MIAMI, Florida, enero, 173.203.82.38 -Las últimas semanas de 2010 me depararon una grata sorpresa. Después de treinta años regresaba a Polonia gracias a la gentil invitación que me hicieran los organizadores del festival de documentales Watch Docs. El retorno, reducido a una breve estancia en Varsovia, llevaba la nostalgia de los recuerdos de una etapa feliz vivida en Gdansk entre 1978 a 1980. A esto se unía el deseo de encontrarme en directo con el rostro democrático de una sociedad que conocí otrora, sometida a una forma particular del totalitarismo comunista.
El régimen cubano se empeñó durante algún tiempo en mostrar una imagen desastrosa de sus antiguos aliados de Europa del Este que habían decidido andar en democracia. La prensa oficial en la Isla solo hablaba sobre la pobreza y mendicidad reinantes en Polonia, Checoslovaquia o Hungría, producto de los cambios realizados en esos países. La propaganda castrista buscaba intimidar a los que en Cuba aplaudían el rumbo hacia la democracia y respaldaban su aplicación en el último bastión estalinista de occidente. Para opacar el furor reformador nada mejor que mostrar el caos provocado en los paradigmas y el arrepentimiento de los que renegaron del socialismo autoritario estilo soviético, ciertamente una dictadura, pero que al menos ofrecía bonanza y abrigo estatal.
Luego vino el silencio absoluto sobre todo lo que concerniera a la actualidad de las que un día fueran consideradas naciones hermanas. No se salvaron ni los motivos culturales o turísticos. El hotel Victoria, los restaurantes Praga, Sofía o Budapest y la casa de la Cultura Checa tomaron otros nombres o buscaron nuevos fines que justificaran su funcionamiento. La música, el cine, producciones de televisión, revistas y literatura de aquella parte del mundo terminaron por desaparecer del contexto caribeño cubano, como si se tratase cosa de un sueño.
La pregunta se hace obligada a quienes estuvimos en una época que muchos no llegaron a conocer, y que observan curiosos nuestra reacción ante las impresiones que provoca el encuentro con la nueva etapa. El primer cambio agradable lo percibí en el aeropuerto Frederick Chopin. Escoger el nombre de un artista eminente como primer saludo de bienvenida puede ser la evidencia del cambio en una nación que prefiere poner en sus fronteras el encanto de la música antes que las hazañas del guerrero.
Nada más adéntrame en la rutina de la ciudad pude observar que la vida se desarrolla con normalidad. Muchas cosas han cambiado pero no precisamente en el sentido negativo que pretendían hacer ver los gurúes del comunismo cubano. Es indudable que no todo puede ser positivo pero en general se aprecia un ambiente de bienestar.
La vida nocturna en Varsovia ahora es intensa si se compara con aquella época donde se hacía difícil ver transeúntes paseando por las calles, pasadas las primeras horas de la noche y en pleno invierno. Clubes, cines, cafeterías o restaurantes hoy cierran sus puertas bien entrada la noche, aún cuando no es fin de semana. El transporte público funciona con regularidad. Relativamente resulta mucho más asequible en precio y calidad que el existente en ciudades populosas como Miami.
Otro aspecto interesante es la intensa participación social que se genera en diferentes círculos con una activa presencia juvenil. No faltan iniciativas donde el imperativo de obtener ganancias no contradice objetivos menos mercantiles como es la sociabilización. Por eso un grupo de estudiantes y profesionales ocupan sitio en las mesas de un club céntrico de la ciudad para mostrar sus habilidades artesanales usando materiales desechables. Para ellos es igual de importante el momento de compartir y confraternizar en un ambiente donde lo espiritual de su actividad también cuenta.
Es interesante ver la afluencia de público a los numerosos museos que existen en la ciudad. Uno de ellos ha sido dedicado a rememorar la heroica sublevación de los varsovianos contra los ocupantes nazis, en una feroz resistencia que duró meses. Los detalles de esa parte de la historia nacional ocupan un edificio ubicado en una parte céntrica de la capital. Allí acuden personas de todas las edades, en especial grupos escolares acompañados de sus maestros, para participar de manera interactiva en las instalaciones del museo. El precio de las entradas es razonable si se compara con los establecidos en otras partes para sitios similares.
Polonia crece. No se extinguió cuando el socialismo dejó de ser la guía de la sociedad, que además nunca consideró esa vía como propia. Tampoco sucumbió a los cambios de terapia que impuso la necesidad del paso al sistema de mercado. No perdió sus valores. El zloty sigue circulando, con un valor que lo hace canjeable con el dólar y el euro, a razón de 3 y 4 respectivamente. Los polacos ahora viajan libremente. Hay prostitución, alcoholismo (aunque mucho menos que años antes) y necesidades que la gente expresa desenfadadamente. Situaciones que ocurren en cualquier parte.
Hace treinta años aprendí que el socialismo real no lo era realmente. Que el capitalismo es una fórmula que no niega la felicidad de una sociedad cuando esta logra mantener otros valores aparte del ansia del dinero. Tres décadas después veo los resultados del cambio en aquella parte del mundo y comprendo que la libertad sigue siendo una prioridad en la que me toca de cerca. Que la economía libre nunca llegará a serlo bajo el peso de las dictaduras.
Los cubanos hoy se enfrentan a una terapia de choque brutal que lanzara al desempleo a millares de ciudadanos. La prostitución ilimitada no está contenida en barrios de tolerancia. La droga, el alcoholismo, la corrupción desenfrenada y otros males han echado anclas en el modelo paradisiaco del socialismo cubano. El capitalismo despiadado, salvaje, con el que tanto atemorizara el Comandante a sus súbditos, se cierne como una amenaza real y palpable en mutaciones donde se pretende dejar intacto el origen del mal. El mismo que antes extirparon Polonia y otras naciones del este europeo. Bastaron cinco días para constatar las diferencias de beneficios y logros.