LA HABANA, Cuba. – El reportaje de Mario Luis Reyes publicado en el medio independiente El Estornudo en el que se recogen las denuncias de cinco mujeres acerca de los abusos sexuales a los que aseguran fueron sometidas por el cantautor Fernando Bécquer parece estar a punto de desencadenar un MeToo cubano.
Muchos pensaron que el MeToo ocurriría hace un par de años, cuando la cantante conocida como La Diosa (Dianelys Alfonso Cartaya) denunció que José Luis Cortés (El Tosco), el director de NG La Banda, la había acosado sexualmente y chantajeado. Pero nada pasó. La Diosa, que estaba en la mirilla por contestataria, fue tildada de conflictiva y relegada, pese a su popularidad entre los jóvenes. Y José Luis Cortés, que se declara admirador de Fidel Castro, a pesar de los escándalos que ha protagonizado, sigue siendo bien visto y recibiendo honores (los que se merece como el buen músico que es y un poco más).
Hace falta, sería saludable que haya, ahora sí, un MeToo, siempre que sea justo y sin exageraciones. Pero es difícil. Cuba, pese a la edulcorada versión oficial, sigue siendo un país muy machista y patriarcal. Aquí, poco cuenta lo que digan las mujeres. Desconfiarán de ellas, no les creerán. Siempre habrá muchos ―e incluso muchas, dóciles al machismo― que dirán que son bretes y chanchullos, y que “si fueron abusadas es porque se lo buscaron por provocativas y descaradas”.
Para colmo de males, hay una inexplicable reticencia gubernamental a decidirse a aprobar una ley contra la violencia de género. Y la Federación de Mujeres Cubanas, que debiera ser la principal interesada en el asunto, divaga y no se pronuncia como debiera.
Por lo pronto, el caso Bécquer ―que ya se puede juzgar repugnante― está provocando un escándalo en las redes sociales, a falta del que sería necesario en la prensa oficial si no estuviera sometida a los dictados oficiales.
Muchos exigen aclarar los hechos y que se haga justicia. Pero ya saltaron varios sulacranes como los cantantes Ariel Díaz y Ray “Tun Tún” Fernández ―que últimamente elige ponerse siempre del lado de las peores causas― en defensa de su socito Fernando Bécquer, utilizando el consabido “son chanchullos de mujeres” para negar las acusaciones.
Incluso hay quienes en defensa de Bécquer ―como el trovador Raúl Torres― quieren ver racismo antinegro y prejuicios contra las religiones sincréticas de origen africano en las acusaciones de las presuntas abusadas.
Los abusos machistas no son raros en Cuba. Hay muchas historias por contar. Por no hablar de las adolescentes violadas por padrastros y tíos, están las estudiantes de las becas que fueron chantajeadas por sus profesores y nunca se atrevieron a denunciarlos; las trabajadoras que tuvieron que acostarse con sus jefes para no perder una bien cotizada plaza laboral; las muchachas que para entrar en un cuerpo de baile tuvieron, luego del casting, que entregar su cuerpo (era casi una condición sine qua non); las empleadas de hotel que ceden ante los turistas para que no las despidan; las “jineteras” que en los calabozos se tienen que “templar” a uno o varios policías con tal de que las dejen ir sin levantarles un acta de advertencia por “asedio al turismo” o cualquier otro delito que se les ocurra.
Sin hablar de los casos de exhibicionistas, disparadores, jamoneros, repelladores en las guaguas y otros maniáticos, ¿cuántas mujeres hay que por miedo, para no crear un escándalo, porque nadie les iba a creer, han tenido que dejarse toquetear y besar por sus superiores, practicarles una felación, masturbarlos, dejarlos que hagan a su antojo?
Y hay casos de abuso en los que han estado involucrados personajes de las más altas esferas del régimen. Citaré solo unos pocos que me vienen a la mente.
La alemana Marita Lorenz, que cuando tenía 20 años fue amante de Fidel Castro, relató en el documental Dear Fidel (y nunca fue oficialmente desmentida) que en el hotel Habana Libre la drogaron y la hicieron abortar porque el “Comandante” no quería tener un hijo suyo.
La periodista Lisette Bustamante afirma que fue violada por el boxeador Teófilo Stevenson, y que las autoridades no le hicieron caso a sus denuncias por ser el boxeador un mimado del régimen.
Recientemente, Mavys Álvarez, una cubana que fue amante de Diego Armando Maradona cuando estaba en La Habana curándose de su adicción a las drogas, reveló que el famosísimo futbolista argentino, además de drogarla, la maltrataba. Reveló también que Fidel Castro, que velaba personalmente por Maradona, aprobaba la relación, nunca puso objeciones, y a pesar de ser ella una menor de edad, facilitó que, sin el consentimiento de sus padres, pudiera salir de Cuba y viajar a Argentina con Maradona.
¿Y qué decir de la violencia de género de carácter institucional? De eso pueden hablar las activistas opositoras, las Damas de Blanco y las periodistas independientes que han tenido que soportar los desmanes y las golpizas de los represores del Ministerio del Interior.
En Cuba, el MeToo ha demorado demasiado en llegar. Ojalá sea ahora. Por el bien de todas y todos. Por la salud de esta sociedad, tan deteriorada.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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