LA HABANA, Cuba, junio, 173.203.82.38 -¿Para qué han servido los millonarios desembolsos invertidos en la esfera educativa con la idea de convertir a Cuba en un paradigma de la cultura a nivel mundial?
No es necesario emplearse en una investigación profunda para hallar respuestas. Bastarían unas pocas semanas de convivencia en cualquiera de los barrios de La Habana.
Excepto en algunas zonas exclusivas de los municipios Plaza y Playa, habitadas por los jerarcas y protegidos del régimen, lo que predomina por toda la ciudad es el deterioro medioambiental, el incumplimiento de normas elementales de educación formal y la total desarticulación del entramado cívico, detalles que revelan una involución social equiparable con el deterioro arquitectónico que sufre la ciudad.
La incultura es el sello que caracteriza a las últimas tres generaciones crecidas bajo el socialismo real. No solo en el lenguaje se perciben las huellas del desastre. La frivolidad y el desparpajo también están presentes en gestos y en actitudes en los que el raciocinio cede espacio al instinto.
Llamarle la atención a alguien por orinar detrás de un latón de basura, a pleno día, en cualquier sitio céntrico, es jugar con fuego.
El edificio donde resido, en la Habana Vieja, lo han tomado como un urinario público. Las preferencias por hacer las necesidades fisiológicas en las escaleras del inmueble deben responder a manifestaciones psicóticas. En tres ocasiones han destruido la cerradura con el propósito de anegar el piso de mármol con los fluidos de la vejiga.
Debido a la frecuencia de los episodios, que convierten la escena en un pequeño muladar, delante del cual es obligatorio retener la respiración y voltear el rostro, las demoras en remover la inmundicia se prolongan cada vez más. Ningún inquilino se decide a acometer tan ingrata misión: “Para qué, si el desgraciado va a volver a hacer de las suyas”. “Me tapo la nariz y cierro los ojos”. “Como no es en la puerta de mi apartamento, yo no voy a meterme en eso”…
Un viejo amigo, que se dedica a alquilar películas a domicilio, tuvo una experiencia que me dejó boquiabierto. En el momento de entrar a un edificio, ubicado en las cercanías del Capitolio Nacional, había un hombre agachado sobre uno de los escalones, con los glúteos descubiertos y vaciando sus tripas sin preocupaciones.
“El tipo no se inmutó. Estaba de espaldas a la puerta. Ladeó el rostro y acto seguido me invitó a pasar, mientras hacía un gesto con su mano derecha para que brincara por arriba de él o tratara de deslizarme a través del lado izquierdo de la escalera”.
“Menos mal que había luz y pude verlo a tiempo. No quiero imaginarme lo que habría pasado si llego a tropezar con el tipo y su carga explosiva”, concluyó contrariado mi amigo.