LAS TUNAS, Cuba.- Intentando denigrar al dramaturgo Yunior García Aguilera y a la Marcha Cívica por el Cambio, cual lagrimoso lloraduelos el doctor Carlos Leonardo Vázquez Gonzáles fue presentado ante las cámaras de la televisión nacional hace poco más de una semana como “Fernando”; último, de más de una docena de agentes quemados, entiéndase, consumidos, acabados, destruidos por el Ministerio del Interior desde 2003 a la fecha, lo que quizás sitúe en el mundo a los órganos operativos cubanos como uno de los que peor preservan a sus colaboradores secretos.
Aunque Yunior García ha dicho que no le desea ningún mal a Vázquez González, ese sentir humano del agraviado no es garantía para la integridad personal y los bienes de un agente encubierto del que se ha revelado su identidad luego de provocar daños a otros, luego, expuesto a la acción de terceros.
Un agente encubierto no es el mero informante ocasional al que llamamos chivato; el llamado topo es seleccionado, observado, comprobado, reclutado, educado, instruido y dirigido a informar, desinformar, ejercer influencia, establecer variables y, en suma, a modificar situaciones operativas ya sea por motivos políticos, militares, diplomáticos, comerciales, religiosos, o criminales.
Y puesto que en esas situaciones intervienen personas con intereses heterogéneos, de grupos, asociaciones, partidos o Estados que suelen tener enormes pérdidas económicas, sociopolíticas, materiales, o humanas, derivadas de sanciones jurídicas u otros enfrentamientos, de no mantener su clandestinidad, un agente encubierto está expuesto a graves represalias porque, desde todo punto de vista, aun el altruista, el trabajo del agente encubierto está basado en la traición, en traicionar a quienes le dieron confianza.
Mantener incólume la clandestinidad de sus agentes es la más importante misión de un oficial operativo en cualquier lugar del mundo; de ahí que antes de introducirlos en una investigación para obtener información secreta que luego hará públicas mediante combinaciones operativas, el oficial operativo deberá planificar cómo extraer al agente de la investigación sin que su clandestinidad sufra la más leve duda. Pero oficiales de medio mundo, enterados de cómo desde el año 2003 y hasta el presente las autoridades cubanas introducen agentes encubiertos para luego extraerlos como testigos, socarronamente deben estar sonriendo.
A sus 82 años el ya fallecido Néstor Baguer Sánchez Galarraga, periodista de profesión, que dijo haber trabajado para la Seguridad del Estado durante 43 años como el agente “Octavio”, en marzo de 2003 fue quemado para que sirviera como testigo contra el poeta y periodista Raúl Rivero y otros 74 comunicadores y activistas de derechos humanos, acusados de “mercenarios al servicio del imperialismo yanqui” en lo que en Cuba y el mundo se conoció como la Primavera Negra.
Manuel David Orrio del Rosario, licenciado en Economía, reclutado por la Seguridad del Estado en 1992 y encriptado como agente “Miguel”, del mismo modo que Néstor Baguer fue infiltrado en la prensa independiente para luego ser extraído y utilizado como testigo contra acusados del Grupo de los 75; al respecto, “Miguel” dijo a la prensa oficial el 13 de abril de 2003: “Sólo la argumentación de por qué era necesario quemarnos ahora y la disciplina, lograron persuadirnos de acatar la decisión”.
La agente “Tania”, Odilia Collazo Valdés, fue reclutada en 1988 para infiltrarse en el Partido Pro Derechos Humanos de Cuba, del que llegó a ser presidente, pero también fue quemada para testificar contra acusados del Grupo de los 75, que eran personas a las que ella misma, como “directiva de la oposición”, contactó o dirigió, lo que infringe el artículo 110.9 (modificado) de la Ley de Procedimiento Penal, pues, a ningún colaborador le está permitido participar en transgresiones de la ley. El esposo de Odilia, Roberto Martínez Hinojosa, agente “Ernesto”, igualmente fue descifrado en aquella ocasión.
Pedro Serrano Urra, licenciado en Derecho, agente “Saúl”, durante más de dos años informó a la Seguridad del Estado sobre la oposición en Pinar del Río, hasta que fue descifrado para servir como testigo en la Causa No. 2 de 2003 contra cuatro opositores, juzgados y sancionados el 3 de abril del propio año.
Otuardo Hernández Rodríguez, agente “Yanier”, fue reclutado en marzo de 2001 y quemado en abril de 2003 cuando debió testificar en el Tribunal Provincial de Camagüey contra cuatro acusados del Grupo de los 75, habiéndose desempeñado el propio “Yanier” como directivo de la Fundación Cubana de Derechos Humanos en esa provincia.
El médico Pedro Luis Véliz Martínez, agente “Ernesto”, fue reclutado en 1996 para infiltrar al Partido Liberal, al Colegio Médico Independiente, -del que fue presidente- y a activistas de derechos humanos; su esposa, la doctora Ana Rosa Jorna Calixto, agente “Gabriela”, fue reclutada el 22 de marzo de 2000 para servirle de apoyo. Ambos fueron quemados por la Seguridad del Estado en ocasión de la Primavera Negra, y según publicó el periódico Juventud Rebelde el 11 de abril de 2003, “acaban de prestar contundentes testimonios durante los juicios sumarios celebrados contra los mercenarios pagados por el gobierno de Estados Unidos”.
José Manuel Collera Vento, agente “Duarte” y luego “Gerardo”, médico de profesión, para dar información y ejercer influencia dentro de la masonería fue reclutado por la policía política en 1975, año mismo en que comenzó a ocupar cargos directivos en la Gran Logia de Cuba; fue quemado en 2011 para denunciar la subversión contrarrevolucionaria a través de ONG con facha “humanitaria”.
Moisés Rodríguez Quesada, agente “Vladimir”, informó para el Ministerio del Interior durante 25 años, desde 1986 y hasta 2011 cuando sus oficiales lo descifraron, pero según él, entre 1988 y 2005 mantuvo relación con todos los jefes y funcionarios que pasaron por la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana.
Dalexis González Madruga, reclutado como el agente “Raúl”, fue empleado para recibir tecnología y luego en marzo de 2011 quemado para publicitar la “Operación Surf” sobre la instalación en Cuba de “redes clandestinas y conexiones ilegales a Internet”, dijeron medios oficiales.
Frank Carlos Vázquez Díaz, agente “Robin”, fue quemado por la policía política en la televisión a través del programa Las razones de Cuba el lunes 14 de marzo de 2011 para denunciar al gobierno de los Estados Unidos por “la fabricación de líderes sociales entre grupos de jóvenes, artistas e intelectuales”.
Raúl Capote, agente “Daniel”, concluyó su faena de topo cuando el lunes 5 de abril de 2011 lo presentaron en la televisión para denunciar que los servicios de inteligencia de los Estados Unidos “tienen a los intelectuales y a los artistas en la mira”.
El caso de Carlos Serpa Maceira es como para reírse si no fuera trágicamente redundante. Reclutado en 2001 y expedientado como agente “Emilio”, en febrero de 2011 la policía política decidió quemarlo cuando lo presentó ante la prensa como prueba de las “injerencias del gobierno de Estados Unidos contra la revolución cubana”.
Quemar un agente en el lenguaje de los oficiales operativos de cualquier lugar del mundo equivale a revelar la identidad oculta bajo un seudónimo y reglas de compartimentación de una persona, que no es -o no debe ser- un mero chivato, sino un colaborador del que consta un expediente personal y otro de trabajo; esa revelación de identidad constituye un delito cuando se produce por negligencia o por insubordinación, y un fracaso profesional cuando se da por ineptitud operativa.
Pero el doble fracaso de los agentes quemados por la Seguridad del Estado -del agente “Octavio” a “Fernando”- radica en que mientras ellos terminan sus días acabados como topos y menguados como personas, en Cuba la oposición al castrocomunismo hoy crece juvenil como nunca antes. ¡Enhorabuena!
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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