WEST PALM BEACH, Estados Unidos. – El caso es de manual: cuestionar un mito es desatar la histeria. Y como suele suceder, los dolidos más vocingleros se mesan los cabellos y se desgarran las vestiduras contra el atrevido (a) que se niega a seguir la comparsita de turno. No faltan en el elenco de moralistas escandalizados los académicos de toga y birrete o algunas afamadas figuras de prensa que, sea con dedito admonitorio o con fingida condescendencia, aprovechan la ocasión para “regañar” a quienes se atreven a decir a viva voz lo que muchos piensan pero no tienen la osadía de expresar. Nada nuevo.
No obstante, más allá del buen nombre, la fama o el prestigio —merecido o no, que aquí se trata del derecho a la opinión y no de exhibir blasones ni lucir historiales—, la gracia de aceptación tampoco es un argumento a la hora de analizar los hechos. La popularidad o la fama no garantizan la supremacía de un criterio. Lo que se impone es el sentido común. Y, claro está, la realidad tangible… Esa que existe en la vida cotidiana a despecho de las ensoñaciones del ciberespacio.
Porque si bien es cierto que la oposición y todo movimiento o persona que adversan a la dictadura cubana han sido en algún momento “sospechosas” o infundadamente acusadas de pertenecer o al menos de colaborar con la (In)Seguridad del Estado castrista, no se puede dejar a un lado un hecho esencial: Oswaldo Payá, así como los prisioneros de la Primavera Negra, los líderes de la oposición y de los grupos de la sociedad civil y periodistas independientes que residimos en la Isla tenemos una existencia física real y tangible, una obra contrastable y el denominador común de mantenernos en frontal oposición a la dictadura. Se puede estar a favor o en contra de nuestras propuestas o ideas, pero nadie se puede cuestionar nuestra existencia.
Dicho esto, debía estar suficientemente claro que resulta absurdo comparar a cualquiera de los antes citados con esa ciberentelequia llamada Clandestinos, cuya existencia real nadie puede confirmar más allá de las redes, cuyas convocatorias —que entre las más recientes invitan ni más ni menos a la toma de una estación de radio— son absolutamente absurdas e irrealizables y cuyo arrojo (siempre desde las redes y a cara oculta) frecuentemente llama a acciones de violencia, sabotaje y anarquía que en las circunstancias de Cuba no son solo acciones cuasi quiméricas sino además llamados imprudentes a un escenario del que ni ellos ni nadie tendría control. ¿Es esto en verdad lo que necesitamos en Cuba? ¿Es esta una solución? ¿Alguien, entre los aguerridos defensores de Clandestinos se ha detenido a pensar en las consecuencias de esas acciones y en el día después? Obviamente, no.
Es comprensible que muchos cubanos, hastiados tras 61 años de dictadura, de represión, de miseria, de ausencia de expectativas y sin esperanzas, tiendan a asirse a cualquier espejismo libertario. En especial son susceptibles de caer en ese encantamiento los emigrados, o una parte de ellos. Es comprensible, repito, pero no razonable.
Mientras, cualquier opinión que atente contra la ilusión del espejismo se toma como una declaración de guerra o, al menos, como una propuesta “desunificadora” de algo que jamás ha estado unido. Así, el solo hecho de cuestionar al fantasmagórico evento —hasta ahora no es más que eso— autodenominado “Clandestinos” es como quitarle una golosina a un niño, en tanto especular sobre su posible origen en los turbios laberintos del G2 cubano es el peor de los pecados. “Lógica inversa”, dice un conocido periodista, que no quiere parecer demasiado cáustico.
Y para “demostrar” que de lo que se trata en mi criterio es de lógica inversa y no de otra cosa, él compara a dichos fantasmas con personas y movimientos reales dentro de Cuba, en este caso opositores de reconocido prestigio, activistas, etc., proyectos tan significativos como el Varela y movimientos de probada trayectoria como el de Derechos Humanos. ¿En serio la cibernoveleta “Clandestinos” le parece comparable? ¿Esa sí debería parecernos una buena “lógica”?
Y como citar nombres y aconteceres de la más diversa índole constituye un buen recurso cuando no hay suficientes argumentos, se apela a enredar al lector en un enjundioso ajiaco donde se invoca lo mismo a la periodista Yoani Sánchez, a la opositora Rosa María Payá, al niño Elián, al expresidente James Carter, al Embargo, a los Cinco espías liberados, y a otro cúmulo de cuestiones inconexas entre sí y muy diferentes en el tiempo y el contexto —las Torres Gemelas, el ataque a Irak, la Segunda Guerra Mundial, la explosión del Maine…— que supuestamente acaban demostrando que si no creemos en los tan llevados y traídos “Clandestinos” o si creemos que hay una relación entre su (no)existencia real y el G2 somos “conspiracionistas”. Lo cual, en todo caso, resulta tanto o más gratuito que sospechar de quienes convocan a la violencia desde el anonimato o desde la confortable protección de las redes.
Lo demás son lugares comunes. Es una verdad de Perogrullo que cuando la oposición ha ganado espacios ha sido en contra de la voluntad oficial. En lo personal, a mí me satisface formar parte de quienes empujaron por esas pequeñas conquistas. Pero es ilusorio suponer que “Clandestinos” haya ganado espacios, y mucho menos que sea algo que se haya ido de las manos de la dictadura.
En otro orden, es cierto que la dictadura cubana abrió los brazos a James Carter, pero no es menos cierto que retrocedió despavorida cuando el acercamiento de Barack Obama y la simpatía de los cubanos por la flexibilización del Embargo les pareció demasiado riesgoso porque ponía en peligro el control absoluto del estado sobre vida y hacienda de los “gobernados”, cuando sintió que dentro de Cuba se estaba fomentando un aire de esperanza en cuanto a libertades económicas y autonomía ciudadana. Eso les aterra. Esto demuestra que dos eventos similares en diferentes tiempos y circunstancias no tienen el mismo efecto sobre la dictadura. Se llama dialéctica.
En cuanto al Embargo, que no es un tema relacionable con “Clandestinos” pero que igualmente (¿por útil?) flotaba en el ajiaco, no solo es cierto que sirvió de pretexto a la dictadura y que lo sigue utilizando, aunque ha perdido efectividad, sino que me atrevo a afirmar que la mayoría de los cubanos que llaman “de a pie” y que sufren las infinitas vicisitudes del sistema impuesto desde el Poder político estarían felices de que fuera derogado. Me atrevo también a pronosticar que cualquier encuesta popular creíble (no del castrismo, se entiende) en torno a si los de la Isla desean su derogación tendrá un aplastante resultado a favor del SÍ. Porque con independencia de los deseos de unos u otros la realidad cotidiana es lo que se impone en la vida de la gente, especialmente si la supervivencia es el imperativo. La mayoría de los cubanos, con o sin fundamentos, creen que si se levanta el Embargo van a mejorar las cuestiones relativas a la alimentación, el transporte y los bienes materiales.
Desde luego, sabemos que la represión no depende ni del Embargo ni de “Clandestinos”, faltaría más. Pero eso no significa que ambos factores, aunque no relacionados, no constituyan eventualmente pretextos –nadie en su sano juicio los supondría “coartadas”- que utiliza la dictadura para reprimir. Son los tozudos hechos los que lo demuestran, no son “conjeturas”.
No podía faltar en el enrevesado “análisis” el factor psicológico. Una buena sesión de diván es el recurso supremo para atribuir fallas a las “mentes calenturientas” de quienes consideramos “que todo tiene un por qué”.
Yo sí lo creo. Todo surge debido a un porqué. Todo tiene causas, consecuencias, antecedentes. Incluso aunque de momento no las conozcamos. Pero cuando se habla de “Clandestinos”, en especial cuando ellos mismos han rechazado el título de opositores (“No somos oposición”, han repetido), resulta cuando menos exagerado tildarlos de “novedad política”. Si los que solo son hasta ahora un imaginario “grupo” de agitadores de redes con acciones no contrastadas por el gran público le clasifican a alguien como novedad política más nos vale a todos ir apagando la luz.
Si no caer rendida a los pies de un mito, llámese Clandestinos o cualquier otra denominación de moda que pueda surgir, si no comulgar con lo que hasta ahora no pasa de bravatas del ciberespacio, si no apoyar llamados al caos y a la violencia me convierte en “elite” (criterio que no comparto), entonces yo lo soy. Me confieso “elite”, al menos en el diagnóstico de este psicoanalista.
Pese a todo, siempre he dicho y repetido que sería la primera en reconocer mi error, si tal fuera el caso. En definitiva la existencia de “Clandestinos”, de ser cierta, no demerita en ningún punto mi trabajo dentro del periodismo independiente desde 2004 ni en su momento dentro del activismo opositor. Ni me he considerado jamás una heroína por escribir y divulgar lo que pienso, ni contribuyo a la fabricación de altares y héroes de ningún color, menos aún de vacas sagradas. No sigo líderes de ningún color político ni de ninguna naturaleza. Soy una irreverente irremediable.
De cualquier modo, si “Clandestinos” es o no una conspiración, tampoco me afecta directamente. Con o sin clandestinos estoy consciente de que cuando la dictadura ha querido reprimirme o acosarme lo ha hecho, y puede volver a hacerlo de la manera y en el momento en que lo decida, puesto que vivo en la Isla y estoy —como todo librepensador— a merced de su capricho. E igual sé que con o sin clandestinos el final de la dictadura es inevitable.
Entiendo perfectamente que décadas de ausencia puede crear una distorsión acerca de la realidad de Cuba hasta tal punto que se llegue a pensar ilusoriamente que una ciberfiguración sea la llama que inicie una rebelión de cubanos. Solo cuando se pierde la referencia se puede creer en un levantamiento popular en Cuba contra la dictadura a partir de un llamado en las redes, salvo el que pueda ocurrir por la desesperación del hambre o las carencias de la pobreza, que dudosamente tendría raíz o liderazgo político alguno.
Tal es la realidad de Cuba, nos guste o no, tal es su grado de orfandad cívica. Quienes me leen o me siguen en las redes saben que no busco complacer lectores si tal cosa supone sacrificar aquello en lo que creo, lo que veo y lo que palpo diario. Ni siquiera mis adversarios podrían acusarme de hipócrita. Dicho esto, constato que la mayoría de quienes hoy apoyan la anarquía y la violencia a la que llaman las redes de “Clandestinos” están a muchas millas de distancia, tan a salvo de ella como el propio fantasma que las creó. Dejemos al tiempo la misión de demostrar de qué lado está la razón.
(Miriam Celaya, residente en Cuba, se encuentra de visita en Estados Unidos)
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