MIAMI, Estados Unidos. – Se afirma que Francois-Marie Arouet, conocido como Voltaire, escribió: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, una expresión de tolerancia y comprensión de las diferencias que la mayoría de los seres humanos no practicamos y que aun la mayoría de los pocos que la consideran tienden a aplicarla selectivamente.
Escribo sobre esto porque hay una ―creo― incomprensible corriente de intolerancia en lo que respecta a la inmunización o no contra la COVID-19.
Hay muchas personas, en ambas vertientes, que se molestan cuando alguien les lleva la contraria. Se ponen intransigentes y ofensivas, y no pocas veces el debate concluye en un disgusto mutuo.
En todo lo que atañe a la COVID-19 hay una fuerte crispación, consecuencia de la politización de esta pandemia. Primero si salió o no de un laboratorio de la China comunista, después, si la Organización Mundial de la Salud (OMS) está implicada en ocultar información. Por último, los apadrinamientos a una u otra posición de parte de las fuerzas políticas más relevantes de los países democráticos, incluido Estados Unidos, favorecen una división extrema.
Por desgracia, la Política nunca ha estado ausente de los asuntos de la Salud Pública, pero esta situación se ha agravado desde el momento en que el coronavirus SARS-CoV-2 irrumpió en nuestras vidas.
Personalmente habría preferido que la política actuara directamente en lo relacionado con los precios de la medicina, la atención hospitalaria y los seguros ―recurrir a esos servicios conmueven a la economía más robusta―, pero no ha sido así, sino que ha hecho acto de presencia en un tema tan peliagudo como es todo lo vinculado con la pandemia que nos azota, poniendo en juego nuestros derechos y deberes, además de la vida.
El asunto es que la situación se está agravando dramáticamente. Muchos de los partidarios de alcanzar la inmunización de rebaño parecen estar dispuestos a que todos nos comportemos como ovejas y acatemos su voluntad, sin que existan las garantías necesarias para mantener un nivel de salud seguro, según sus críticos.
Por otra parte, los que se niegan a la inmunización también contraen la responsabilidad de poner en riesgo la vida y la salud de los otros por su negativa, según afirman los que defienden la inyección.
Es de temer que este debate facilite la resurrección de agrupaciones semejantes al Comité de Salvación Pública de la Revolución Francesa, en la que un grupo de autodenominados “salvadores” asumen posiciones que, a la larga, al pueblo solo le queda acatar. Los burócratas, por encumbrados que sean, no tienen derecho a coartarnos nuestro derecho a decir NO.
Tal vez sea por eso que numerosos franceses salieron a las calles a protestar contra un proyecto de ley que pretendía obligar a la población en general a contar con un pase especial de “vacunado” para ingresar a restaurantes y otros lugares; y a los trabajadores del sector de la salud a vacunarse contra el coronavirus. Protestas parecidas se han celebrado en Italia porque las personas no quieren ser obligadas a recibir una vacuna en la que no tienen confianza porque fue producida en muy corto tiempo. La frontera es muy sutil, tanto, que los derechos de uno pueden interferir en el de los otros y viceversa.
No escribo sobre los perjuicios o beneficios de la inmunización, eso es tema de profesionales de la salud y otros expertos. Mi preocupación estriba en los abusos en que puedan incurrir las legislaciones a favor o en contra de cada propuesta.
Me impresionó que el alcalde de la libérrima ciudad de Nueva York, Bill de Blasio, haya planteado que los residentes tendrán que mostrar prueba de la vacuna anti COVID-19 para entrar a un negocio cerrado; y no menos atónito me ha dejado que en esa metrópolis no se hayan escenificado protestas contra tales medidas.
Estoy vacunado. Lo hice en la primera oportunidad que se me presentó, sin embargo, este escrito no es para defender o atacar la inmunización, sino para reiterar que todos tenemos derecho a asumir una posición en base a nuestras convicciones y temores, además del deber de hacernos responsables de sus consecuencias.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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