MIAMI, Estados Unidos. – Una de las muestras fehacientes de los bandazos experimentados por la economía cubana durante los últimos sesenta años la constituyen los disímiles sistemas de dirección empresarial que han sido aplicados. Sistemas que, casi siempre, contaron con una figura visible que los enarbolara.
El primero en el tiempo fue el Sistema de Financiamiento Presupuestario, sugerido por el Che Guevara en los años sesenta, con una excesiva centralización, nula independencia empresarial, y alejado totalmente de los mecanismos de mercado.
Después sobrevino el Sistema de Cálculo Económico, bajo la paternidad de Carlos Rafael Rodríguez. Una copia casi fiel del mecanismo aplicado en la Unión Soviética y sus aliados europeos. Contenía tímidas palancas del mercado.
Una vez desaparecido el denominado “socialismo real” se comenzó a implementar en el sistema empresarial de las Fuerzas Armadas el Sistema de Perfeccionamiento Empresarial (SPE), el cual fue extendido al resto de la economía hacia los años noventa.
El SPE se propuso en primer término lograr la autogestión empresarial. Era selectivo, en el sentido de que las entidades debían cumplir algunos requisitos para acceder al perfeccionamiento. Debían tener la contabilidad certificada (o confiable), un suministro estable de materias primas e insumos y un mercado asegurado para sus producciones y servicios.
El primer requisito -el de la contabilidad- se constituyó desde el principio en el principal obstáculo a vencer por las empresas que aspiraban al perfeccionamiento. Incluso, fueron muchas las entidades que ya dentro del SPE tenían que abandonar esa condición al perder la confiabilidad de su sistema contable.
En el apogeo del SPE sobresalió la figura de Carlos Lage Dávila, al que muchos llamaban por esa época el Zar de la economía cubana. Sin embargo, luego de la defenestración de Lage, el SPE fue cayendo paulatinamente en el olvido, hasta el punto de que hoy ya nadie se refiere a él.
Entonces, con el arribo de Raúl Castro al timón de la nación, pasó al primer plano la actualización del modelo económico, con el eslogan de la autonomía empresarial como uno de sus componentes esenciales. En ese contexto descuella la figura de Marino Murillo. Sin embargo, la estrategia de autonomía empresarial no logra el despegue económico que anhelan los gobernantes, y el presidente Díaz-Canel se desespera porque alguien le comunique la manera de eliminar las trabas que entorpecen la economía. Mientras tanto, al señor Murillo no se le ve por ninguna parte.
Claro que ahí no termina todo. No hace mucho se daba a conocer la próxima entrada en escena de las Empresas de Alta Tecnología (EAT). Se trata de un intento por estimular el uso de la ciencia y la innovación en el sistema empresarial de la isla. Las empresas que accedan al sistema de EAT recibirán beneficios tributarios y fiscales, y sus trabajadores serán mejor retribuidos que el resto de los colectivos laborales del sector estatal.
Tal y como aconteció con el SPE en su momento, el arribo de una entidad al sistema de EAT será selectivo. Deberán contar con una alta productividad del trabajo, elevados estándares de calidad en sus producciones y servicios, emplear fuerza de trabajo de alta calificación, y… poseer contabilidad certificada.
Si los requisitos previos no son fáciles de conseguir por la mayoría de las entidades del país, lograr una confiabilidad confiable se torna un escollo insalvable para buena parte de las empresas. Son muchos los empresarios a los que no les conviene que exista una coordinación entre lo que dicen los papeles y la situación real de las entidades. Así pueden seguir robando a las dos manos.
Y mientras tanto muchos se preguntan: ¿Qué vendrá después de las EAT?
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