LA HABANA, Cuba.- La frase de “la calle en Cuba es para los revolucionarios” es tan vieja como el castrismo. La dijo “el iluminado” allá por el año 1980, cuando más de 11 000 cubanos se dirigieron a la Embajada de Perú, situada en la 5ta Avenida de Miramar, buscando asilo político.
Como respuesta, Fidel Castro organizó contramanifestaciones y mítines de repudio, hasta que se vio obligado a abrir un puente marítimo en el Mariel, por el cual marcharon 125 000 cubanos en embarcaciones fundamentalmente venidas desde la Florida. En aquellos momentos, el pueblo trabajador tampoco podía comprar en las tiendas de divisas, igual que ahora.
Ese fue un año crucial para el socialismo castrista: murió Celia Sánchez por fumar demasiado, se suicidó Haydee Santamaría, y el régimen comenzó a recibir 600 dólares mensuales por cada maestro que envió a Angola, porque sabía que arreciaba la crisis económica y financiera del país.
Estos no son los mismos tiempos. Son peores. Y es que a partir del enfrentamiento a la COVID-19 en Cuba, una pandemia que no se sabe cuándo tendrá fin, la alimentación del pueblo se ve graves apuros.
Viéndose la incapacidad del régimen para resolver el problema, resurgieron figuras ilegales como los revendedores y coleros, que de una u otra forma han existido, pero su presencia se nota mucho más ahora en medio de la crisis. Muchos resolvieron de esa forma la ineficiencia del gobierno desde hace sesenta años, y, por supuesto, seguirá ocurriendo, porque como dijo Granma “se trata de una batalla que llegó para quedarse y la van a mantener”.
Pero, ¿qué es eso de “la calle en Cuba es para los revolucionarios”? ¿Dónde dejan a los cubanoamericanos que traen dólares, a esos que envían remesas y recargan los celulares porque los trabajadores del patio no tienen un centavo para ello, donde dejan a los turistas extranjeros?
Este asunto, amigos, no es de la Policía Nacional Revolucionaria, y mucho menos de los CDR, que se saben desaparecidos, ni de los muchachos segurosos de rostros relucientes. Este es un asunto del Estado, cuya obligación es hacer que desaparezcan las colas, para que, de forma normal, como ocurre en el mundo entero, en las tiendas estén los productos alimenticios al alcance de todos.
Decir que “esta batalla la libraremos junto al pueblo”, un pueblo que carece de su comida diaria, algo que no proporciona el Estado a través de su obsoleta libreta de abastecimiento, es pura demagogia.
No sería mejor decir que el país se encuentra preparado para enfrentar y vencer otra gran crisis económica, y así cuidar a la sociedad, en vez de decir que hay que vencer las ilegalidades y los coleros, que pertenecen al mismo pueblo.
Nada podrán hacer los coordinadores nacionales de los CDR, ni los vicegobernadores, ni los jefes de la Policía, ni los miembros del Ministerio del Interior y del Buró Político del Partido, ni el fiscal general, ni el presidente del Tribunal Supremo, ni el ministro del Comercio Interior, si no ocurre el milagro y Cuba ve caer desde el cielo las divisas que necesita para llenar los estantes de las tiendas de comida —como cayeron en su momento de la URSS y del bolsillo de Hugo Chávez— para que la economía no siga estancada.
Porque, ¿tienen la culpa los coleros de que esos estantes tengan poca comida, y las colas pasen de un día para otro porque la mitad de las personas en cola no alcanzó nada?
No, la culpa no la tiene el totí. Tampoco los jefes nombrados. Ni siquiera Díaz-Canel, el presidente máximo. Tampoco el ausente hermano de Fidel, ni el difunto Fidel.
La culpa, señores, hasta el más bobo de la yuca sabe de quien es. Entonces, no se “hagan” y díganlo por lo claro. No lo voy a decir yo. Resuelvan el problema. Y buena suerte.
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