LA HABANA, Cuba. – No fue hasta casi medio siglo después de su estreno en 1973 que en Cuba pudimos ver Jesucristo superstar. La controvertida película del director Norman Jewison, basada en la ópera rock de 1970 del mismo nombre de los británicos Andrew Lloyd Webber y Tim Rice, fue exhibida en el espacio Historia del Cine, de la TV Cubana, la noche del pasado 16 de noviembre.
En ese mismo programa, en los últimos dos años, se han puesto también, aunque con varias décadas de retraso, otras cintas famosas que también fueron prohibidas en su momento por la censura castrista, como Doctor Zhivago, de David Lean (1965), La naranja mecánica, de Stanley Kubrick (1971) y Casino Royale, de John Huston (1967).
Cómo no iba a estar prohibida en Cuba Jesucristo superstar, con su visión hippie y rockera del Evangelio en pleno Decenio Gris, cuando imperaba desde hacía años el ateísmo de estado. En el apogeo de la lucha contra el llamado “diversionismo ideológico”, el régimen perseguía a los melenudos, estaba proscrito no solo el rock, sino la música norteamericana y británica en general, y hasta el brasileño Roberto Carlos fue censurado por cantar aquello de “Jesucristo, Jesucristo, yo estoy aquí…”.
Recordemos que eran los tiempos en que los chivatos de los CDR tomaban nota de aquellos que iban a las iglesias, a las pocas que quedaban abiertas. Admitir que tenías creencias religiosas, en respuesta a una de las muchas preguntas de aquellas planillas que llamaban “cuéntame tu vida”, podía costarte que no te permitieran estudiar una carrera universitaria y te clasificaran como “no confiable”.
Pero de eso no habló ni por arribita -ni siquiera para explicar el porqué de la demora de casi medio siglo para exhibir Jesucristo superstar– Carlos Galiano, guionista y conductor de Historia del Cine. El comunicador ubicó a la cinta en el contexto de su época (los años 70) y consideró que Judas, en la película, venía a ser la conciencia crítica del cristianismo.
¿Les tengo que decir que disfruté enormemente la película? Solo que prefiero la música del original a la de la versión cinematográfica, porque me gusta mucho más Ian Gillan que Ted Neeley poniéndole voz a Cristo. Pero me gustó más Carl Anderson que Murray Head como Judas. Y ni hablar de las orquestaciones de André Previn.
Lo primero que conocí de Jesucristo superstar fueron las dos canciones que ponían en la WQAM, allá por 1971: Superstar, por Murray Head, y I don´t know how to love him, que se oía indistintamente por Yvonne Elliman y la recientemente fallecida cantante australiana Helen Reddy.
La ópera rock completa la pude escuchar unos años después, en un cassette que tenía un amigo, Heriberto, tan católico como rockero, y que de terapeuta en el sanatorio San Juan de Dios hacía maravillas por la recuperación de sus pacientes.
Más tarde tuve el álbum doble de Jesucristo superstar, considerado un producto de diversionismo ideológico de alto octanaje por su peligrosidad. Antes había pertenecido al poeta salvadoreño Roque Dalton y después a Margaret Randall, la escritora norteamericana por entonces radicada en Cuba. No recuerdo ni quiero recordar cómo fue que llegó a mis manos, tortuoso como era el recorrido de los discos extranjeros en la Cuba de aquellos años.
De tanto escucharlo durante tanto tiempo, hace unos años le regalé casi inaudible el álbum, luego de conseguirlo en CD, a Blackmore, un amigo de Lawton, rockero empedernido y dueño de una de las mayores colecciones de vinilos existentes en La Habana.
En honor a la verdad, tengo que decir que en su momento, no todos, al menos en mi círculo de amigos, disfrutaban la música de Jesucristo superstar. Algunos, muchos, la encontraban densa, complicada, rara, no apta para bailar. Lo que más les gustaba eran las partes que hacía Ian Gillan, el cantante de Deep Purple, que interpretaba a Cristo, o I don´t know how to love him, de Yvonne Elliman en el rol de María Magdalena.
La mayoría de los rockeros cubanos de aquella época decían, por esnobismo, que les gustaba Jesucristo superstar. Querían estar en la última para epatar y, sobre todo, como admitían algunos, “por joder a esta gente”. Ojala, y que no sea solo por esto último que hayan disfrutado la película tanto como yo, ahora que la pudieron ver en sus televisores, a pesar de los refunfuños roñosos de algún que otro viejito comunista y ateo de los que todavía quedan.
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