LA HABANA, Cuba. — Desde el pasado primero de febrero, el anteproyecto del nuevo Código de las Familias está siendo sometido a “consultas populares” que se extenderán hasta el 30 de abril.
Curiosamente, bajo un régimen de “ordeno y mando”, donde las leyes que se promulgan no se discuten por mucho malestar que ocasionen, será la única consulta que se le ha hecho a la población luego de la modificación constitucional del año 2019.
Ese Código de las Familias busca hacer pasar ante el mundo al régimen castrista, en su momento de mayor desprestigio político, como democrático, avanzado e inclusivo, cuando en realidad va a la zaga de numerosos países en los temas que trata.
Pero más que eso, el régimen, haciéndose el que tiene en cuenta la opinión popular, busca distraer la atención de los cubanos de los graves problemas materiales que le agobian y de la creciente represión y falta de libertades.
Los mandamases están advertidos de que la patria potestad y la responsabilidad parental suscitarán mucha discusión, y que muy en especial, el tema del matrimonio igualitario revolverá el avispero. Saben bien lo tercamente arraigado que está el machismo en la sociedad cubana, digan lo que digan Mariela Castro y sus corifeos del CENESEX.
Ya sucedió hace dos años, cuando los “debates” del Proyecto de Constitución. Lo que más preocupaba a muchos compatriotas que no tuvieron la oportunidad de elegir constituyentes, no era que el Partido Comunista estuviese por encima de la ley y de la Constitución, que nos robaran la soberanía y pensaran y decidieran por nosotros; que estemos condenados a perpetuidad, nosotros y nuestros descendientes, al socialismo, aunque nos muramos de hambre; y que nuestras libertades, si es que pueden llamarse así las poquísimas que tenemos, solo podamos ejercerlas si no van en contra del sistema. Ni siquiera les preocupaba la eventualidad de que volviesen a funcionar los paredones de fusilamiento. No, lo que más les preocupaba era el matrimonio igualitario.
Especialmente irritados con el matrimonio igualitario estaban los feligreses de las iglesias evangélicas, que no se metían en política, siempre conformes con la actitud colaboracionista del Consejo de Iglesias, callados ante el cierre de templos y casas de culto, que con marchas y pasquines, protagonizaron una batalla que nunca dieron por otros asuntos más medulares que el amor entre personas del mismo sexo o género.
Los mandamases saben que lo mismo sucederá ahora en los debates del anteproyecto del Código de las Familias.
En contra del matrimonio igualitario parecen estar de acuerdo los fidelistas de la vieja guardia que no entendían de “blandenguerías”, aplaudieron las UMAP y echaron de menos la palabra “comunismo” en el texto constitucional; los padres que dicen que no quieren que “les inculquen la mariconería a sus chamacos”, los aseres que prefieren chivatear a ser “flojitos” y hasta algunas mujeres que, bajo un sistema patriarcal, aplauden a los machos remachos y testosterónicos.
Y por supuesto, se oponen enconadamente todas las iglesias cristianas, pero especialmente las iglesias evangélicas, que se sienten envalentonadas luego de que con sus protestas obligaron a dar marcha atrás a la pretensión de Mariela Castro y el Cenesex de abrir la puerta al matrimonio igualitario con el artículo 68 del anteproyecto constitucional, que tuvieron que sustituir en la Constitución con el ambiguo artículo 81.
Tal vez el matrimonio igualitario no sea aprobado tampoco esta vez. Y a los mandamases les dará lo mismo. No les importará demasiado que se disguste la comunidad LGBTIQ. Si de verdad les preocuparan los derechos de una parte de la población, no los condicionarían a los resultados de un impreciso referéndum. Pero sabemos que lo que les interesa a los mandamases, su objetivo real, es entretener, desviar la atención.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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