LA HABANA, Cuba. – Dijeron que construirían el socialismo pero los materiales apenas alcanzaron para una Edad Media “tropical”, aunque con todo cuanto demanda un medioevo “respetable”: siervos atados a las tierras y a la voluntad de un único señor, férreo control de la información, cacería de brujas, tribunal inquisidor e histeria colectiva que en cualquier momento pudiera pasar de los actos de repudio a los linchamientos.
Harían de Cuba el país más próspero —al menos fue lo que prometieron en principio— pero ni las tierras de cultivo ni los mercados de Haití, durante las peores crisis, han estado tan desolados como los nuestros.
De hecho, por poner solo un ejemplo, la aerolínea haitiana Sunrise Airways posee más aeronaves que Cubana de Aviación, que estuviera entre las principales del sector antes de 1959. Hoy nuestra vecina del Caribe tiene más rutas internacionales en el área e incluso más vuelos regulares hacia aeropuertos de Cuba. Una realidad asombrosa, increíble pero no absurda.
Lo sería si no hubiera una explicación sobre por qué somos un país que no produce nada cuando debiera ser diferente, teniendo en cuenta el excesivo control estatal sobre las empresas y las personas, y aún siendo el Partido Comunista esa “incorruptible e infalible vanguardia de la sociedad llamada a gobernar eternamente”, según la retórica y las leyes del régimen. Pero se sabe que nuestra miseria, que ya alcanza el estado de calamidad, es obra y gracia de esa “continuidad” que nos pretenden vender como un “valor agregado” cuando en realidad es solo persistencia en el error.
Error que, en buena lid, tampoco lo es porque frente a nosotros, como una burla ante la “falta de liquidez”, van alzándose los nuevos hoteles en proporción inversa al deterioro de las viviendas de la gente de a pie, pero a igual ritmo acelerado en que se hinchan las barrigas y las cuerdas vocales de los “cuadros” dirigentes, a quienes se les paga por producir consignas, actos de repudio y llamadas a la violencia contra quienes sueñan con un país donde, al menos, se produzca alimentos.
De modo que el fracaso económico todo parece indicar que es una estrategia política de un sistema totalitario que necesita de muchas cabezas enfocadas exclusivamente en qué hacer para comer o en cómo escapar, y no en cambiar y mejorar las cosas.
Pareciera una tesis hiperbólica pero sesenta años de fracasar en algo tan sencillo como sacarle frutos a la tierra y a los mares aquí donde la naturaleza es plena en bondades hace sospechar que el hambre no es ni fatalidad ni castigo externo, no cuando el “enemigo” ha sido por muchos años nuestro más grande proveedor no solo de remesas sino de pollo congelado.
Así, el hambre ha devenido “voluntad política”, aunque de tan sobrados iban en su empeño que se les fue la mano, y no contaron con una pandemia que les transformara la estrategia en desastre total.
El resultado más visible de tantos años sin preocuparse por qué hace la gente de a pie para comer al menos una única vez en el día son extensiones de tierras sin cultivar y, lo que es peor, sin esperanzas de ser cultivadas. Pusieron tanto empeño en producir “emigrantes” que apuntalaran la economía con remesas, que ya no quedan brazos jóvenes y fuertes para labrar sino solo para remar con rumbo norte.
Si el hambre, hasta cierto límite, es efectiva para controlar a las “masas”, cuando la situación se torna intensa, sostenida y desesperanzadora es contraproducente en asuntos de empecinamientos políticos.
Imagino que si, en lugar de la pregunta sobre por qué no se podía viajar en Cuba, el joven estudiante Eliécer Ávila hubiera indagado sobre por qué no se produce alimentos suficientes en la isla, la respuesta de Ricardo Alarcón habría sido muy similar a ese supremo disparate de antología sobre aviones y cielos abarrotados.
En “última instancia” el hambre que padecemos los cubanos sería un sacrificio al que nos condenan “por nuestro propio bien”. Al menos es lo que se intuye de esa dinámica de producir para exportar o con destino al turismo, prohibir la pesca y la ganadería independientes, condicionar la entrega de tierras y licencias a la lealtad política, limitar al máximo las importaciones y dolarizar una economía donde a los trabajadores se les paga con una “moneda nacional” que es marginada por el propio banco que la emite.
Absurdo total. Tanto como pensar que el problema del hambre se solucionará con la reforma monetaria que se iniciará el 1ro de enero de 2021, cuando en realidad el “día cero” y lo que llegará con él habrán de ser como un disparo de arrancada para terminar de dolarizar oficialmente lo que siempre lo estuvo de manera simulada, es decir, bajo el amparo artificial de un “peso convertible” que jamás nadie logró “convertir” sino en un estorbo.
Pero la “dolarización socialista” es otro absurdo. Más que vender en dólares el régimen ha convertido el comercio de alimentos y artículos de primera necesidad en una subasta, un remate público, donde triunfará el mejor postor. Solo basta con salir a las calles para constatar ese terrible azar donde apenas compra quien logra comprar y donde a duras penas se come lo que aparece.
Un juego macabro que tiene a los cubanos enloquecidos en busca de un modo de acceder a una moneda foránea que cada día se vuelve más difícil de adquirir y que, por tanto, su carencia agudizará fenómenos sociales como la corrupción, la prostitución, la criminalidad, la violencia, la inseguridad en las calles, la pobreza, las enfermedades y muertes por malnutrición, la baja natalidad, el éxodo tanto de mano de obra como de profesionales altamente calificados, entre otros, volviendo irreversible el estado de ruina nacional que hoy es más que palpable.
A excepción de quienes han escrito, en estricto secreto, las trampas (más que las reglas) del “nuevo” juego económico, nadie más sabe cómo transcurrirá lo que está a punto de acontecer pero, de acuerdo con lo vivido por estos días, incluido el “revival” de la retórica violenta de los tiempos de intolerancia radical que parecían superados, no hay señales de que se aproximen días mejores sino otra fase, mucho más incierta y peligrosa, de nuestros propios “juegos del hambre”.
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