LA HABANA, Cuba. ─ En días recientes ha sido noticia el inicio de una nueva huelga de hambre y sed por parte del combativo líder del Movimiento San Isidro, Luis Manuel Otero Alcántara. Se trata de una organización que, al igual que sucede con la Fundación Lawton, del doctor Oscar Elías Biscet, se conforma con el nombre de la barriada —¡ni siquiera un municipio!— en el que nacieron.
Pero a pesar de esa denominación local, resulta ineludible reconocer que la actividad de la agrupación de artistas e intelectuales que encabeza el ahora huelguista ha irrumpido con gran fuerza en el escenario opositor cubano en estos meses más recientes. Y el ímpetu con el que lo ha hecho rebasa por completo el limitado escenario del modesto barrio de La Habana Vieja que le da nombre.
Esa realidad sólo puede despertar el entusiasmo y el aplauso de los opositores que somos a la vez más viejos y antiguos, como el autor de estas líneas. Es reconfortante ver cómo hay jóvenes talentosos y valientes que, a pesar del muestrario de medidas represivas que reserva el castrismo a todo el que se le enfrenta —en esencia, persecución y cárcel— no vacilan en incorporarse a esta lucha por la verdad y lo justo.
Dentro de las pobres armas con las que, a nuestra vez, contamos los disidentes para enfrentarnos a este régimen despiadado, la huelga de hambre (o su modalidad más extrema: la de hambre y sed) representa una medida-límite. Del mismo modo que antaño se denominaba a los cañones como el argumento final de los reyes (ultima ratio regum), así también ahora esos ayunos representan la manifestación postrema del opositor.
Ejemplos han sobrado a lo largo de este calvario que el pueblo cubano se ha visto forzado a padecer durante la friolera de sesenta y dos años. Mención especial merece, en ese sentido, el sacrificio supremo que hizo el antiguo líder estudiantil y gran patriota Pedro Luis Boitel Abraham, que mantuvo una huelga de ese tipo hasta la muerte. ¡Y no fue el único!, aunque sí el más conocido.
Ya en la etapa más reciente (la de la lucha pacífica por los derechos humanos de nuestros compatriotas), resulta ineludible mencionar en ese mismo contexto a otro cubano ilustre: el psicólogo villaclareño Guillermo Fariñas Hernández (el combativo Coco). Tantas ha hecho —y algunas tan prolongadas— que su nombre aparece con toda justicia en ese capítulo del Libro de Récords Guinness.
Recuerdo aquella larguísima que culminó con el inicio de la excarcelación de los presos del Grupo de los 75. Imposible olvidar el viaje que, en unión —entre otros— de la jefa de las Damas de Blanco Berta Soler y de la que entonces era mi esposa, la líder opositora espirituana Ana Margarita Perdigón, realizamos a la ciudad de Marta Abreu y Leoncio Vidal (¡no la del rosarino Ernesto Guevara!) para rogarle al Coco que, en vista del éxito alcanzado, pusiera fin a su huelga de hambre y sed.
En fechas más recientes, cabe mencionar no sólo la que de modo colectivo realizó el Movimiento San Isidro. También la que el prominente dirigente opositor oriental José Daniel Ferrer llevó a cabo en unión de sus amigos de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU). Esta se saldó con otro éxito: el levantamiento —siquiera parcial— del sitio que impedía a esos patriotas altruistas prestar ayuda alimentaria a indigentes santiagueros.
Por su misma naturaleza, esa abstinencia en la ingestión de alimentos no es un medio de lucha que deba emplearse a la ligera. Por supuesto que, si se prolonga, puede ocasionar perjuicios serios en la salud de quienes recurren a él. Ya hemos visto que, en casos extremos, por esa vía puede llegarse al martirio. Así —repito— ha sucedido más de una vez bajo el castrismo.
Pero es que si algo caracteriza a este régimen es precisamente la protervia (es decir, la persistencia en la maldad) que emplea para interactuar con sus opositores. Así sucedió con el trato penitenciario inhumano y brutal que prodigaron a Pedro Luis Boitel y a sus compañeros de infortunio en la época sombría en que “nadie escuchaba”.
Igual sucedió con la arbitrariedad extrema con la que han tratado a los patriotas de la UNPACU. Como queda dicho, los represores de la segunda ciudad de la Isla llegaron a impedir que esos buenos samaritanos aliviaran al menos en parte la indigencia en la cual, como consecuencia de las desastrosas políticas económicas impuestas por el régimen, están sumidos muchos de sus coterráneos.
Y lo mismo pasa ahora con Luis Manuel. No sólo tuvo que padecer un mes de un sitio cruel que, de hecho, convirtió en centro carcelario a su modesta vivienda. También vio invadida esta última por incondicionales del régimen (¿“brigadistas de respuesta rápida”? ¿“segurosos” vestidos de civil? ¿unos y otros?); y obras de arte de su propia autoría ocupadas o destruidas.
Bien claro lo declaró el valeroso luchador en entrevista exclusiva para este mismo diario digital: “Se trancó el dominó”, dijo, citando la letra de la emblemática canción Patria y vida. “No existe otra salida”. Y concluyó: “Prefiero morir aquí y ahora a ser un zombi o a emigrar”.
A los restantes opositores nos queda la vía de la comprensión de esa decisión extrema y de la solidaridad; o la de ambas. Y, desde luego, la de perseverar en nuestra labor para que llegue un día en que, en nuestra Patria, nadie tenga que llegar a esos extremos.
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