LA HABANA, Cuba, mayo, 173.203.82.38 -En el tiempo que llevo escribiendo artículos periodísticos, he evitado siempre el tema deportivo: me considero apenas un diletante. Ante la erudición que demuestran especialistas como Iván García y otros informadores independientes, me parece que cualquier intento mío sólo me haría aparecer como un improvisado.
Sin embargo, un episodio del reciente play-off final de la Serie Nacional de Béisbol, entre los equipos Industriales y Ciego de Ávila, me ha animado a abandonar por una vez esa regla a la que me atuve durante años. En mi descargo puedo señalar que soy abogado, y —como se verá— mis consideraciones tienen un carácter casi más jurídico que deportivo.
El quinto juego, último que debía celebrarse en la ciudad de la Trocha, resultó ser el conclusivo. Fue preciso ir a un alargue, pues el noveno inning terminó con los rivales empatados a tres carreras. En la mitad final del undécimo, con un avileño en segunda base, el bateador hizo una buena conexión pegada a la línea del jardín derecho. Fue entonces que se armó la gorda.
Ante todo, una aclaración: Varias de las complejas reglas que rigen la práctica de este deporte en Cuba —de modo especial las números 3.17 y 7.11— prohíben que los jugadores de un equipo interfieran a los contrarios.
Quien sepa un poco de pelota, aunque ignore el texto de esas normas, sabe en la práctica que ellas imperan: los únicos miembros del equipo a la ofensiva que pueden estar en el terreno son el bateador y, en su caso, los corredores en base. Esto lo aconseja hasta el simple sentido común, pues cualquiera comprende que, si los miembros del equipo atacante deambulasen a su antojo por el campo, perturbarían las acciones defensivas de sus contrarios.
Hago este comentario por las circunstancias que rodearon el lance final de ese último juego. Al ser conectado el batazo decisivo, los jugadores avileños invadieron de inmediato el terreno. Se vio entonces el espectáculo grotesco del corredor que estaba en segunda (quien debía anotar la carrera de la victoria) avanzando hacia el home en medio de decenas de sus compañeros de equipo.
Se violaron —pues— las reglas vigentes. Cuando se produjo la invasión del campo, el desafío no había terminado todavía: continuaba empatado a tres carreras, por la sencilla razón de que quien corría para anotar la cuarta de los avileños aún no había pisado la goma.
Lo que sigue entra en el campo de la especulación pura: De haber mediado otras circunstancias, ¿hubiera podido el corredor ser puesto out en home? En mi opinión, no. Pero un juego —sobre todo uno tan importante— no puede decidirse en base a valoraciones especulativas. Lo evidente es que, de haber llegado el tiro salvador, poco habrían podido hacer los industrialistas, debido a la interferencia de sus adversarios.
Ante esa realidad: ¿Qué hicieron los seis ompayas? Nada. Pero no detengamos nuestras preguntas en esos árbitros de nivel inferior. ¿Cómo actuaron las autoridades deportivas y los jerarcas comunistas en general? ¿Qué dice al respecto el doctor Antonio Castro Soto del Valle, hijo del ex dictador y flamante Zar del Béisbol Cubano?
Esos personajes no sólo no hicieron ni declararon nada, sino que los que se encontraban presentes en el Estadio “José Ramón Cepero” de la capital avileña, incluyendo al Primer Secretario del partido único en la provincia, participaron en la premiación realizada acto seguido, con lo cual se hicieron cómplices de la grave infracción cometida.
Hay que decir que el sospechoso silencio abarca no sólo a las autoridades, sino también a los cronistas deportivos. A ninguno de ellos se le ha ocurrido comentar esa violación grosera y evidente de las reglas que rigen el béisbol. Al parecer —pues— se ha lanzado desde las altas esferas otra consigna de silencio; una más. ¿Será que, para el régimen, resultaba más deseable la primera victoria de los avileños que la décimo tercera de los Industriales?
Es lamentable que los miembros del equipo Ciego de Ávila, en su desesperación por empezar a celebrar la victoria por la que tanto —y tan bien— habían batallado, enturbiaran el lance final del campeonato. Pero peor aún es que quienes están llamados a hacer respetar las reglas se hayan hecho cómplices de su descarada violación.