello utiliza material de revistas fashion, mensajes publicitarios, propaganda ideológica y documentos históricos. El resultado final de Ars Longa provoca reacciones diametralmente opuestas en los espectadores, cualidad que dice mucho de la agudeza del artista para construir su obra a partir de un referente político de trascendencia universal.
La imagen de Fidel Castro es utilizada como brand de la nación, no solo por la omnipresencia del caudillo, incluso después de su muerte, en el contexto cubano; sino porque política y publicidad tienen su piedra angular en la manipulación. Por otro lado, el “líder histórico” de la Revolución ganó fama de consumista refinado y encantador de serpientes en los predios de la política exterior; un sujeto experto en fabular, mentir y seducir a las masas.
El rostro del hombre que predicó austeridad total a su pueblo junto a marcas como Nike, Coca Cola o Apple, que representan el non plus ultra del consumismo, suele descolocar al público. Sin embargo, no es un secreto que Fidel Castro odiaba tanto al “imperio” que vivió enamorado de la ciudad de Nueva York; que en su megalomanía hizo del totalitarismo antillano un producto exportable, codiciado por millones, como cualquiera de los bienes de consumo que figuran en los cuadros; y que en el ocaso de su vida dejó a un lado la casaca militar para llevar ropa deportiva, especialmente de la marca Adidas.
Toirac parece obsesionado con Castro y la épica revolucionaria; pero su “fijación” está cargada de ambigüedades. No en balde la muestra estuvo a punto de ser censurada porque a ciertos fidelistas nostálgicos les pareció un sacrilegio ver al fallecido líder posar sonriente bajo el logo de Coca Cola. Otros, en cambio, la criticarían por considerar que glorifica innecesariamente a un tirano.
El re-make de una obra como Eternity, compuesta de manera tal que refuerza la aureola mítica del personaje, también subraya la obsesión con la inmortalidad, típica de los dictadores. Pero la marca Calvin Klein, otrora cotizada en el mundo de la moda, hoy se considera low end (gama baja). Tal vez sea esa la mejor metáfora para ilustrar la caducidad de un sistema que ya perdió su principal activo.
Algo similar ocurre con Think different, eslogan del emporio tecnológico Apple que utilizó para su campaña gráfica imágenes de grandes personalidades del siglo XX; desde Pablo Picasso y Albert Einstein, hasta Mahatma Gandhi y María Callas. Toirac se apropia de la frase, haciéndola coincidir con la imagen de Fidel Castro, considerado entre los estadistas más influyentes de la pasada centuria. Sin embargo, la obra también encierra una paradoja en la cual el llamado a pensar diferente antagoniza con la obcecada mentalidad política del régimen cubano, heredada del propio Castro.
Ars Longa es una muestra concebida para intrigar al espectador; pero también para reflexionar sobre la pugna entre lo identitario y lo foráneo, el valor documental de la obra de arte, y la solidez de ciertos mitos que se suponen intocables. Luego de 25 años waiting for the right time, la obra de Toirac finalmente ha conseguido rebasar el muro de la censura y podrá ser apreciada por el público cubano hasta el venidero 16 de marzo.
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