LA HABANA, Cuba.- Espero que no se sobrecoja el lector si llega a suponer, después de leer el título, que enfrentará un texto con influencias garciamarqueanas; deseo que no se asuste ese posible lector si acaso creyera que podría llegar a las costas de este texto una ballena o un ahogado hermosísimo, el más bello e inflado de los ahogados. No se asuste entonces lector, porque en este texto no verá a un muerto que sigue el curso de una corriente de agua para morir en medio de estos párrafos.
En estas líneas usted descubrirá al que quizá sea el más notorio de entre todos los ahogados que en este país han sido; en un país que podría ser, sin mucha duda, el que mayor número de muertos haya dejado bajo “la faz del mar”, y quizá fuera ese que me ocupara un rato, quien inaugurara las tantísimas asfixias por “inmersión” que en estos mares han sido. Él sigue siendo el ahogado, el desaparecido en el mar, más notorio de toda nuestra historia, en un país donde son muchos los muertos en el mar.
Y no tienen estas líneas la pretensión de rescatarlo de la muerte, que de la muerte nadie escapa, pero no solo la muerte es persistente, lo es también la estulticia a la que son sometidos algunos muertos. Hace unos días se recordó en Cuba una muerte, una pérdida que, según dice el poder, ocurrió en el mar, en una parte del mar que jamás se consiguió fijar, y por eso parece que todo el mar es de ese muerto que despertó tantos fervores, y también algunas ridiculeces.
Sin dudas hablo de ese Camilo Cienfuegos al que los niños cubanos hicimos homenaje en los mares que nos rodean y también, en ausencia de un mar cercano, en el río del pueblo, en el ínfimo arroyito, incluso en aquellos que estaban desaguados tras alguna sequía. Pero el colmo lo miré hace unos días en las redes y en unas fotos. Resulta que a alguna maestra, o a un director de escuela o de la dirección de educación municipal en algún lugar de Cuba se le ocurrió un ridículo mayúsculo.
Y yo fui testigo de tales extravagancias. Yo miré en fotos a una fila de niños que esperaron ese instante en el que estarían más cerca de la palangana para poner su flor y dedicársela a Camilo Cienfuegos; y si ya era ridículo ponerla en el río, mucho más lo sería en la brevedad de una palangana en la que no se desahogaba cómodamente ni siquiera un avión de juguete. Sin dudas eso que miré es uno de los actos más ridículos que contemplé hasta hoy, y que incluso merecería estar en un libro que alguna vez se escribirá en Cuba y que hará balance de nuestras más señaladas extravagancias.
Y ese libro podría tener por nombre: “Enciclopedia de las más ilustres ridiculeces cubanas”, y este hecho de dedicar flores a un muerto en el breve espacio de una palangana podría, si no inaugurarla, tener al menos un sitio destacado en ese inventario de estupideces. Y lo más terrible es que no son tan raras las desapariciones de cubanos en el agua, en ese mar brevísimo que nos separa del norte añorado por tantos, pero a esos no le hacemos honores, más bien los olvidamos.
Y es que si vamos a ofrecer homenajes floridos también deben estar los que merecen nuestros parientes que no completaron la travesía por mar hasta la Florida, la travesía por tierras del sur y centro de América, y están también las víctimas del Remolcador 13 de marzo sepultados en el mar, y quienes cruzando mares fueron a hacer guerras extrañas. Flores podríamos ponerles a quienes pagaron un pasaje de avión para viajar a Rusia o Serbia para conseguir la geografía europea más soñada, ese sueño europeo que podría ser España, Italia, Francia, Austria… y que tampoco llegaron a sus destinos porque fueron devueltos a la isla, o apresados, o muertos en extraños parajes, o esquilmados por traficantes de personas o asesinados por ladrones.
Sin dudas una palangana no es un buen espacio para rendir homenajes, una palangana es buena para lavar la ropa en esos parajes cubanos en los que no hay acueductos, donde no hay “agua corriente”. Una palangana es también un brevísimo reservorio para acumular agua para fregar en sitios de nuestra geografía en los que el agua corriente no existe, donde el agua no es potable. Una palangana es también la que acoge en un brevísimo espacio de agua, en solo unas goticas, larvas que luego serán mosquitos y que pueden enfermarnos, matarnos.
Una palangana no es un mar para Camilo, pero una palangana sí es el sitio en el que se consigue el aseo de las partes pudendas en algunos parajes cubanos, en los que no existe el acueducto después de más de sesenta años de eso a lo que han dado el nombre de “revolución”, en esos parajes en los que no hay ríos y no llegan las “pipas de agua”. Una palangana es quizá el objeto más socorrido en esa Habana a la que Alvear dio el agua, en esa Habana en la que se suicidó Supervielle porque no consiguió dar el agua que había prometido a los habaneros.
De aguas y de sus escaseces yo sé un poco; por aguas y palanganas sufrí yo en grande, tanto que hasta escribí un cuento: “En una estrofa de agua”, que habla de palanganas, de carestías y muertes. A la palangana se le debería hacer un monumento, incluso después de este nuevo desafuero de la fanaticada comunista. La palangana podría estar en el centro del debate de cualquier sesión de eso a lo que los comunistas llaman Asamblea Nacional del Poder Popular.
La palangana, si es que las cosas siguen como hasta hoy, merecerá un monumento al que se le podría llamar “monumento al desaguado”. La palangana es uno de nuestros grandes fetiches, y es también síntoma de la escasez en la que hemos vivido por más de sesenta años. Una palangana puede ser usada para lavar la cara y un blúmer, una palangana puede ser usada por una humilde señora cubana para asear sus partes pudendas y hasta para poner flores a un barbudo desaparecido en circunstancias muy escabrosas.
La palangana estará alguna vez en la Enciclopedia de los más socorridos objetos cubanos y, aunque humilde y pobre, se le reconocerán sus bondades. La palangana ya está también entre las estulticias comunistas en Cuba, y como prueba de nuestra pobreza. La palangana podrá simular que es el mar que recibió el cuerpo inerte de Camilo, simular que es río y mar, pero no es río y tampoco es mar. La palangana no recibió nuestros cuerpos amados, nuestros cuerpos inertes. La palangana es otra de nuestras grandes mentiras, una de nuestras peores falacias.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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