LA HABANA, Cuba. – Aún no arriba el primer grupo de turistas a La Habana y no solo comienzan a subir los precios de las casas de renta, previéndose la apertura y un retorno a la “normalidad” para el 15 de noviembre, sino que muchos de los dueños de hostales vuelven a dejar en claro que no aceptarán a más clientes nacionales.
La “condescendencia” durante este año y medio sin turismo internacional al parecer fue un asunto “coyuntural”, además de clandestino, puesto que aún están prohibidas determinadas modalidades de renta, como las que son “por horas” o “pasadías” en piscinas y zonas de playa.
No se trató entonces del final de las discriminaciones de una vez y para siempre, de colocar al cliente nacional en igualdad de condiciones con el foráneo, sino —como me ha dicho alguien a propósito del tema— de “comer casabe cuando no hay pan”.
Una práctica que no es exclusiva de los “particulares” sino que, a su manera “institucional”, se ha vuelto norma en los establecimientos hoteleros y de recreación estatales cuando advierten que “se reservan el derecho de admisión”, lo que en buena lid quiere decir, entre otras cosas, igual de discriminatorias, que el turista extranjero tiene total prioridad —y en algunos casos hasta impunidad— y que el cubano es un “cliente accesorio”, un ciudadano de segunda categoría, aún cuando esté dispuesto a pagar por un servicio tanto o más caro que un extranjero, y hasta en moneda fuerte.
“Hay un mito de que el extranjero es cuidadoso, respetuoso, que paga mejor mientras que el cubano lo destruye todo, que no tiene educación, cuando la realidad te dice que los hay de todos tipos en todos los bandos”, comenta Nora, dueña de una casa de renta en La Habana Vieja.
Y continúa: “Aquí hay arrendadores que dicen que no alquilan a cubanos porque después meten guaricandillas [prostitutas] y que se emborrachan o se drogan. En mi experiencia los extranjeros son peores, porque con los cubanos uno llama a la Policía y se acaba el relajo. Se llevan preso a todo el mundo. Pero cuando un extranjero te llena esto de jineteras y arma sus líos ―hasta con menores de edad― y fuman mariguana, la Policía viene y se lleva a las putas pero al extranjero no le dicen ni pío. Entonces lo vuelve a hacer. Porque se sabe intocable”.
Sin embargo, opiniones como la anterior, en defensa de los clientes nacionales, no son las más abundantes. Una mayoría de arrendadores con los que pudimos conversar al respecto del tema de las exclusiones, coincidió en que después del 15 de noviembre solo aceptarán extranjeros en sus casas de renta, tal como hicieron antes de los cierres por la emergencia sanitaria.
Las razones de la selectividad son muy diversas, algunas con bases en las vías por las que gestionan clientes, ya a través de agencias en el exterior, como Airbnb, o ya mediante contratos con empresas cubanas vinculadas al Ministerio del Turismo, donde tampoco se trabaja con huéspedes cubanos, con excepción de los radicados de manera permanente en el exterior, ya que son considerados no tanto como “extranjeros” sino en una especie de categoría intermedia entre el turista foráneo y el cubano residente en la Isla.
Pero entre quienes promocionan sus negocios personalmente, sobre todo a través de internet y las redes sociales, la exclusión de los clientes cubanos se debe a razones muy diferentes, algunas estrictamente prejuiciosas y discriminatorias.
“Yo hice este negocio para alquilarle a extranjeros. Estuve alquilando a cubanos por esto del coronavirus pero ya, en cuanto se normalice no acepto ni a un cubano más. El cubano cuando tiene dinero es muy creído [orgulloso]”, afirma Miguel Ángel, dueño de uno de tantos hostales y casas de renta que, para salir a flote con la paralización del turismo, debió pasarse de modo clandestino a la modalidad de alquiler por horas, lo que popularmente se conoce en las calles de La Habana como “mataderos” o “tumbaderos”.
“Lo hice por necesidad, pero de verdad que no quiero cubanos aquí. Te dejan las habitaciones como una cochiquera. Condones por todos lados; hay que estar el día entero lavando sábanas, toallas. Sin contar que te ponen el aire acondicionado a todo meter. Los extranjeros a veces ni lo usan. Es verdad que me da para el diario pero hasta ahí. Cubanos no. Y extranjeros ni chinos ni rusos, porque también son unos puercos”.
“Creo que es porque los cubanos no tienen educación. Los extranjeros tienen otra forma”, asegura Lisandra, arrendadora que mantiene su negocio en una zona céntrica del Vedado. A diferencia de otros colegas del gremio, ella decidió cerrar durante la contingencia sanitaria y ahora espera reanudar los servicios después del 15 de noviembre, aunque solo para extranjeros, ni siquiera para los cubanoamericanos porque, según su criterio, “allá [fuera de Cuba] son una cosa, y cuando pisan Cuba se transforman en lo que eran antes de irse”.
“Antes yo los aceptaba pero después de dos o tres cositas que me pasaron con cubanoamericanos ya no los acepté más. (…) Se alquilan y empiezan a traer gente, que si el primo, que si la abuelita, y cuando vienes a ver son como 10 en un cuarto. Te ponen la música como si fuera una discoteca, y cuando les dices algo te contestan que ellos están pagando, vienen a hacer lo que no hacen en Miami porque allá la Policía sí no está creyendo en nada. (…) A los [policías] de aquí ellos les dan cuatro dólares, les compran una cerveza y cuidado no te cierren el negocio a ti. (…) Aquí cubanos no quiero”, reiteró Lisandra varias veces durante la conversación.
Pero están quienes opinan que no se trata de un problema de discriminación como sí de rentabilidad, incluso de astucia, de picardía, de sacar la mayor ventaja al negocio de los alquileres, como es el caso de Andrea, una arrendadora de La Habana Vieja que dice no tener nada en contra de sus coterráneos y que a los extranjeros “se les saca más con menos gasto”.
“Al cubano no le puedes meter línea [engañar]. El cubano sabe lo que cuesta una cerveza, un pomo de agua; al extranjero que es nuevo aquí, que todavía está mareado, uno le pide 10 dólares por una cerveza Mayabe [cerveza relativamente barata] y el muy bobo te los paga. El cubano cuando deja el alquiler se lleva hasta la astilla de jabón, el papel higiénico; todo lo que puede llevarse se lo lleva, hasta la llave si te descuidas. Se le saca más con menos gastos”, dice Andrea.
No se sabe aún con exactitud lo que en verdad ocurrirá en el sector no estatal con respecto a los alojamientos y las regulaciones sanitarias pero, al parecer, y probablemente para evitar mayores descontentos en un ambiente político tenso como el actual, se flexibilizarán muchas restricciones y a los arrendadores privados se les dejará un tanto más tranquilos que antes, todo por que los turistas lleguen en bandadas al “paraíso del sexo barato”, al país donde los extranjeros gozan de “derechos” y libertades que para los ciudadanos cubanos son una quimera, pero además por mantener ya contentos o ya ocupados a esa parte significativa de la población, quizás más de la mitad, cuya economía personal depende directa o indirectamente de la llegada de turistas.
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