MIAMI, Florida, abril, 173.203.82.38 -Tras la visita a Cuba de Benedicto XVI y las consiguientes decepciones, se ha vuelto a especular alrededor de las posibles vías para una salida del inmovilismo cubano actual. Ante todo conviene anotar algunas de las estrategias sin la pretensión de abarcar el conjunto.
Un primer grupo, constituido fundamentalmente con el exilio histórico apoya la tesis del endurecimiento del embargo. Frente a esta se levanta la tesis contraria de que conviene reducir las sanciones y de ser posible levantar el embargo. Se acude aquí a la lógica del devenir de un movimiento socio-político que llegó a absorber a la sociedad a partir de las sanciones norteamericanas a las expropiaciones, de manera que la eliminación de las sanciones haría remontar el proceso del efecto a la causa, obviando la flecha del tiempo de Prigogyne y el sentido histórico orteguiano.
De manera que las anteriores perspectivas acuden al factor externo pues ambas hipótesis parten de una sociedad petrificada, cuyas energías han sido absorbidas por el Estado, incapaz de sacudirse su pesada coraza. Y a este grupo se le ha sumado recientemente cierto sector de la Iglesia católica que ve en el gobierno actual una voluntad renovadora que según ellos, conviene apoyar a fin de evitar que se fortalezcan los elementos conservadores dentro del mismo. Dicho sea de paso, tampoco este llamado a la confianza es absoluto, de tal modo que esta posición tiene bastante de ilustrado en la mejor tradición, no en la Padre Varela sino del Obispo Espada. Todas las posiciones anteriores coinciden en el carácter inerte de la sociedad cubana, por eso acuden a actores situados fuera o por encima de ella, sea el gobierno cubano o el conjunto de grandes potencias extranjeras.
Y aquí viene como posible actor la disidencia que cada día es menos disidencia para ser oposición, tránsito que es aplaudido por los interesados en la forma tradicional de la política, aquella que fue concebida para una situación bien diferente de la que plantea un régimen como el cubano. Una de las pocas figuras que, ni siquiera siempre, ha logrado permanecer en la categoría de disidente, es Oswaldo Paya con sus diferentes proyectos, que a pesar del fracaso de 2002 dejó la defensa del orden constitucional del régimen actual fuera del campo gubernamental.
Sin embargo, esta pérdida del control de la propia ley que necesita ser cambiada ante el empuje de la sociedad civil-que no puede ser por ende, opositora (pues si no sería política por muy perseguida que sea esta oposición, de haber sido así el M-26-7 hubiera sido sociedad civil en 1958) – se esfuma frente a la persistencia en las viejas fórmulas y el peso de la opinión pública internacional que jerarquiza y excluye entre las diferentes alternativas.
En esta última tendencia a la transmutación de corte alquímico de la sociedad civil por la política, podría situarse la variante, ya esgrimida por Vladimiro Roca en 1997, de hacer un llamado a la anulación del voto. Lo que comenzó siendo una protesta espontánea de los electores en las elecciones municipales de 1992 condujo a la promesa de Fidel Castro en 1993 de abandonar el cargo al término de dicho periodo (1993-1998), algo que no cumpliría. La anulación o voto en blanco se mantuvo estable en las consiguientes elecciones sin que, por cierto, a nadie se le hubiera ocurrido sumar a este grupo el de los electores que votaron por un solo candidato cuando la consigna oficial era de “votar por todos”. Todo intento de proponer la anulación o voto en blanco desde dentro quedó penalizado con la sanción a cuatro años de cárcel a Vladimiro Roca en 1999 por “incitación a la sedición”, aplicación arbitraria, dicho sea de paso, del Código Penal vigente.
De manera que desde entonces no han vuelto a ser notorios los llamados a realizar dichas anulaciones, salvo por alguna que otra individualidad del exilio. Dicho llamado a la anulación se torna superfluo cuando se conoce que en las elecciones de 2008 alrededor del 30 % de los habitantes de la Isla de la Juventud votó por un solo candidato y que el promedio nacional de asistencia a las reuniones de los candidatos a diputados con los electores solo alcanzó el 20 %, según datos de Granma. Ningún periodista del exilio o corresponsal se molestó siquiera en divulgar dicha cifra. Con tal desinterés difícilmente se pueda entender lo que sucede en Cuba y, como recordara Alexis Jardines un tiempo atrás, citando a Bergson, uno de los principales errores políticos es no considerar verdadero lo que en realidad lo es.
Hay un grupo mayoritario (80 % de los electores) a los que les resulta indiferente qué candidato a diputado se escoge en su municipio. A las reuniones de los diputados con sus electores –amago de campana electoral socialista- solo acudió un 20 %. Si se compara esto con las Cartas a la Dirección del Granma, donde se exponen frecuentemente todo tipo de quejas administrativas, se ve el abismo entre la institución – el diputado- y la sociedad – el 80% de electores indiferentes. Se sigue pensando, sin embargo, que el problema está en conseguir una mayoría cuando es evidente que esta es puramente indiferente y frente a la cual hay dos minorías (para decirlo en términos de Rafael Rojas): el 20 % que va a escuchar las propuestas de los candidatos a diputados y el 20 % (o decimas menos) que vota en blanco o por un solo candidato.
De manera que la única alternativa viable para pensar en una salida del inmovilismo es continuar abriendo espacios a la sociedad civil, sin la pretensión de que pasen a formar parte de la sociedad política.