MIAMI, Estados Unidos.- Debe haber sido por los atribulados años ochenta que Armando Hart, por entonces ministro de Cultura y uno de los más fieles lacayos del castrismo, conminó al Instituto Cubano del Libro a la reedición de “Palabras a los intelectuales”, el discurso del dictador Fidel Castro que dio al traste con la libertad de creación artística en la Isla, junto a otros documentos de igual filiación ideológica en un volumen titulado “Política cultural de la revolución”.
A la larga, Hart y los funcionarios que luego siguieron “rigiendo” instituciones similares formaron y forman un equipo pernicioso de adoctrinamiento ideológico, sin piedad con aquellos creadores que imaginaron el universo prometido de libertad fantaseada, en días iniciales, por la llamada revolución.
La dictadura ha sido muy estricta con su componente intelectual, del cual ha exigido la lealtad incondicional y necesaria para legitimarse en el ámbito internacional. Castro aprendió de las fuentes clásicas comunistas cómo practicar la intransigencia con escritores y artistas que se atrevieron a desafiar su desatinado experimento social.
Valga la pena recordar también que contó con una pléyade de adláteres, aterrados por ideas y comentarios como los de Haydée Santamaría o Ernesto Guevara, entre otros ideólogos, que no los consideraban del todo revolucionarios por no haberse comprometido con el “proceso” desde los días de la Sierra Maestra.
José Antonio Portuondo, Angel Augier, Roberto Fernández Retamar, Alfredo Guevara, Cintio Vitier, Lisandro Otero y Mirta Aguirre, entre otros, sirvieron y alabaron hasta el final de sus días, a partir de reconocidas dotes intelectuales, los desmanes de una dictadura totalitaria, muy cruel con sus congéneres.
Luego, por supuesto, llegarían otras generaciones de avezados comisarios políticos como Abel Prieto, Carlos Martí, Omar González, Guillermo Rodríguez
Rivera y Víctor Fowler.
Ahora, en medio de todas las murumacas en las que tratan de mitigar, otra vez, la perpetua debacle económica que mancilla al ciudadano común, y de un movimiento cultural encabezado por talentosos artistas jóvenes, totalmente rebeldes y duramente reprimidos por los órganos de la decadente policía política, se celebra el sesenta aniversario de “Palabras a los intelectuales” como si se respondiera con la mordaza original los históricos y actuales reclamos de libertad.
Como para subrayar la vigencia de las nefastas “palabras”, los nuevos centinelas del castrismo flagelan el ámbito de la cultura como nunca antes.
Por estos días, se dirime el caso del artista Hamlet Lavastida, detenido en las mazmorras de Villa Marista, sin razones ni explicaciones, como otros que son apresados y luego liberados, en operativos de similar calaña, para intimidar y detener un movimiento que, hasta ahora, no han podido controlar.
En medio de ese desasosiego, el castrismo pinta en sus medios oficiales un panorama de armonía y concordia, sobre todo en el ámbito de la cultura, donde las voces más reconocidas, al parecer, han optado por el silencio y recurren, otra vez, a cabecillas menos deleznables que aquellos personajes en espacios de televisión y medios sociales hacedores del odio a los opositores.
La poeta Nancy Morejón, quien sufriera durante años la cancelación de su vida pública e intelectual por el mismo régimen que ahora encomia, miente cuando afirma que: “Nadie ha condenado nunca el derecho de los artistas a su legítima expresión, a sus presupuestos estéticos. Nunca ha sido así”.
De tal modo, defiende la ignominia pública de los jóvenes artistas hoy reprimidos, y se separa para siempre del silencio, que era su último recurso de decencia ciudadana:
“Si los medios “desacreditan” a activistas que, a la vez, son artistas a causa de su sumisa entrega, remunerada o no, al enemigo —siempre hostil, que es el imperio— deberá ser por informaciones de primera mano que así han quedado demostradas; o por el despliegue de acciones subversivas a favor de un antiguo proyecto extranjero contra la soberana integridad de la Isla”.
Otras de las recientes voces serviles del castrismo es la actriz y vicepresidenta de la oficialista Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), Corina Mestre.
Cual reencarnación de su colega Ana Lasalle, descalifica a los artistas que representan la dignidad cultural y social del país que insiste en ignorar, y los llama “mercenarios”, además de reiterar la necesidad de reprimirlos en “espacios controlados”
“La mediocridad es una mala hierba que se instala en cualquier terreno. Es la fuente de desencuentro y malestar, tanto en los individuos como en las sociedades; y hay que disponer de mucha energía en su erradicación o, al menos, en mantenerla en espacios controlados.
“Mercenarios y mediocres pierden la capacidad de escuchar y hasta de ver. Repiten como cotorras el mensaje que les han ordenado –y pagado– trasmitir”.
Sobre el aniversario sesenta de “Palabras a los intelectuales”, Mestre hace uso de una de las tantas supercherías relativas al régimen y su hechicero mayor: “Es sorprendente que Fidel todo el tiempo insista en orientar esa política hacia el logro de una sociedad donde lo bello, lo bueno y lo verdadero sea patrimonio común”.
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