LA HABANA, Cuba. — Este martes, este mismo diario digital publicó un trabajo de la colega Tania Díaz Castro. La tesis central de la periodista aparece plasmada —creo— en el siguiente párrafo: “Dada la cercanía del país más desarrollado del mundo, Estados Unidos, y sobre todo por nuestros largos lazos de relaciones comerciales que tanto beneficiaron a Cuba, sería muy lógico que se pensara en una anexión antes de ver morir a un país sin posibilidad alguna de una recuperación”.
Confieso que discrepo de lo que plantea la referida colega. Y aclaro ante todo que, al hacerlo, no me estoy refiriendo a la primera parte de la cita. Es cierto que para nuestra Patria constituye un señalado privilegio geográfico estar enclavada a apenas noventa millas del gran país norteño. Se trata de una ventaja comparativa que los castristas, “empachados” de fanatismo y ceguera, se han empeñado en menospreciar a ultranza.
El fragmento que provoca mi decidido rechazo es el pasaje final, en el cual se plantea la “anexión” como única alternativa posible a la “muerte” de un país —Cuba— que, en opinión de la autora, no tiene la menor posibilidad de recuperarse del estado de postración en el que ahora se encuentra. Aclaro que con ambos aspectos del planteamiento estoy en completo desacuerdo.
En primer lugar, repudio la idea de que esta Gran Antilla, por sí sola, no tenga motivo alguno para abrigar esperanzas de salir del atolladero en que la han metido (y la mantienen de manera despiadada) los jerarcas castristas. Esa afirmación es cierta sólo de modo coyuntural: será así mientras se acaten a ultranza (como hasta ahora) los estériles dogmas del “socialismo” y la “dirección centralizada de la economía”, que son justamente los que han conducido a la destrucción del aparato productivo de la Isla.
Es inevitable que Cuba cambie de modo radical ese rumbo demencial, que sólo se explica por la contumacia de los castristas; estos, de manera absurda, persisten en sus concepciones equivocadísimas. El día en que se inicie ese irremediable cambio hacia la libertad (tanto política como económica) será el mismo del inicio de la recuperación de nuestra Patria. Se trata de una futura realidad que ahora, tras la epopeya del pasado 11 de julio, parece muchísimo más al alcance de la mano.
En segundo lugar, también estoy en absoluto desacuerdo con la idea de la anexión a Estados Unidos. Como también lo estoy, por cierto, con las tesis de quienes propugnan retrotraer la historia de la Isla al siglo XIX (que los hay) y aspiran a reintegrar a Cuba al Estado Español, con el carácter de Comunidad Autónoma. Creo, por el contrario, que tras 120 años de vida independiente, no hay perspectivas serias de convertir a nuestro país en parte de otro.
En el caso específico de lo que propugna la colega Díaz Castro y quienes piensen como ella, creo que se impone una pregunta ineludible. Debemos ir más allá de lo que puedan pensar los presuntos “anexados”, quienes —es mi convicción— rechazarían en masa esa “solución facilona” a los múltiples problemas de nuestra Patria. ¿Pero qué pensarían al respecto los hipotéticos “anexantes”!
Porque está claro que habría que contar con ambas partes, y no sólo con una de ellas. En ese contexto, la pregunta que se impone es: ¿Y qué pensarían los Estados Unidos sobre la incorporación de Cuba a esa república federal? ¿Estarían dispuestos nuestros vecinos norteños a cargar con el “muerto” en el que, gracias al socialismo, se ha convertido ahora esta Gran Antilla!
En asunto de tanta envergadura y trascendencia, yo preferiría conocer lo que puedan expresar al respecto nuestros hermanos del Exilio. Entre ellos hay muchos que llevan decenios viviendo en el gran país del Norte, insertados de modo profundo en su sociedad e incluso en su política. Por esa razón, me remito a lo que ellos puedan expresar sobre ese importantísimo aspecto de la cuestión.
Por mi parte, me limitaré a reproducir la especulación que, con la brillantez que lo caracterizaba, solía hacer un compatriota y colega hoy fallecido. Me refiero al doctor Jorge Bacallao, un penalista brillante. Militante comunista en sus años mozos (en los años treinta del pasado siglo), abandonó esas filas (convirtiéndose, para los “pericones” en “el tránsfuga Bacallao”).
Tras la trepa al poder de los castristas, sufrió persecución. Vivió la prisión política durante varios años. Tras su excarcelación, reanudó el ejercicio de su profesión. Al prohibirse hacerlo de manera privada, entró a los bufetes colectivos, donde trabajamos en la misma unidad de Galiano y Concordia. Años más tarde, fue víctima de la purga estalinista de 1984 y tuvo que jubilarse. Para esas fechas, se había convertido en miembro eminente del movimiento de abogados agramontistas, que me he honrado en fundar y presidir.
Pues bien: una especulación de la autoría de don Jorge (que yo personalmente le escuché en más de una ocasión) era la que él, con el gracejo que lo caracterizaba, dirigía a los hipotéticos anexionistas. Para ello suponía que, en vista de la posible renuencia de los Estados Unidos a meterse en otro lío similar al de Puerto Rico, se hacía necesario convencer a los políticos de Washington que no se trataba del deseo de un grupito, sino de la voluntad de los once millones de cubanos.
Ya en ese contexto, él suponía que la congregación de tan gran número de personas (en aquellos tiempos aún no había Virus Comunista Chino) sólo podría producirse en una gran llanura, como la de Camagüey. Reunidos ya todos los habitantes de la Isla, sucedería que, aunque todos ellos, puestos de rodillas, imploraran de modo unánime la anexión a los Estados Unidos, sólo obtendrían el rechazo de las autoridades norteñas.
Por esta vez la acusación de “anexionistas” (que, junto a otras como las de “mercenarios” y “asalariados del Imperio”, se cuenta entre las predilectas del régimen para calificar a la disidencia) no proviene del aparato propagandístico del castrismo. Su autora es una periodista independiente que, en su momento, fundó la primera organización política de la nueva oposición. Así cambian los tiempos.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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