LA HABANA, Cuba. – Yo los vi. Los tuve junto a mí y descubrí por primera vez el color de los héroes. Parecía una visión insólita, irreal, una aparición sobrenatural. Pero se movían, hablaban como seres vivos, tantas veces muertos, más vivos que nunca.
Muchas veces había imaginado su pequeño mundo subterráneo, como un filme de colores grises, ellos como fantasmas, olvidados por muchos, recordados por tantos.
Comenzaba el año 1987. Julio 9, 4:00 de la tarde. Eran los plantados. Una mujer llamada Esperanza realizaba su segunda boda con un plantado, que muchos años antes había sido su amor eterno. ¿Qué hacía yo allí junto a ellos, descubriendo lo que una vez había dicho nuestro José Martí: “Los hombres se dividen en dos bandos: los que aman y fundan, los que odian y deshacen”.
¿Quién era el tirano que había construido aquella visión tan dantesca de los plantados, a unos pasos de La Habana? ¿Cuál era el nombre de aquel cobarde que encerraba a los que lo combatían de frente, a los que levantaban la bandera de la verdad?
Estuvieron encerrados como animales en celdas tapiadas, en gavetas. ¡Tanto les temía el malvado! Unos no pudieron llegar al final y protagonizaron las escenas más tristes, porque ya no están. Fueron muertos por las balas del malvado.
Más de 20 000 eran en un principio, entre hombres y mujeres por separado; 20 000 valientes en representación de todo un pueblo perdido y engañado.
Dicen mis vecinos que por estos días ven el filme con la historia de los plantados en sus celulares. Y me preguntan si lo vi y yo les digo que lo vi todo, que mi corazón no me cabía en el pecho cuando me sonrieron, agradecidos de mi presencia: Fibla el médico, Huesito el obrero, Peñalver el bueno…
“¿De verdad que viste la película?”, me preguntan de nuevo. Yo les respondo que lo vi todo desde mucho antes, cuando recién despertaba a la realidad de mi país.
Los vi bien cuando, de aquellos 20 000 hombres y mujeres ―muchos sentenciados de por vida por oponerse al comunismo― solo quedaban unos 300 en la prisión Combinado del Este, que fueron convertidos en rehenes y ofrecidos a políticos extranjeros.
Yo tengo su historia en mi memoria, junto a mis cartas de amor. Yo lo vi todo, lo supe todo. Vi a los sobrevivientes, ya viejos, volar al fin a la libertad. Los vi alejarse desde lo alto de mi ventana y me quedé aquí, porque no hay destino más triste que vivir demasiado para recordar.
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