LA HABANA, Cuba. – Por supuesto que el diálogo es necesario para enfrentar todos los problemas que se presentan a diario. Un sano intercambio de ideas y pareceres entre los actores que intervienen en el entramado social. Y, claro está, donde la maquinaria del poder reconozca la existencia de sus interlocutores, y no los estigmatice a priori. Lamentablemente, una condición que no se aprecia en el panorama cubano de estos días.
Un artículo del ensayista Enrique Ubieta, ese defensor a ultranza del castrismo, aparecido en el periódico Granma nos acerca a estos temas de palpitante actualidad.
El articulista define el diálogo como “el intercambio con aquellos que reconocen y aceptan la legitimidad histórica de la Revolución”. Es decir, los aliados del castrismo. Por otra parte, afirma que puede existir el debate “con los que difieren de nuestras metas y nos suponen equivocados, pero argumentan con seriedad su posición”. O sea, ese “argumento con seriedad” sería para los que, aun sin ser simpatizantes del castrismo, no constituyen un peligro para la existencia del actual estado de cosas en la isla.
Por último, se hablaría de confrontación cuando el objetivo fuese “el derrocamiento de su adversario, la toma del poder, o si existiese una intención expresa de subversión” Razones ante las cuales, según Ubieta, emerge “el derecho de la Revolución a defenderse”.
Pero veamos cuáles han sido los mecanismos empleados por la maquinaria del poder para instrumentar esa defensa. En primer término, la descalificación de la otra parte.
Los expedicionarios de la Brigada 2506 que desembarcaron en Playa Girón eran mercenarios; los alzados en el Escambray y otras zonas montañosas del país fueron bandidos; los que contemplan con beneplácito las intenciones de Estados Unidos de restablecer la democracia en Cuba, no son más que anexionistas; quienes abandonaron la isla por el puerto de Mariel en 1980 no eran emigrados que deseaban mejores condiciones de vida, sino vulgares escorias; aquellos que recomiendan medidas que se aparten del centralismo con que el gobierno conduce la economía, son tachados de neoliberales; y qué decir del calificativo que reservan para periodistas, artistas y opositores que reciben el apoyo norteamericano y de otras figuras de la comunidad internacional: esos no son más que gentes pagadas por el imperio.
Para todos ellos el castrismo solo ha reservado la cárcel, el exilio o el ostracismo interno. Nunca los gobernantes de la isla han reconocido la validez de aquellos que, aun con el empleo de métodos pacíficos, aspiren a cambios sustanciales en los ámbitos políticos, económicos y sociales.
Al artículo de Ubieta le siguió la más reciente posición del Ministerio de Cultura ante el encuentro que se iba a realizar con jóvenes artistas solidarizados con los activistas que se atrincheraron en San Isidro.
Al revisar la lista de los posibles interlocutores, el viceministro Fernando Rojas apuntó que “hay algunos que se han autoexcluidos hace tiempo por sus agresiones a los símbolos patrios, por delitos comunes y ataques frontales a la dirección de la Revolución”.
Se trata de la misma actitud de siempre. El eterno viceministro quiere un encuentro con jóvenes artistas, periodistas y otros activistas que no cuestionen la existencia de la cúpula que actualmente ostenta el poder. Nada que ver con aquellos que pretendan revertir la realidad de la Cuba de hoy.
A estos últimos se les cierran las puertas para el diálogo e incluso para el debate. Únicamente queda el camino de la confrontación.
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